El acuerdo de medio lado entre el PP e IU en el ayuntamiento de la capital ha desatado una oleada de críticas en el PSOE y en gran parte de la parroquia autodenominada de izquierdas. Don Fernando Lastra, el portavoz de los fieles ayer zapaterinos mañana veremos en la Xunta, ha sido tal vez el «martillo de herejes» más destacado y reiterado. «IU, con su incoherencia, favorece las políticas de la derecha» y «apoya la política reaccionaria de la derecha en contra de la mayoría social que representa la izquierda», ha anatematizado.
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Porque, de acudir al análisis de los tópicos políticos y de su práctica real, resulta muy complicado ver en qué se diferencian las políticas de unos y otros. ¿Es de derechas privatizar? Ahí tenemos las dos dictaduras españolas del XX, que han constituido los monopolios de petróleos, estatalizado la siderurgia y gran parte de la minería del carbón. Ahí tenemos al PSOE, que ha comenzado las privatizaciones de banca y empresas estatales de todo tipo, incluido el naval y la siderurgia. O a PSOE e IU, que han llevado al sector privado la mayoría de los servicios de los ayuntamientos. ¿Qué oponerse a la OTAN era antiimperialista? Pues a apuntarnos nos excitaron don Felipe y la mayoría de los que hoy mandan en el partido socialista. ¿Subir impuestos es progresista? El presidente Zapatero y los suyos hicieron apología de lo contrario e, incluso, suprimieron o menoscabaron los de sucesiones y patrimonio. ¡Ah!, ¿que bajar el sueldo de los funcionarios y congelar las pensiones es de derechas? ¿Y someterse a los dictados de los mercados y de organismos como el BCE y el FMI también? Créanme, no solo lo han hecho quienes, según la autodenominada izquierda, osculan en salva sea la parte al buco cornudo.
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Es cierto que una parte de los fieles de la amplia parroquia izquierdista no ven, no pueden o no quieren ver esa realidad, pero ¿y los que sí la ven?, me pregunto. ¿Cómo es posible que también estos últimos perciban en la derecha —socios o émulos de sus políticas tantas veces— la figura del maligno? Porque, por más vueltas que le doy, no alcanzo a distinguir en ella ninguno de los signos que lo delatan: ni el hablar en lenguas extrañas (desde luego, ninguno lo hace en asturiano), ni el olor a azufre, ni el bulto del rabo (en la parte trasera, por supuesto).
En estas meditaciones, se me aparece mi trasgu particular, Abrilgüeyu. Me saluda desde un adorno navideño que aun a estas alturas no he retirado.
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—¡Acabáramos! —digo yo, comprendiendo por fin el enigma.
—Pero los otros son iguales —me dice volviéndose cuando ya me había dado la espalda para largarse—: el rival es para ellos la encarnación del Enemigo Antiguo; el poder en sus manos, la prueba evidente del triunfo de Él. Solo que para ellos es la palabra «rojo» la que anatematiza al contario.
—Hay otra diferencia: mientras que la izquierda organiza enseguida manifestaciones procesionales a campana tañida para exorcizar al anticristo, y prestamente recorren las calles con alharacas y verdadera unción, llamando al mundo entero al concurso salvífico, a la derecha le cuesta más salir a la calle, es más de interiores, más a cencerros tapados, más partidaria de rezos y sahumerios purificadores en el interior de las casas que en la intemperie de las plazas, tal vez como gente habituada, a lo largo de la historia, a mantener discretamente a sus queridas.
—Aunque, como ves, hasta aquí ha llegado la confusión de los tiempos: la derecha hace ostentación de sus éxitos amorosos, acogida al paradigma de Luis Miguel Dominguín con Ava Gardner, y la izquierda se oculta bajo un casco de motorista para ir a ver a sus amantes. Y ni siquiera les lleva joyas: ¡croissants!
Lo veo santiguarse apresuradamente mientras emprende el vuelo, y creo oírle murmurar:
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Y aún más lejano, como el ruido de fondo del bigbang:
—Y no los actos de esos tres pobres diablos de la IU carbayona pactante, el Rivi, el Triqui y el Xandri.
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