El centralismu caciquista de los de Podemos

De Victoria Prego, n'El Mundo

PREGUERÍAS

El simulacro de unas primarias que no son

No era esto, no era esto. Lo que vendían en tiempos Pablo Iglesias y los suyos eran las decisiones tomadas por la asamblea de los simpatizantes del movimiento. No era el procedimiento de mano alzada pero se le aproximaba. Y ahora nos vienen con un juego de manos que convierte lo negro en blanco y lo redondo en cuadrado. Se veía venir.
Poco a poco los de Podemos han ido afinando sus modales y sus métodos y se han ido pareciendo cada vez más a un partido tradicional, con sus estructuras, sus jerarquías y unos cauces de decisión que se imponen a las bases, como se han impuesto siempre en las formaciones que hasta ahora han operado en el país. Pero Pablo Iglesias ha rizado el rizo del eufemismo y se ha descolgado con un sistema de supuestas primarias que tiene que ver con unas auténticas primarias lo mismo que un huevo tiene que ver con una castaña.
El sistema ideado por los jefes de Podemos habría hecho las delicias del todopoderoso Alfonso Guerra de los tiempos gloriosos del PSOE. Ni en sus mejores sueños se atrevieron los dirigentes socialistas, que manejaban con puño de hierro a un partido disciplinado, a imponer para toda España una lista de ámbito nacional para el Congreso, con todas las posibilidades de ser la más votada, aunque sólo sea porque es imposible que los simpatizantes de Almería tengan la más mínima noción de quiénes son los candidatos incluidos en esa lista que provengan de Murcia o de Guadalajara.
No tiene nada de sorprendente que se hayan levantado voces dentro del partido reclamando la supresión de ese sistema. Es lo que harían sin ninguna duda los militantes del PP o del PSOE si sus respectivas direcciones pretendieran imponerles un trágala semejante. Con lo cual se llega fácilmente a la conclusión de que, con listas cerradas y todo, los viejos partidos van a resultar al final más respetuosos con la pluralidad y más democráticos que este Podemos que ha venido dando lecciones de transparencia y vendiéndonos nuevos métodos más limpios, más decentes y más «de la gente» a la hora de proponer a los candidatos a las elecciones.
Pero resulta que al final, Pablo Iglesias y unos cuantos del generalato del partido van a poner a quienes ellos quieran en la lista ganadora –ganadora porque es imposible que no lo sea– y que los elegidos para los primeros puestos van a aterrizar en paracaídas en la cabecera de la lista que se deje hecha para cada provincia.
Todo esto no puede hacerse, naturalmente, más que desde un despacho, ese ámbito que Pablo Iglesias tanto denunció como la detestable sede símbolo de una política «vieja» y 
alejada de las necesidades de la «gente» de la que él decía ser el genuino portavoz. De todo eso no queda ya nada. Como siga así, al final no le va a quedar sino la coleta como elemento diferencial.

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