Asina contaba la prensa de la época los sucesos, que vinieren afalaos pol fusilamientu de Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández, que'l 12 d'avientu intentaron dar un golpe d'estáu ("pronunciamientos", llamábense d'aquella) contra la Monarquía y a favor de la República. El golpe fracasó y el 14 fusilárenlos.
En toa España ficiérense movimientos de protesta polos fusilamientos.
Sigue agora lo que diz la prensa xixonesa de la época (tómase del reportaxe de J.M. Ceinos en La Nueva España del 14/11/2019:
La ejecución de los dos militares republicanos
desencadenó una huelga general en toda España desde el lunes 15 de diciembre, a
la que el Gobierno de la nación respondió declarando el estado de guerra en
todo el país.
El lunes los periódicos no salían a la calle, por lo que de lo acontecido en Gijón dieron cuenta el viernes, día 19, tras tres jornadas sin poder acudir a su cita con los lectores. Así, en la primera plana de «La Prensa», que se adjetivaba como «diario independiente», vemos un editorial con el título «Deplorables jornadas de violencia», en el que se censuraba el incendio de la Iglesiona, «un atentado deplorabilísimo, que hemos de rechazar, como intérpretes del estado de opinión que, en natural consecuencia, hubo de formarse en toda la provincia y a estas horas, para daño del buen nombre de Gijón en toda España. Fue un hecho tristísimo que convirtió el centro de la población en escenario de los más locos desmanes».
¿Qué ocurrió? Vamos ahora a las páginas del 19 de diciembre de 1930 de «El Noroeste», el antiguo rotativo republicano que en 1930 se declaraba «diario democrático independiente», para refrescar la memoria: «Ya en las últimas horas de la noche del domingo (14 de diciembre) comenzó a difundirse por Gijón el rumor de que al día siguiente se iría al paro general, como protesta por los fusilamientos de los sublevados en Jaca». Así fue: «La unanimidad en acatar la orden fue absoluta, sin precedentes en la historia de la organización obrera gijonesa, prueba del espíritu de societarismo de nuestros proletarios».
El lunes, los primeros sucesos tuvieron lugar en la plaza de abastos de la calle de Jovellanos, el mercado que ocupaba el actual solar de la plaza del Instituto, que fue derribado durante la Guerra Civil dentro del plan de mejoras del Consistorio, que presidía el anarquista Avelino González Mallada.
«Sin saber cómo ni quién, alguien dijo: "Lo primero que hay que hacer es quitar esta placa", señalando la que daba el nombre de Primo de Rivera a la antigua del Instituto». El general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja había sido el principal espadón del golpe de Estado palaciego de 1923, que instauró una dictadura de la que España acababa de salir.
Entonces, proseguimos con las páginas de «El Noroeste», algunos «comenzaron por arrojar piedras y almadreñas, pero en aquel momento llegaron fuerzas de seguridad (...) y despejaron aquellos alrededores simulando una carga». Pero al retirarse las tropas, «los grupos volvieron a concentrarse ante la placa de Primo de Rivera, arrancándola y haciéndola pedazos. Ya dueños de la situación, prosiguieron gritando y de pronto varios dijeron: "Ahora, con éstos". En forma tumultuaria penetraron en la iglesia de los jesuitas, en uno de cuyos laterales estaba fijada la placa, unos cientos de personas, en su mayoría muchachos de corta edad, y a los pocos momentos salían al exterior conduciendo bancos, confesionarios, sillas, estandartes e incluso una imagen, todo lo cual depositaron en el centro de la calle (de Jovellanos), haciendo una gran hoguera» frente a la entrada principal del Instituto de Jovellanos.
«Mientras tanto», prosigue el relato de «El Noroeste», «otros también provocaban el fuego en el interior, donde continuaban los destrozos. De pronto, sonaron dos disparos, cayendo un hombre al suelo mortalmente herido (...). Algunas personas acudieron en auxilio de la víctima, llevándola con toda urgencia a la Casa de Socorro. Depositada sobre la mesa de operaciones, se vio que toda intervención facultativa era inútil, pues era ya cadáver».
El fallecido fue identificado como el joven de 25 años Carlos Tuero Morán, vecino de la Carretera de Oviedo. «Presentaba una herida por arma de fuego en la región escapular izquierda y otra, incisa, en la cadera derecha». Enterados los manifestantes de la muerte, «los ánimos se excitaron aun más, y a los pocos momentos la iglesia aparecía envuelta en llamas».
Por su parte, «La Prensa», que constató en el fallecido «una herida por arma de fuego en la región escapular izquierda, con salida por la cadera derecha», contó: «Cuando el incendio provocado en el interior del templo era más imponente, llegaron a la calle de Jovellanos y sus inmediaciones fuerzas de caballería de la Guardia Civil, disolviéndose los grupos inmediatamente (...). Los trabajos de extinción del pavoroso incendio fueron muy duros, consiguiéndose en las últimas horas de la tarde dejar sofocadas las llamas».
