Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Decimos y nun facemos
(Ayer en La Nueva España, con motivu el Día d'Asturies)
DECIMOS Y NUN FACEMOS
No hace falta pormenorizarlo: decrecemos en población y empleo, no queremos tener descendientes, los jóvenes formados emigran a miles en busca de trabajo.
Fijémonos solo en los datos que se desprenden de lo que dicen los actores económicos en la magnífica serie de LA NUEVA ESPAÑA que recorre los concejos patrios. Todos: hay una pesada burocracia que retrasa o encarece los proyectos (y, claro, añado, los impide en cuanto los desalienta). Los gobernantes prometen solucionar el problema. ¡Como si ellos no lo hubiesen creado, y como si no fuesen los mismos los que llevan gobernando casi siempre, pero en fin! ¿Lo solucionan? No, pero lo prometen.
¿Y en el ámbito rural? Olvídense del lobo, como si fuese poca cosa. ¿Qué dicen quienes están trabajando, innovando y creciendo en los nuevos frutos en las vegas de los ríos o en el Occidente en los vinos? ¿O los que lo hacen en el sector forestal? Necesitan legislación e impulso para la concentración parcelaria o para otra utilización de los montes (por lo que, por cierto, llevan décadas clamando habituales de estas páginas como los señores Arango o Rodríguez-Vigil, ¡décadas!).
La respuesta para todo es la misma: decimos pero no hacemos.
Asturies tuvo siempre un problema de capitales, como señalara en su día Xovellanos. Al carbón, la siderurgia, la industria, los ferrocarriles y la banca acudieron fondos foráneos, peninsulares o extranjeros. Solo la repatriación de capitales «americanos» representó una breve excepción. Necesitamos, pues, el máximo de inversiones extranjeras y facilitar las propias. Hacer fácil la vida de las empresas.
No es únicamente la burocracia la que labora contra ello, sino una mentalidad general, instalada en los partidos políticos, en unos más y en otros menos, pero en todos, así como en la sociedad, que no ve con simpatía, si no es que lo hace con hostilidad, al emprendedor, la empresa y el mundo de los negocios. Y, evidentemente, ese clima no facilita el crecimiento, esto es, la riqueza y el empleo.
Pero la cuestión tiene raíces más profundas, en lo que pudiéramos llamar nuestra mentalidad colectiva, o, si lo prefieren, lo que tenemos por nuestras señas de identidad. Un rasgo de mentalidad que, si no se ha forjado, se ha incrementado exponencialmente durante el franquismo y se ha reforzado después por el sindicalismo es lo que pudiéramos denominar «estatalismo»: cerca de cien mil personas en empleos dependientes del Estado, más sus familias, y, en muchos casos, con complementos vivenciales también colgando de él (vivienda, clubes sociales y deportivos, viajes, etc.), han instaurado una forma de pensar que todo (y casi solo) lo espera y exige del Estado.
Otro de los rasgos de esa identidad la evidencian sus mitos/símbolos. No deja de ser peculiar que el disparate (por no llamarlo por su verdadero nombre) del 34 siga siendo motivo de orgullo o de identidad para una parte importante de la población; o que, como cantos identitarios, nos movamos entre el poema revolucionario-proletario de Pedro Garfias y el inane y esguilaárboles himno oficial del «Asturias». Por otro lado, ¡cuánto de compensatorio de nuestra insignificancia actual tiene esa apelación a esas glorias pasadas o a la de Pelayo!
¿Y nuestra relación con nuestra cultura? Vayamos al espinoso tema de la lengua. A asuntos menores. ¿Qué ganan nuestras autoridades, las personas «cultas», las clases altas, los medios, con decir, por ejemplo, «Lastres» y no «Llastres», «Viego» y no «Viegu», que son, los segundos, sus únicos nombres reales, tradicionales y populares? ¿Por qué es castellano «Lastres» y no «Llastres», «Viego» y no «Viegu»? ¿Significan acaso algo en la lengua de Cervantes? Nada. Lo único que ocurre es que esa «Ll» y esa «u» se perciben como signos de lo asturiano, algo que molesta y hacia lo que se tiene entre hostilidad y repugnancia. Algo que apunta hacia lo que entendemos como vulgar o no noble, lo que no queremos ser.
Decimos que nos queremos, pero no hacemos nada por demostrarlo. O sea, que no nos queremos tanto: como en lo político, corremos hacia Madrid y lo valoramos como superior a nosotros y lo nuestro.
Madrid ha subsumido en una década a 20.000 asturianos. Ha sido una suma de necesidades, pero es también un símbolo.
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