En primer lugar, he de subrayar que la felicitación a Ignacio Prendes es personal, como decía el texto, esto es, al ciudadano, conocido y no diré "amigo", pero sí persona estimada, Ignacio Prendes que fue en su día alumno mío y con quien mantengo una relación de cordialidad.
Esa misma relación de cordialidad la mantengo con muchas gentes del PSOE, con gente de IU, con gente del PP y de otros; en general, "con quien se deja", esto es, con quien es una persona normal, de trato social y afable, sean cuales sean sus actitudes o militancia política.
Pero, al margen de su condición personal, todos ellos son también respetables en cuanto personas-políticas. En primer lugar, porque todos ellos son escogidos por los ciudadanos; pero, sobre todo, porque todos ellos son demócratas -tanto cada uno de ellos como cualquier otro- y porque representan una serie de intereses e ideas sobre el mundo y la sociedad que tienen su derecho a hacer oír su voz y su presencia.
¿Quiere eso decir que comparta lo que dicen? En absoluto, ni en lo que respecta a la política general ni con respecto a la asturiana. ¿Quiere eso decir que no combata lo que dicen? En absoluto también. Quizás alguien haya hablado tanto y tan claro como yo contra sus políticas e ideas, pero es seguro que no más.
Y, en particular, me parecen todos un desastre para Asturies, en la política económica, en la social, y, sobre todo, en su concepción de Asturies y lo asturiano. ¡Si hay alguien que lo haya reiterado tanto y tan claro como yo, que me lo diga! Es más, puede que aquí se halle, en Asturies, la "reserva espiritual" de occidente del centralismo vasallático, de la ceguera y de la incapacidad, representada por esos partidos, verdadera plaga de nuestra sociedad y causa de una parte de nuestros males y paro (desde siempre). En ese aspecto, UPyD es distinto solo en que viene a añadir la nota cómica: ¡se presentan a las instituciones autonómicas para cerrarlas o, al menos, reducirlas, devolviendo competencias a Madrid! Pero, ¡atención!, eso es lo que votan 18.739 asturianos, a lo mejor, muchos de ellos, pensando que votan otra cosa.
Concluyo: en este país nos hace falta (no ahora, sino desde siempre, desde 1812, al menos) separar rivalidad y confrontación política de las relaciones personales y de la convivencia. En una democracia cabe la presentación de todos y la representación de todos y todos tienen la misma "virginidad moral" para hacerlo, la misma "legitimidad radical". Y no lo olvidemos, en último y primer término, que quien toma las decisiones es la "asamblea general de accionistas", los ciudadanos, ahí radica la última legitimidad, la soberanía, y la primera responsabilidad, la soberanía.
No me cansaré de practicarlo y repetirlo: el respeto a los demás no es solo decirlo de boquilla, sino, aun pareciéndonos inútiles, perjudiciales o patéticas sus propuestas y actitudes, tener con las personas un ámbito de convencia social que no empañe la lucha en otros campos. Mutatis mutandis, como diría Concepción Arenal, en este campo ha de regirse uno por la máxima "Odia el delito y compadece al delincuente", entendiendo bien que muchos otros nos tendrán a nosotros también por delincuentes.
En resumen: más civilidad y, también, más valor para decir y defender lo que pensamos, que tal vez ambos, civilidad y valor, no sean más que dos caras de la misma fortaleza en las propias creencias y, por ello, de la falta de temor a contrastarlas públicamente.