El lunes los periódicos no salían a la calle, por lo que de lo acontecido en Gijón dieron cuenta el viernes, día 19, tras tres jornadas sin poder acudir a su cita con los lectores. Así, en la primera plana de «La Prensa», que se adjetivaba como «diario independiente», vemos un editorial con el título «Deplorables jornadas de violencia», en el que se censuraba el incendio de la Iglesiona, «un atentado deplorabilísimo, que hemos de rechazar, como intérpretes del estado de opinión que, en natural consecuencia, hubo de formarse en toda la provincia y a estas horas, para daño del buen nombre de Gijón en toda España. Fue un hecho tristísimo que convirtió el centro de la población en escenario de los más locos desmanes».
¿Qué ocurrió? Vamos ahora a las páginas del 19 de diciembre de 1930 de «El Noroeste», el antiguo rotativo republicano que en 1930 se declaraba «diario democrático independiente», para refrescar la memoria: «Ya en las últimas horas de la noche del domingo (14 de diciembre) comenzó a difundirse por Gijón el rumor de que al día siguiente se iría al paro general, como protesta por los fusilamientos de los sublevados en Jaca». Así fue: «La unanimidad en acatar la orden fue absoluta, sin precedentes en la historia de la organización obrera gijonesa, prueba del espíritu de societarismo de nuestros proletarios».
El lunes, los primeros sucesos tuvieron lugar en la plaza de abastos de la calle de Jovellanos, el mercado que ocupaba el actual solar de la plaza del Instituto, que fue derribado durante la Guerra Civil dentro del plan de mejoras del Consistorio, que presidía el anarquista Avelino González Mallada.
«Sin saber cómo ni quién, alguien dijo: "Lo primero que hay que hacer es quitar esta placa", señalando la que daba el nombre de Primo de Rivera a la antigua del Instituto». El general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja había sido el principal espadón del golpe de Estado palaciego de 1923, que instauró una dictadura de la que España acababa de salir.
Entonces, proseguimos con las páginas de «El Noroeste», algunos «comenzaron por arrojar piedras y almadreñas, pero en aquel momento llegaron fuerzas de seguridad (...) y despejaron aquellos alrededores simulando una carga». Pero al retirarse las tropas, «los grupos volvieron a concentrarse ante la placa de Primo de Rivera, arrancándola y haciéndola pedazos. Ya dueños de la situación, prosiguieron gritando y de pronto varios dijeron: "Ahora, con éstos". En forma tumultuaria penetraron en la iglesia de los jesuitas, en uno de cuyos laterales estaba fijada la placa, unos cientos de personas, en su mayoría muchachos de corta edad, y a los pocos momentos salían al exterior conduciendo bancos, confesionarios, sillas, estandartes e incluso una imagen, todo lo cual depositaron en el centro de la calle (de Jovellanos), haciendo una gran hoguera» frente a la entrada principal del Instituto de Jovellanos.
«Mientras tanto», prosigue el relato de «El Noroeste», «otros también provocaban el fuego en el interior, donde continuaban los destrozos. De pronto, sonaron dos disparos, cayendo un hombre al suelo mortalmente herido (...). Algunas personas acudieron en auxilio de la víctima, llevándola con toda urgencia a la Casa de Socorro. Depositada sobre la mesa de operaciones, se vio que toda intervención facultativa era inútil, pues era ya cadáver».
El fallecido fue identificado como el joven de 25 años Carlos Tuero Morán, vecino de la Carretera de Oviedo. «Presentaba una herida por arma de fuego en la región escapular izquierda y otra, incisa, en la cadera derecha». Enterados los manifestantes de la muerte, «los ánimos se excitaron aun más, y a los pocos momentos la iglesia aparecía envuelta en llamas».
Por su parte, «La Prensa», que constató en el fallecido «una herida por arma de fuego en la región escapular izquierda, con salida por la cadera derecha», contó: «Cuando el incendio provocado en el interior del templo era más imponente, llegaron a la calle de Jovellanos y sus inmediaciones fuerzas de caballería de la Guardia Civil, disolviéndose los grupos inmediatamente (...). Los trabajos de extinción del pavoroso incendio fueron muy duros, consiguiéndose en las últimas horas de la tarde dejar sofocadas las llamas».
