«Estos chicos se vuelven locos con el calor», me dice
Gaspar, acodado a mi lado en la barra del bar, nuestra mirada perdida en
dirección al mar, que, por causa de la persistente borrina de estos principios
julio, apenas logramos entrever. «Me recuerdan a Georgie Dann. En cuanto llega
el verano, corcheas al aire. Y siempre la misma canción. En el 2003 cantaron la
canción del federalismo asimétrico de Santillana y en el 2013 la canción del
federalismo asimétrico disimulado de Córdoba. Y ni en uno ni en otro caso se
sabe muy bien de qué hablan exactamente.
Lo que sí se sabe muy bien es por qué cantan. En el 2003 lo hacían para
que el PSC ganase votos nacionalistas y triunfase en Cataluña, hoy lo hacen
para que el PSC salga del profundo hoyo en que se halla en la tierra de Wifredo
el Velloso. Lo curioso es que en pos de esa charanga que no interesa más que a
una parte del partido vayan brincando y aplaudiendo quienes probablemente
salgan dañados en sus expectativas electorales, y, sobre manera, quienes saben
que perjudican a los ciudadanos de los territorios que representan».
«Y, por otro lado, no tenían más que mirar cómo les
resultó —y cómo nos resultó a todos— la canción de Santillana. Aseguraron, el
mismo Zapatero, que con el nuevo Estatut las tensiones de Cataluña «quedarían
resueltas para 25 años», y, ya se ve, desde entonces no han parado de crecer
los independentistas y los conflictos entre Cataluña y el resto de España son
materia cotidiana». «Y en esta ocasión, prosigue, ni siquiera han resuelto el
conflicto que tienen entre ellos, entre PSC y PSOE, porque aunque en el texto
no aparece, fruto de un apaño, el concepto de «derecho de autodeterminación»,
ni en su forma explícita ni en la enmascaradora de «derecho a decidir», el PSC
sigue manteniendo su exigencia, así como alguna otra inasumible por el PSOE».
«Se entiende, por lo demás, muy mal cómo se puede
casar ese derecho a decidir — a separarse— con la aparente voluntad de
federalismo cooperativo, al tiempo que asimétrico, que parece teñir todo el
texto, como una especie de enseña que los distancie de los nacionalistas
catalanes, explícitamente independentistas. Tampoco se ve cómo esta nueva propuesta de federalismo asimétrico podría
servir para calmar la excitación separatista, tal como los socialistas afirman.
En realidad, la única virtud práctica del texto, al margen de establecer una
tregua entre PSOE y PSC, consiste en haber encontrado una reformulación de
aquel viejo concepto de «ni separatistas ni separadores», que es la que ahora
pregonan, «ni recentralizadores ni independentistas», eslogan con el que nos
aburrirán durante una temporada para intentar crear la imagen de partido
moderado y centrado».
«Por lo demás, si analizamos con detenimiento las
catorce propuestas de la declaración cordobesa, nos encontramos sustancialmente
con cuatro ámbitos conceptuales: uno, la reiteración de viejas ideas ya
contenidas en el documento cántabro: la reforma del Senado, la participación de
las comunidades en la política europea, la mayor coordinación entre ellas; el
segundo, la reforma de algunos aspectos de la Constitución y de los estatutos,
que aclaren y delimiten competencias entre administraciones y —aunque la
redacción es confusa— la reintroducción del recurso previo de
inconstitucionalidad, eliminado en su día (1984) por el PSOE; el tercero es la
propuesta de un nuevo modelo de financiación del Estado y las comunidades,
donde se propone explícitamente mantener el principio de ordinalidad
actualmente contenido en el Estatut; el cuarto, la introducción de algunas
ideas que responden a las preocupaciones del momento: simplificación de las
administraciones, unificación del mercado».
«Ahora bien, todo ello, aparte de la dificultad de su
concreción en la práctica, es de una vaguedad absoluta: delimitación definitiva
de competencias de las comunidades y del Estado, ¿pero cuáles serán las de cada
uno?; estado federal, ¿pero no lo somos ya?, ¿y en qué cosas concretas no lo
somos, si es que no lo somos del todo?; reforma del Senado, sí, ¿pero cómo?;
nuevo sistema de financiación —inevitable, por cierto, porque el actual caduca
próximamente—, ¿pero en qué sentido?, ¿con «cupo» para todos?, ¿solo para
algunos?; ¿la actual desigualdad de los estatutos actuales de autonomía, tanto
en las competencias como en la financiación, va a mantenerse o se van a
modificar los estatutos para igualarse?; ¿la ordinalidad que preconizan, es la
vigente del 206.5 del Estatut o incluye los condicionamientos originales del
206 eliminados por el Constitucional?».
«Y así todo —prosigue Gaspar con un cierto tono de
irritación en su voz—: se habla de muchas cosas pero no se sabe lo que se
quiere decir con ninguna, si es que lo saben los proponentes, más allá de
arreglar sus problemas internos y de encontrar un lemilla de ficticia
equidistancia con que colgarse la medalla de ser los únicos justos y benéficos
en todo el Estado». «Y desde el punto de vista asturiano no te quiero decir
nada: las anteriores reformas estatutarias, la de Cataluña, Valencia,
Andalucía, etc. nos dejaron mal parados y más desiguales aún, en lo político y
en lo económico. «Hay que reformar pronto el Estatuto para pillar cacho», decía
el Secretario de Organización de la FSA, Jesús Gutiérrez, y mira cómo nos hemos
quedado. Es más, el punto 3 de la cantata cordobesa parece ir en el sentido de
consagrar comunidades de dos o más categorías».
Me mira y sonríe con una cierta sorna. «¿Qué quieres
que te diga? Como los Georgie Dann del puño y la rosa. En cuanto llegan los
calores, empiezan con la canción del verano. En el 2003 fue «¡Madre!, ¿qué será
lo que tiene el negro, o Maragall?», hoy, «!Madre!, ¡el negro no puede, o
Navarro!»
Mi trasgu particular, Abrilgüeyu, se corporeiza en
medio de los dos. Echa un abundante y apresurado trago de nuestros vasos, pasa
el dorso de la mano sobre los labios para secarlos, nos da una palmada en la
espalda a ambos y se dispone a marcharse.
Ya en la puerta, da la vuelta y nos dice:
—Estáis equivocados, amiguinos, siempre cantan la
misma: «El chiringuito».