… porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.
En el lapso de una semana han venido a producirse dos noticias que tienen entre sí un nexo común: la defunción del que fue presidente de Asturies, Sergio Marqués Fernández, y el anuncio de la definitiva exclusión de la derecha del Gobierno de Asturies, tras la conclusión del pacto entre UPyD y el PSOE, que se suma al alcanzado con anterioridad por este con IU.
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Pero, más allá de esas consideraciones de reflexión histórica concreta y personal, se impone otra: la de la constatación de la incapacidad de la derecha en Asturies para constituir una alternativa propia y fuerte que no acabe destruyéndose a sí misma. Porque el asunto va mucho más allá del papel de Álvarez-Cascos en toda esta historia (a quien, por cierto, la izquierda debería agradecer que la haya rescatado de las tinieblas en dos ocasiones). Con Álvarez-Cascos, hay una primera línea de actores bastante numerosa que ha venido moviéndose con un gran egoísmo, con falta de inteligencia, con escasa percepción de los intereses generales y notable de los suyos personales, con permanente dedicación a la intriga, de forma irresponsable, guiados, en todo caso, los más nobles, por el corazón y no por la cabeza. Y ahí han estado los pro-Marqués y los anti-Marqués, los pro-Cascos y los anti-Cascos, cambiando de bando muchos de ellos en varias ocasiones, según conveniencia, o ayudando a llegar hasta el precipicio y retirándose después a terreno más seguro. No han sido únicamente los que vivían de la política —cargos públicos con sueldo y apparátichiki; cachicanes locales, tras cuya persona van los votos del concejo—, lo han sido, asimismo, empresarios y «sostenedores». Y, desde luego, al oír ahora el proclamado desencanto con Foro de tantos de estos habituales de la política y el cargo, a uno le entran unas convulsiones de risa como si hubiese sido rociado con gas hilarante.
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Procuraré explicarme. La derecha en nuestra tierra tiene claro su imaginario social y sus ideales con respecto a lo que debe ser España y, al mismo tiempo, tiene en muy poco lo que ella pueda ser aquí. Por eso no le plantea conflicto alguno a quién votar en las listas a Madrid (serán siempre solícitos acólitos del «príncipe») ni tiene interés alguno en participar en la organización socio-política llariega: la «de verdad» es la española. Y, sin embargo, la realidad y la vertebración autonómica del estado confieren una enorme importancia a la organización territorial de los partidos centralistas, más allá de su papel de franquicias recaudadoras para la casa central. Y es en este sentido en el que, entiendo yo, la derecha asturiana carece de un imaginario social colectivo; de una adecuada representación de sus intereses concretos aquí; de una presencia homóloga con su realidad social en la representación partidista (ocupada, más bien, por «apátridas» apparátichiki); de líderes, al tiempo, atractivos, no conflictivos y con capacidad de arrastre fuera de las propias filas. Esa tarea está, aun más que por hacer, por plantearse.
Y es necesario, porque únicamente quien sea un sectario enfermizo podrá negar la legitimidad de las propuestas de la derecha, su eficacia en muchos casos, así como la necesidad de la alternancia, no solo en el plano teórico, sino, entre otras cosas, porque, hasta la fecha, no han sido los gobiernos de PSOE-IU un modelo de éxito y eficacia en la gestión de nuestra patria, que uno sepa.
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