L’APRECEDERU
ANIMALINOS DE DIOS
LA NUEVA ESPAÑA del 19/11/2020: “Tres colegios estrenarán un plan para reducir el número de las palomas en sus instalaciones”. “El proyecto plantea la captura de ejemplares y la retirada de nidos”. Me sorprendo porque creía que era esta una cuestión que ya habría sido resuelta hace tiempo.
Todos ustedes conocerán zonas de sus ciudades infestadas de palomas, esas ratas de ciudad cuya suciedad y peligrosidad no debe ocultar el que hayan sido tomadas como emblemas del Paracleto o de Venus. Una observación descuidada advierte enseguida que esas zonas van a más, entre otras cosas, porque siempre hay ciudadanos que se entretienen en alimentarlas.
¿Qué es lo que me ha sorprendido, entonces? Pues que cada año los ayuntamientos anuncian el número de nidos de palomas retirados, así como el de gaviotas. De ser ciertas o eficaces estas medidas, las poblaciones de ambas aves deberían decrecer, y no seguir aumentando. Luego esas medidas o no se toman o no surten efecto, acaso porque el mal no se ataca de raíz.
Los ciudadanos llevamos tiempo enfrentándonos a problemas con el mundo animal, en parte por la desaparición del mundo rural, pero fundamentalmente por nuestra visión waltdisneidiana de la realidad. Ahí tienen al jabalí paseando por la calle Uría, por Rivero, por Pumarín, sin que parezca que nadie quiera enfrentar el problema.
Pero esos conflictos son en ocasiones de otra índole. Tales los de las molestias que presentan las mascotas urbanas. Así, una ordenanza praviana sancionará los ladridos en horas nocturnas. En otros casos, el ruido de los animales provoca curiosas cuestiones convivenciales y judiciales. ¿Se acuerdan ustedes de aquel hostelero que denunció al vecino que tenía un gallinero cuyo señor cacareaba con la del alba?
¿Pensaban que me refería a los de dos patas, a los que te abordan sin mascarilla o a quienes ingurgitan sin crítica lo que les cuentan sus patriarcas? Eso, para otro momento.
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