VIDA, MUERTE Y MEMORIA EN PONGA
Hace unos días LA NUEVA ESPAÑA recogía unas palabras llenas de entusiasmo de la alcaldesa de Ponga a propósito del coronavirus en ese concejo: “Ya podemos decir que somos el concejo más limpio de España”. Esas palabras seguían al titular de la información: “Ponga queda libre de contagios tras el cribado masivo a la población”.
Uno, que sigue con interés todas las noticias relacionadas con la pandemia y que tiene una especial relación afectiva con el concejo, no puede dejar de recordar, tras alegrarse, un episodio de muerte y memoria ocurrido en la capital, Beleño, hace unos mil ochocientos años.
Hacia esa fecha muere una joven, Superia, de quince años y nueve meses de edad. Sus padres, Peregrio y Pompeya, levantan un monumento en su memoria, parte del cual se ha conservado y que es el que nos permite atisbar aquella historia.
Nada nos dice la estela de las causas de la muerte de la joven. ¿Una enfermedad? ¿Un accidente acaso? ¿El ataque de alguna fiera? ¿La picadura de una víbora? Nada sabemos. De lo que sí sabemos es del dolor de los dos cónyuges ante la pérdida de su vástago, acaso hija única, a aquella temprana edad. Evidentemente, los progenitores serían propietarios, tal vez continuadores de la casería que fundara quien diera nombre al lugar, Belenius.
A uno estas reviviscencias de la emoción de seres de tantos años atrás lo conmueven particularmente, lo hinchen de una especie de emotividad poética. Y, al mismo tiempo, lo llevan a considerar que en el presente miles y miles de ciudadanos, con una emoción igual, estarán llorando a sus seres queridos y guardando su memoria como Peregrio y Pompeya quisieron guardar la de Superia, para siempre.
Y que todos ellos bien podrían decir, con las mismas palabras de Garcilaso, “no me podrán quitar el dolorido / sentir si ya del todo / primero no me quitan el sentido”.
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