TODO MENTIRAS: VAN A POR ELLOS
Todo eso de evitar el despoblamiento del campo, de conservar la actividad en pueblos y aldeas es una auténtica mentira, es más, es un engaño que trata de ocultar la práctica real de las políticas de los Gobiernos, en plural: autonómicos, municipales, el del Estado. Podrán, eso sí, ir a vivir a las zonas que ahora se van despoblando algunos artesanos, unos cuantos autónomos con buena comunicación, algunos robinsones…, pero el campesino-ganadero, aquel que ha venido poblando y ocupando el territorio desde los castros prehistóricos acá, dándole forma, humanizándolo y conservándolo, está siendo perseguido y está llamado a su práctica extinción.
Esa tendencia tiene una evolución propia y universal: razones económicas y sociales han ido llevando a las villas y a las ciudades a los campesinos desde hace unas cuantas décadas. Es un hecho ya irreversible. Ahora bien, contra aquellos que resisten, ya porque han logrado tener una economía aceptable, ya por razones de vocación, o por ambos motivos, vienen poniéndose en marcha de forma sistemática y continuada una serie de medidas tendentes a hacerles la existencia imposible, a arruinar sus vidas y sus economías o, por lo menos, a incordiarlos en extremo, especialmente a los agricultores-ganaderos de la zona norteña. Recuerden ustedes, por ejemplo, las exigencias sobre la evacuación de los purinos o las múltiples prohibiciones o limitaciones que pesan sobre sus actividades, como el rozar o recoger leña.
En Asturies ese conjunto de actuaciones contrarias a la supervivencia agrícola-ganadera tiene su muestra ejemplar en el dislate de un parque, el de Los Picos —ampliación del de Pidal—, que se crea con poblaciones dentro y con el aplauso y el entusiasmo de casi —casi, subrayo— todas las fuerzas políticas. Pues bien, desde su creación —incluida la disparatada configuración jurídica supraterritorial inicial, corregida por los tribunales— el parque no ha supuesto más que sucesivos inconvenientes para la población activa y la disminución drástica de esta. Eso sí, algunas inversionucas, con su correlato de favores y votos, han suscitado, en general, el apoyo de las mayorías concejiles.
La última embestida contra el agricultor ganadero norteño proviene ahora de la conjunción entre quienes agitan el discurso ecologista —tengan o no en él un interés directo— y los partidos llamados progresistas para dar un apretón más al collar del garrote vil con que se lo va acogotando: la gestión del lobo.
Si ustedes siguen con un mínimo de atención las noticias, verán como son frecuentes y crecientes las noticias de daños al ganado por el lobo y las quejas y desesperación de los ganaderos. Pues bien, hasta ahora existía un plan de gestión del lobo en nuestro territorio que permitía eliminar algunos pocos ejemplares al año, para limitar, al menos, su crecimiento y expansión, plan que se venía ejecutando a medias, con muchos problemas por denuncias en los tribunales de los ecologistas.
Pues bien, en este momento el Gobierno PSOE-Podemos quiere declarar el lobo especie protegida en toda España, declarándolo intocable. Para ellos, y para sus corifeos del hermano lobo, es el lobo quien está en peligro, no el ganado ni el ganadero, y vienen a aducir que los tan aireados daños al ganado no son tantos, no tienen importancia o se deben a que el ganadero no sabe cuidarlo (si no es que, en el fondo, sospechan que son los ganaderos quienes ataragañan a las reses para cobrar los daños). Los gobiernos de Cantabria, Galicia y Castilla-León y Asturies, que conocen de primera mano lo que pasa, se han opuesto. Pero el Gobierno del Estado ya ha adelantado que no es partidario: “El lobo debe protegerse en toda España, como recomiendan los científicos”.
La razón de fondo es muy sencilla. Las fuerzas progresistas saben que la ecologista es una religión en alza, cada vez con más votos, digo, más fieles. Y que, por el contrario, el ganadero-campesino es una especie en regresión, que da pocos votos y dará menos y que, además, suele estar más o menos controlada por sus pastores concejiles cuando accede a las urnas.
De modo que los franciscanos del “hermano lobo” triunfarán sobre los de la “fraternidad entre los hombres” proclamada ya por los romanos en aquel “nada de lo que es humano lo considero ajeno” de Terencio, o en la agitada por la Revolución francesa, que creíamos la modernidad y lo progresista, pero no.
Por cierto, quien emburrió aquella desafortunada ampliación del parque de Los Picos fue doña María Luisa Carcedo; quien ahora se manifiesta contra las pretensiones de las comunidades norteñas al respecto del lobo, don Hugo Morán.
Socialistas ilustres, ciudadanos ilustres. Convertientes en consigna del lamento de Plauto y Hobbes: “Homo homini lupus”.
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