Homenaxe a Ariel Sharon

Como homenaxe a Ariel Sharon, qu'acaba de morrer dempués d'ocho años en coma, asoleyamos equí esti artículu referíu a la so persona, que'l 08/12/2005 asoleyamos na Nueva España.


GRANDEZA DE LA POLÍTICA

El discurso general que sobre la política y los políticos se tiene no es muy bueno en general, y puede que no lo haya sido en época alguna. Es posible que ello no constituya más que una apariencia, porque, luego, la evidencia demuestra dos cosas: que los partidos son capaces de levantar una adhesión entusiasta e inquebrantable entre los suyos; que, a la hora de las votaciones, sigue participando el mismo porcentaje de ciudadanos, elección tras elección. Sea ello como fuere, en todo caso, las opiniones en los medios y en las conversaciones públicas enjuician negativamente la política y los políticos.

La idea general es que los políticos (y los partidos) no miran más que por sus intereses, que pugnan entre sí sin otra razón que el hacerlo, que son incapaces de llegar a los acuerdos a que estarían obligados. Cómo ello es compatible con que los únicos debates que convoquen a los espectadores sean aquellos en que corra la sangre se asemeja bastante al interés que se manifiesta en las encuestas hacia los programas culturales y el contraste de esa declaración de buena voluntad con la pasión por aquellos que jalean contenidos más sórdidos o nada culturales. En todo caso es incontrovertible: el discurso universal sobre la política, los políticos y los partidos es negativo.

Yo creo, sin embargo, que la inmensa mayoría de las personas entregadas a la res publica son honradas y que tienen como mira principal de su actividad la del servicio a los ciudadanos o a la patria (que son dos modulaciones de lo mismo). Lo cual se cohonesta, en los mismos individuos, con otras actitudes menos altruistas o más miserables: la defensa de su puesto de trabajo, las pequeñas venganzas, la servidumbre hacia quienes los nombra, la fe y la adhesión inquebrantable de partido, la aversión ciega al adversario. Esa mezcla es connatural al ser humano, y sólo una perspectiva errónea -por idealista o por negadora de la realidad- puede hacernos preterir lo que de positivo predomina en ese mangaráu.

Con todo, a veces la política se manifiesta en brillante magnificencia en relación a lo que ella tiene de audacia generosa, de entrega a la comunidad, de envite arriesgado por la nación, de puesta en juego de los intereses personales. Esta última semana hemos tenido dos muestras importantes de ello: la decisión de Ariel Sharon de fundar un nuevo partido, abandonando aquel en que ha militado tanto tiempo, el Likud, y la de Simon Peres, dejando su formación, la socialista, para sumarse al proyecto de Sharon.

Ambos lo hacen por aprovechar la oportunidad histórica de lograr la paz entre palestinos e israelíes, consiguiendo la convivencia futura de dos estados entre los que fluye mucha sangre, mucho odio, y el designio en el pasado de unos, los palestinos, de aniquilar al otro. No sólo es evidente el riesgo que, de no salir adelante su apuesta, corren, sino que también les habrán sido patentes a ambos las dificultades extremas del camino hacia la meta, y el odio y la inquina que habrán suscitado en sus antiguas formaciones. Y sin embargo han dado el paso adelante, porque han estimado que un bien superior requería ese riesgo y la ventura de ese incierta travesía.

Se trata, sin duda, de una manifestación ejemplar de la grandeza de la política –que ya Aristóteles señalaba como la más digna, o la más humana, de las ocupaciones del hombre-. Pero no es la única o no es tan rara. Quien desee mirar con ojos que no sean los del tópico o la ceguera encontrará muestras suficientes, y en todos los ámbitos, de personas que ponen en riesgo su vida, su comodidad o su posición para tratar de mejorar la vida de los demás o para hacer progresar a su colectividad. Frente a la incomprensión y el rechazo de los más beneficiados por ello, muchas veces.

Xovellanos, entre nosotros, lo hizo en el pasado. Ha sido un ejemplo Bill Clinton, decidiendo intervenir militarmente en la antigua Yugoeslavia, frente a la ONU y con el rechazo frontal de la internacional del progresismo; un dechado las Cortes franquistas, votando contra sí mismas para dar paso a un nuevo régimen frente al cual la mayoría de sus constituyentes habían luchado o para cuya evitación habían sido adiestrados.

Pero, quizás, el recuerdo que se nos viene a la memoria a muchos de forma más paradigmática al ver el gesto de Sharon y Peres sea el de Winston Churchill –uno de los más grandes políticos de la Edad Contemporánea- en 1904, cruzando la tierra de nadie parlamentaria, para trasladarse desde los escaños del partido conservador al liberal, a fin de defender aquello que siempre defendería –incluso, más tarde, otra vez, desde el partido conservador-: la protección social de los trabajadores, el liberalismo y la libertad de comercio como fórmula de crecimiento económico y riqueza colectiva.

Porque, como él mismo dijo: “un estadista debe tratar de hacer siempre lo que a la larga cree que es mejor para su país, y no debe abstenerse de ello por la circunstancia de tener que divorciarse del un cuerpo de doctrina de que antes fue sinceramente adepto.”

Es decir, otra vez, la grandeza de la política, que, en ocasiones –más de las que pensamos-, nos es posible contemplar pese a las miserias generales del hombre y a las particulares de la propia actividad pública; más allá la cháchara tópica social que procura ensombrecer o denigrar las acciones rectas y nobles; frente a la paralizante trivialización de la fe de partido –que algunos mal llaman “ideología”, en vez de prejuicio-, uno de los tópicos que más voluntades aherrojan y más mentes obnubilan en nuestra sociedad.

Ensiertu patrióticu.

Cuenta el chiste que el maestro mejicano se halla con sus alumnos en la raya de la frontera norte. Les explica que aquellos territorios fueron un día de la madre patria y que les fueron expoliados por los yanquis. Y concluye melancólico:

-¡Y ensima se quedaron con la parte asfaltadaaa....!

¿Qué tal si, ahora que tan pesados están los partidos gallegos -el BNG fundamentalmente, pero también el PSOE y el PP-, reivindicamos el asturiano occidental hasta su límite territorial en Mirando do Douro? ¿Qué tal si además exigimos la gestión de esa invención –en su sentido literal- de los asturianos, a través de Alfonso II, que es el sepulcro del apóstol Santiago?

Porque, a lo mejor, es la hora de reclamar hasta la parte asfaltada.

Xuan Xosé Sánchez Vicente
Presidente del Partíu Asturianista (PAS)

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