(Ayer, en La Nueva España) DETURPACIÓN DE LA LEY Y AMANTES DEL BABLE En Asturies no existe ningún topónimo que haya denominado en castellano un lugar: todos lo han sido en asturiano, o en lenguas anteriores. La castellanización de algunos de esos topónimos ha sido un fenómeno muy tardío, en la mayoría de los casos actual, y se ha debido, fundamentalmente, a la presión castellanizadora de la Administración (Ayuntamientos, Obras Públicas…). De hecho, no existe nombre castellano para los topónimos asturianos, aunque sí castellanización fonética. Y ahí, sí, hay una sistemática descalificación de lo original. Lastres, por ejemplo, no es ningún nombre, ni castellano ni asturiano, pero la evitación de la “Ll” inicial del auténtico, hace a algunos sentirse menos “aldeanos” o “más cultos” (o, incluso, menos “asturianos”). Y a partir de ese momento, la presencia del nombre deformado en documentos, carteles y gargantas de prestigio social empieza a ejercer presión sobre el hasta entonces solitario y auténtico Llastres. Digamos que, en general, en materia de toponimia, el “asco” castellanizante hacia lo asturiano tiene declarada una guerra universal de falsificación contra la “u” y las “es” finales, las “Ll” iniciales y los diptongos de la zona occidental. En algunos casos, esa falsificación llega al ridículo (eso sí, presuntuoso), como cuando una sabia Administración convirtió Cuestes Pines en Cuesta Espinas. Consecuentemente con esa realidad, la Ley 1/1998, de promoción y uso del bable/asturiano, (que desarrolla los preceptos del artículo 4º del Estatuto y el 3º de la Constitución) establece (como “ley”, de forma obligatoria, pues) que “Los topónimos de la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias tendrán la denominación oficial en su forma tradicional. Cuando un topónimo tenga uso generalizado en su forma tradicional y en castellano, la denominación podrá ser bilingüe” (V, 15.1). Son ustedes lo suficientemente buenos lectores para que no haga falta subrayarles lo que la ley dice: 1) El nombre de los lugares es el que le dieron sus habitantes, “la forma tradicional”, el asturiano. 2) Si hay un uso “generalizado” de ese nombre y de su forma castellanizada la denominación “podrá ser” bilingüe, pero el término primero es el asturiano. (Una precisión. En los debates previos a la redacción definitiva para el punto y seguido del artículo 15.1 se pensaba poco más que en los casos de Uviéu/Oviedo y Xixón/Gijón como ejemplos de entidad suficiente de coexistencia competitiva entre el término oriundo y el castellanizado). Pues bien, a diario y de manera sistemática se viene procediendo a la deturpación de la Ley en lo referente a la toponimia: en publicaciones periódicas, en televisión, en los textos administrativos, en la cartelería informativa de carreteras y calles. Se ha universalizado el Coaña/Cuaña, Gijón/Xixón, Luanco/Lluanco, Boal/Bual… para ciudades, villas, pueblos y aldeas. De esta forma se tergiversa la ley de dos formas: se convierte en el nombre originario el castellanizado; se realiza siempre el doblete, tenga el término reconvertido poco o mucho uso. Y lo que es peor, sobre dar como el bueno el nombre “extranjerizado”, se propaga esa denominación cuando en muchos casos es apenas usada o conocida por los naturales del lugar. A veces se llega al esperpento deformador: TPA, Conexión Asturias: se anuncia el lugar desde que se va a intervenir con una tríada a pie de pantalla: “Asturias Central>Gijón>Gijón/Xixón”. Como ven, el nombre que debería ser el primero se convierte en marginal, en todos los sentidos, viniendo así a representar una especie de “lo ponemos porque no queda más remedio”. Y, además, ¿Qué es el primer “Gijón” viudo? ¿Es el nombre del concejo? Pero el concejo es también Xixón. Y hay que señalar que la responsabilidad de esa deturpación de la Ley y de sus efectos negativos es entera del Gobiernu, ya por omisión, ya por su actuación a través de órganos de él dependientes, directa o indirectamente, como las consejerías, el BOPA o la TPA. Por cierto, venimos asistiendo últimamente a una campaña de cierta intensidad contra la posibilidad de que el asturiano sea declarado lengua cooficial. En general, sus enemigos se manifiestan, sin embargo, “amantes de los bables” —del “asturiano real”, acaso dirían ellos—, de las “diversas formas dialectales y espontáneas del habla popular”. Yo no he visto, sin embargo, que ninguno de ellos se haya pronunciado contra este ataque que supone esta falsificación sistemática del mandato de la Ley. Tampoco los he visto en público manifestarse contra la presión que contra esas hablas “auténticas, espontáneas y populares”, significa su estigmatización (todavía, sí) en la escuela, a pesar de la Ley; o contra las restricciones o la violencia que significa en la capacidad de expresión de muchos ciudadanos la imposibilidad de hacerlo en asturiano en los ámbitos administrativos (pese a la Ley, sí) o el baldón que recae sobre su lengua (o sus formas de hablar, si lo prefieren) por no ser reconocida como “de primera”, esto es, por ser tildada implícitamente como propia de gente ignorante o no culta. Pero pues supongo que hablan de corazón cuando ellos proclaman su amor por los “bables o bable”, quiero creer que en su vida diaria ellos lo hablarán en todas las ocasiones, aunque no sea oficial, y estimularán su uso entre sus amigos, sus pacientes, sus clientes, sus empleados o sus empleadores. Ninguna duda me cabe. Uno de los argumentos más empleados por esta gente contraria a la cooficialidad es que su implantación podría dar origen a radicalismos y formas de intolerancia extrema que la cooficialidad provocaría. No conocen el país. Pero, en todo caso, convendría que mirasen su entorno. Así, descubrirían que en L’Arena los partidarios de que junto a la toponimia no deturpada (oficial hoy) se introduzca la castellanizada han amenazado físicamente al alcalde y su familia e, incluso, han advertido que, de no plegarse, “contratarían a un expresidiario para quemar el Ayuntamiento”. ¿Radicalismo futuro de los partidarios de la cooficialidad? Es posible, pero en el hoy bien podrían fijarse en algunos que viajan en estelas paralelas. Tal vez tendrían que volver a utilizar aquella frase de la últimas horas del Simancas: “Disparen sobre nosotros: el enemigo está dentro”.

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