El mérito frente a la incompetencia

(El sábadu en La Nueva España) EL MÉRITO FRENTE A LA INCOMPETENCIA Domingo, 6 de julio. Paso por Cenero a recoger a mi amigo Xesús Cañedo. Nuestro destino es Cuideiru. Vamos a asistir a la entrega de los premios “Amuravela de Oro”, en su cuadragésima sexta edición. Los premiados son la Asociación de Mujeres “Santana”, el alcalde de Uviéu, don Alfredo Canteli, y la aerolínea Volotea. Los premiados son de características distintas y, por ello, lo son por razones dispares, pero tienen una cosa en común: su merecimiento en los ámbitos de su actividad o dedicación. Es obligatorio mencionar aquí la labor cultural sin par que, a lo largo de décadas, desarrolla la asociación Amigos de Cudillero, a cuyo frente está Juan Luis Álvarez del Busto, de mérito sobresaliente. Pues bien, desde Cenero decidimos ir a buscar la autopista en Tabaza. Xesús me orienta a través de lo que en algún caso es carreterina y en otros pura caleya. A no muchos kilómetros pasamos al lado del cadáver viviente de la Zalia, esa extensión de terreno inocupada -y, por fortuna, reducida de su “grandona” extensión inicial-, cuya futurible existencia anuncia un cartel con su nombre y la imagen de una fábrica echando humo (sí, sí, la fábrica, no la paciencia de los contribuyentes asturianos que pagan la inutilidad de su vacío a lo largo de tantos años). A cada triquitraque el Gobiernu anuncia que alguna gran empresa tiene interés en instalarse en la Zalia. Supongo que, cuando se acercan para inspeccionar, y aún antes de saber que carece de lo más elemental, como buenos servicios eléctricos, al ver la carreterina (caleyuca, más bien) de acceso, desisten ya. Ya en el acto, tras las intervenciones de los presentadores de los méritos de los galardonados y las de estos, entregados los reconocimientos, en la mesa en que nos sentamos se abre la conversación. Contamos nuestro viaje por los aledaños de la Zalia y recordamos las décadas de inacción en ella, de promesas y de fracasos por parte del Gobiernu. ¡Dos décadas! E, inmediatamente, salen a relucir otros proyectos o situaciones que llevan más de veinte años sin resolverse. Entre el cabreo y la risa, surge, en primer lugar, el derribo del antiguo Hospital General. Décadas también paralizada cualquier actuación en sus terrenos. Saqueado, gastado dinero en su vigilancia, fuente de inseguridad y de cochambre, cuando por fin parece que se va a poner en marcha la demolición, surge un problema no previsto, y otra vez a empezar. A continuación, aparece Perlora, en continua degradación de su territorio y sus edificios, sin que nunca parezca que va a ponerse allí manos a la obra con algún proyecto. Y, así, van surgiendo ejemplos y ejemplos de obras que nunca se empiezan, o que se detienen una vez comenzadas, como el Hospital de Cabueñes, o que se concluyen sin estar rematadas. En el caso de Perlora, hay que subrayar que, al menos inicialmente, su olvido o deterioro es causa de una enfermedad general en la izquierda asturiana: el antifranquismo de superstición mágica, como si piedras y bienes fuesen capaces de inferir males al conjunto de la sociedad debido a su origen. Igual pasó con la Universidad Laboral, que sufrió postergación y fue tratada con desidia por su origen (por cierto, podrían haber preguntado a los miles de alumnos que por allí pasaron, algunos de ellos destacados militantes socialistas, su opinión sobre el centro). Tan es así esa enfermedad, que durante algún tiempo el Gobiernu y el propio Areces a la cabeza negaron que la Universidad Laboral hubiese sido transferida al tiempo que el resto de la competencias educativas -sí, sí, lo negaban, sin duda porque lo consideraban un baldón-. Al menos podían haberlo remediado al modo en que Quevedo desinfectó la habitación en que Góngora viviera, quemando “Garcilasos”. Así, podrían haber quemado “Capitales” u otra cartilla de ese jaez para desfranquizar esos recintos, si es que, como decían, esas eran sus lecturas de cabecera. En otros momentos de pausa, fuera de la mesa, y al margen de los contertulios de la misma, converso con algunas otras personas. Una de ellas, un dirigente de FADE, me comenta, ¿viste el artículo de esta mañana sobre las comunicaciones ferroviarias? Le digo que sí, que lo he leído. Es un escrito publicado en LA NUEVA ESPAÑA, firmado por García-Arango, Avelino Acero, Vicente Luque y Sáenz de Santamaría, titulado “Asturias, ¿una isla ferroviaria?”. En él alertan de las consecuencias de quedarnos al margen del sistema ferroviario español para el transporte de mercancías, con gravísimas repercusiones en el desarrollo industrial y, en consecuencia, el empleo. “Esto se va a la…” -me dice mi interlocutor-, “a estos es como si no les importasen las cosas, y no presionan nada en Madrid. Esto va a ser un páramo”. Y yo vuelvo a la Zalia, como al comienzo del día, y a otras zalias y clamorosas incompetencias y desidias, y a los miles de jóvenes que emigran todos los años en busca de trabajo, y a los proyectos empresariales que duermen el sueño de los justos meses y años. Deudas eternas del Gobiernu o del Gobierno. Incompetencia, desidia, prejuicios, un enjambre de normas inútiles o contradictorias, burocracia paralizante y torpe, miedo a molestar en Madrid. Y, a propósito de esto último, pienso que no es solo que los partidos políticos a los que votamos mayoritariamente los asturianos estén encantados de ser los palafreneros de sus jefes madrileños y echen más tiempo en combayar que en levantar la voz. Seamos justos, a la mayoría de los ciudadanos y votantes parece encantarles esa sumisión a Madrid, pensando muchos de ellos que no somos nadie y que debemos agradecer lo poco que nos echan de comer, porque no lo merecemos, o que, el menos, ese es el estado natural de las cosas. Y me acuerdo, ahora que premian al alcalde de la capital con la “Amuravela de Oro“, del uvieín Martín de Cellorigo, que allá por el 1600, y viendo el estado de inanidad y conformismo existente en España, decía: “No parece sino que han querido reducir a estos reinos a una república de hombres encantados que viven fuera del orden natural”.

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