Y arreyo agora lo que cuenta Carlos Martínez Martínez nes sos memories (Al final del camino, páx. 170) [tamos nel 1930 avanzáu, yá cayera Primo de Rivera]:
Al
término de su cursillo se obsequió a Llopis [Rodolfo Llopis, socialista) con una cena en el restaurante
Mercedes. La conversación sobre política fue muy animada. La sobremesa se
prolongó mucho. De pronto, a alguien se le ocurrió la idea de ir a arrancar la
placa de mármol, con letras y escudo en bronce, que en homenaje al general
Primo de Rival se había colocado en una de las fachadas laterales, casi esquina
de la calle de Jovellanos, de la iglesia agresivamente pétrea, domi nante,
levantada por los jesuítas en dicha calle. Y allá nos fuimol todos desde el
Mercedes para poner en práctica la idea. Aun cuando casi todos nosotros
pasábamos por aquel sitio diariamente, no teníamos idea de la altura a la que
la placa estaba colocada. Vimos que se precisaba una escalera, y no pequeña,
para tratar de arrancarla. Algún buen observador de los que nunca faltan nos
dijo que en el portal del edificio de El Noroeste
había visto muchas veces
una escalera de las características que debería tener la que necesitábamos.
Efectivamente, la encontramos allí. Desiderio Martín, subido en ella, dio con
fuerza unos cuantos martillazos sobre la lápida sin resultado positivo alguno.
Estaba en plena faena cuando llegó un sereno que hacía su ronda y amigablemente
nos pidió que no lo metiéramos en líos. El vigilante prosiguió su ronda. Desiderio
hizo nuevas tentativas sin ningún resultado y la lápida quedo tan firmemente
sujeta como antes al muro de la Iglesiona. Si aquel intento de arrancar la lápida hubiera tenido éxito se habría
evitado el sangriento suceso que no mucho tiempo después ocurrió, al pretender
una multitud de personas hacer lo que nosotros no habíamos logrado.
Y, pa terminar, esto ye lo que pon la wikipedia sobre los daños nel interior la basílica:
Los problemas de los jesuitas en Gijón alcanzaron un nuevo nivel el 15 de diciembre de 1930. A media mañana, con ocasión de una huelga general por el fusilamiento de los sublevados en Jaca, hubo una concentración en torno al templo para quitar la placa que daba el nombre del caído dictador Miguel Primo de Rivera a la calle conocida, antes y después, como del Instituto; la placa estaba instalada en el lateral de la iglesia.
Viendo la deriva de los acontecimiento, el padre superior de la residencia, Pascual Arroyo telefoneó al alcalde, al cual le parecía que el tumulto no pasaría a mayores. También telefoneó a la fuerza pública que se retiró, tras una carga con varios heridos, entre ellos dos guardias, dejando dueños de la situación a los revoltosos que, tras destrozar a pedradas la placa de mármol con el nombre de la calle, apedrearon las vidrieras, forzaron la puerta lateral —tapiada años después— y entraron en turba en el templo. Ese mismo día también hubo un intento de quemar el Colegio de la Inmaculada.
Los hijos de San Ignacio, más conscientes de su deber y de la realidad que las autoridades de la ciudad, evitaron la profanación del Santísimo retirándolo poco antes del asalto, por mano del padre Pedro Fernández. También se refugiaron en el tercer piso de la residencia, hasta donde llegaron algunos asaltantes.
En poco tiempo los asaltantes causaron numerosas profanaciones y grandes daños.
Unos asaltantes hicieron una hoguera en la calle, avivada con gasolina, con bancos, confesonarios y la imagen de la Virgen de Covadonga. Otros asaltantes se dedicaron a incendiar y destrozar dentro de la iglesia, hasta que sonaron dos disparos; en concreto, uno de los disparos parecía proceder del coro y se produjo cuando una persona intentó desclavar el Cristo de la Paz; ese disparo mató a Carlos Tuero Morán, de 25 años, en el interior del templo. Nunca se determinó mediante una investigación policial y judicial fiables el origen ni autor de los disparos.
En el interior rociaron con gasolina pavimento, bancos y confesonarios, lo que dio lugar a un fuego concentrado, principalmente, bajo la primera bóveda del templo, bajo el coro, que quedó destruido junto con el órgano, cancel y tribunas, de las que cuatro quedaron completamente destruidas. Los ventanales del coro se rompieron y por allí se formó tiro evitando que el fuego se extendiese todavía más por el templo. De los ocho grandes vidrierascirculares solamente se salvaron dos, que hubo que desmontar. También fueron quemados: la imagen del Sagrado Corazón que se sacaba en las procesiones, las de San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka,candelabros y paños de altar. Quedó destruido el Viacrucis, pintado en lienzos por los hermanos Immenkamp, y sufrió daños el Cristo de la Paz. El sagrario fue arrancado, arrastrado por la iglesia y algunas de sus estatuitas robadas. Se derritieron los colores de los muros laterales y los medallones, quedó muy dañada la pintura de la primera bóveda y todas las demás ahumadas y rebajadas de color. Nadie intentó evitar ni apagar el incendio.
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