RECICLAJE: JUSTOS POR PECADORES

(Antayeri, en La Nueva España) RECICLAJE: JUSTOS POR PECADORES Las tasas por la recogida de basuras que paga cada vecino, cada chigre o cada empresa vienen subiendo desde hace dos años y van a experimentar para el próximo un alza notabilísima, en algunos concejos, hasta del 100%. En cualquier caso, notabilísima. La razón es que no estamos cumpliendo con las tasas de reciclaje que la Unión Europea exige. En la mayoría de los países europeos el volumen de desechos reciclados es mayor que el que se reutiliza en España, aunque es cierto que en algún país, como Rumanía, la cantidad reciclada es ínfima. De modo que, querámoslo o no, la tendencia de los próximos años va a ser la de aumentar la cantidad de basura recogida y la cantidad de la misma aprovechada, reciclada; del mismo modo, trasladar a los vecinos, mediante la subida del recibo de la basura, lo que cuesta la gestión de esos residuos (obligación de la Unión Europea) y, de esa forma, concienciarlos para que produzcan menos desechos y los separen bien, a fin de gestionarlos más fácilmente. Volveremos sobre esta cuestión. Pero por óptimo que pueda ser el tratamiento de los residuos, por más que mejore la entrega de los vecinos y reduzcan en lo posible el volumen de lo reciclable, siempre quedan dos graves problemas por resolver con el conjunto de la basura gestionada por los concejos o por organismos interconcejiles creados ad hoc, como Cogersa: los límites de los vertederos y qué hacer con los combustibles sólidos recuperables (CSR), es decir, aquellos que son susceptibles de una reutilización posterior, especialmente, mediante su aprovechamiento energético. En Asturies sabemos bastante de vertederos. El de Cogersa, en el centro de Asturies y que durante décadas sirvió para solventar las dificultades para el depósito de las basuras por los ayuntamientos y para eliminar los vertederos ilegales, está prácticamente colmatado y creciendo ya en altura: está limitado, pues, y habrá que ir pensando en su futuro. En gran cantidad de países progresistas y civilizados una parte de los residuos se incineran, obteniendo de ellos energía y, por ello, recuperando parte del gasto. Por poner algunos ejemplos, en Europa hay quinientas incineradoras; en el Reino Unido, noventa; once en España, en siete comunidades. En Viena, en plena ciudad, existe una incineradora famosa por su diseño, la de Spittelau. ¿Y en Asturies? ¡Ah, en Asturies! Aquí cierto grupo político y ciertas asociaciones declararon nefasta y nefanda la incineración, así que lo que no ocasiona problemas en otras ciudades y países, aquí sí. Es más, el proyecto de quemar en la transformada térmica de La Pereda (¡ay, el despilfarro de los fondos mineros!, pero eso es otro cantar) los CSR ya anda «pelos xulgaos y pela audiencia», como diría Álvarez Amandi. (Excurso: aquí todo anda «pelos xulgaos y pela audiencia»: las universidades privadas, los hospitales privados, los almacenes de distribución, las plantas de incineración… ¿Quién va a querer invertir aquí?). Los que se oponen a la mayoría de los mecanismos de reciclaje, de recogida, almacenaje o reconversión siempre ocultan un dato: el costo, los dineros que entrañan esas posturas en castigo del bolsillo de los ciudadanos, y, más aún, cuáles son las alternativas, que nunca expresan, más que en la forma desiderativa y milagrera de que los ciudadanos produzcan menos residuos. Y, por cierto, frente a los discursos prejuiciosos contra la incineración y para mostrarles cómo se puede reciclar más y mejor y cómo se hace eso ya, los invito a leer el libro de José Coca Prados Tratamiento de Residuos Sólidos Urbanos [RSU] en una economía circular y sostenible. Es más, pueden descargarlo gratuitamente aquí: https://www.uhu.es/publicaciones/?q=libros&code=1357 Pero toda esta cuestión del reciclaje y el cobro de sus costos de forma visible a los ciudadanos (es decir, directamente en el bolsillo, puesto que indirectamente, a través de los impuestos, ya se paga), en principio, con la intención de hacer ver su realidad e incentivar una mejor separación de los desechos, conlleva, como todos los impuestos, una injusticia, solo que, en este caso, mayor todavía. Ejemplifiquémoslo. Usted es de quienes separan religiosamente sus basuras y las llevan al contenedor adecuado; a veces se desplaza a ellos más de una vez al día. No es usted de quienes los arrojan todos al contenedor más cercano, de forma inadecuada, sin estremar. Y, menos, es de los que depositan en la calle o al pie del contenedor los cartones sin doblar, las sartenes, los zapatos, los muebles, para que los recojan los chicos de las basuras. Bueno, pues es igual, usted pagará lo mismo que el zafio, el ignorante o el desaprensivo que no hace lo que usted, y no me extrañaría nada que, por ello, a usted le entrase en ocasiones alguna duda y se preguntase por el sentido de su esfuerzo. Mientras no se separe monetariamente a los «hijos de la luz de los hijos de las tinieblas», si se me permite utilizar la expresión del evangelista Lucas, habrá siempre una injusticia en materia de reciclaje, una injusticia escandalosa que solo se puede sobrellevar con voluntad y preterición. Sé que existen propuestas para premiar a quienes reciclen bien o más y para que cada uno pague en función de la basura que produce. Pero, de momento, todo esto son especulaciones y discursos. Mientras ese punto no llegue, la injusticia, el trato desigual, continuará, y el responsable será castigado y pagará lo que no hace el irresponsable. De los que gobiernan, desde el Ejecutivo central hasta el último concejo o pueblo, depende. P.S. Señoritos y millonarios de toda Europa -también españoles, parece- iban a Sarajevo, durante la guerra de Yugoslavia, entre 1992 y 1996, a «cazar» seres humanos, a distintos precios la pieza, niños, mujeres o varones, cualquiera de ellos, en todo caso, por muchos miles de euros. ¿Creen ustedes que esta basura humana tiene reciclaje?

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