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Impuestos: las injusticias de su uso

(Ayer, en La Nueva España) IMPUESTOS: LAS INJUSTICIAS DE SU USO No trataré del nivel impositivo, de la progresión de la presión fiscal en los últimos tiempos o de la fiscalidad en Asturies. Hablaré de otro aspecto de los dineros públicos (que no son otra cosa que impuestos, directos, indirectos o diferidos al futuro): de su uso o reparto. Pero, antes, déjenme decirles una cosa: pago con gusto los impuestos, no tanto por lo que constituye consenso general, como la sanidad o la educación, como por cuestiones más simples y básicas: para no tener que salir de casa en madreñes o no tener que ir por agua a la fuente; en otras palabras, lo que constituye lo más elemental de la vida contemporánea en nuestras sociedades está puesto en pie y mantenido con nuestros impuestos. He dicho con nuestros impuestos, quiere decirse con nuestro trabajo y nuestras ganancias, de donde procede lo que las administraciones recaudan, utilizan y distribuyen. Y es aquí, en estos dos últimos procesos, donde pueden producirse las mayores injusticias y desigualdades. Déjenme afirmar, de mano, que todos los usos y repartos del dinero de los impuestos son desiguales y, por ello, en alguna medida, injustos. Por poner algún ejemplo: la subvención al que compra un coche, procede, en parte de personas que no tienen coche o no pueden tenerlo; en el caso más extremo, las operaciones y medicinas de una gran parte de la población las paga gente que no las sufre o necesita. Y, así, en cualquier concepto o partida que se les ocurra. Es cierto que, en los casos en que la utilización de un recurso o un servicio podría ser de empleo universal, es lógico -e inevitable- que se entienda que ese recurso o servicio «va a ser utilizado» por todo el mundo, y que, por tanto, es general y equitativo. Ahora bien, en muchos otros casos, esa desigualdad o injusticia redistributiva es evidente. Recientemente, el Gobiernu ha anunciado que va a establecer la gratuidad general de las tasas de matrícula universitarias. Contra la decisión se han levantado muchas voces, por estimar que no es justo que se vea retribuido lo mismo el estudiante de una familia con altos ingresos que el de una que tiene menos. Pero el agravio no se comete solo con respecto a las familias que concurren a los estudios universitarios. Se comete también con respecto a aquellos, que por su nivel económico, su cultura familiar u otras circunstancias, no pueden acudir a esos estudios, y, sobre todo, con respecto a aquellas familias cuyos hijos entran directamente al mundo del trabajo. De modo que son esos ciudadanos los que con su esfuerzo y sus impuestos -y la cesta de la compra diaria o el vestido se hacen con impuestos- los que sufragan a los que tienen o pueden más. Desde otro punto de vista, una opción distinta sería establecer un amplio sistema de becas, ligado tanto a la disposición económica como al rendimiento académico, lo que, de paso, impulsaría la responsabilidad, el rendimiento y la ejemplaridad. Pero sospecho que esos valores son hoy vistos por muchos de forma negativa y hasta como «injusta», pues retribuyen el esfuerzo y el rendimiento personales, mientras que la injusticia igualitaria a costa de otros es vista positivamente. (Por cierto, y al respective, la frase de don Guillermo Peláez, conseyeru de Facienda del Gobiernu, de que «todos sabemos que los ricos no utilizan la universidad pública», para justificar la medida «igualitaria» del Ejecutivo, no es más que una babayada que no merece consideración ni análisis). Otra medida de repercusión injusta es la de la tan demandada eliminación del peaje del Huerna. De su desaparición se beneficiarían quienes transitasen por ella, pero las indemnizaciones a Aucalsa deberían pagarlas todos los ciudadanos, quienes transitasen por ella o no, quienes tienen vehículo particular o carecen de él. Cosa distinta -y hay aquí una flagrante injusticia de varios alcances- es que el Gobierno progresista-sanchista haya liberado en España, desde 2018, 1.000 kilómetros de autopistas de peaje y que, ¡oh, sorpresa!, la mayoría de esas liberaciones hayan ido a parar a territorio catalán. Por cierto, se habla mucho de los incumplimientos de unos y otros con respecto al Huerna, y se recuerda que en 2004 Zapatero prometió en Asturies quitar el peaje. Pues bien, no sé de qué se lo acusa, lo hizo: trasladó la cabina del cobro de Campomanes a La Magdalena. La lista de esos agravios donde unos disfrutan de beneficios que sufragan otros que no pueden disfrutar, y lo hacen con su trabajo y sus impuestos, es amplia. Por solo citar algunos: el bono cultural de 400 euros para jóvenes, a fin de que compren libros, vayan a conciertos u otros ocios, o las subvenciones para la preparación de oposiciones. ¿Y el que no tiene estudios, o carece de capacidad para ello? O el no va más, la desgravación que proyecta de Junta de Andalucía para determinados gastos de quienes tengan mascotas.   «En este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos», decía Benjamin Franklin. Pueden añadir: «pagar lo que disfrutan otros» y «subvencionar la captación de votos de los gobiernos».

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