Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
OCULTACIÓN Y APROVECHAMIENTO DE LA PANDEMIA
(Ayer, en La Nueva España)
OCULTACIÓN Y APROVECHAMIENTO DE LA PANDEMIA
El Gobierno central, no con la aquiescencia de todas las comunidades, se halla en un proceso tendente a eliminar en poco tiempo todas las restricciones que se habían establecido con respecto a la pandemia y los mecanismos de control e información sobre ellas.
A la esperpéntica eliminación de las mascarillas en exteriores (realizada menos de una semana después de haber sido prorrogada) y a la suspensión de la cuarentena para los contactos estrechos con infectados, seguirán ahora la información sobre los contagios únicamente dos veces a la semana, la eliminación de las pruebas de PCR a los casos que no sean graves o vulnerables (es decir, que estén previamente señalados como tales) y, muy pronto, la eliminación de las mascarillas en interiores.
¿Qué se logra con ello? Evidentemente, aumentar la sensación entre una gran parte de la población de que el peligro ya no existe y de que no son necesarias las precauciones.
Y, sin embargo, el peligro sigue existiendo. Es cierto que la cantidad de ingresados en los hospitales y en las UCIs disminuye en toda España, pero no es menos cierto que el número de afectados no baja, es más, sigue aumentando, leve pero insistentemente. Si, como parece verosímil, ello se debe a los encuentros masivos del antroxu, es de esperar que acontecimientos multitudinarios como la Semana Santa, en que es posible, además, que no se exijan ya mascarillas en colegios ni en interiores, los hagan aumentar.
Se habla de “gripalizar” el Covid, tratándolo igual que una gripe y como si lo fuera. Pero ello es una absoluta falacia. En primer lugar, porque sigue habiendo muertos de la pandemia todos los días, y no uno ni dos; en segundo lugar, porque mientras la gripe es estacional, el covid, en sus diversas variantes, nos frecuenta durante todo el año, luego el número de sus víctimas mortales es mayor; en tercer lugar, porque deja secuelas permanentes, graves algunas, que no deja la gripe.
De modo que a lo que vamos es, en realidad, a una ocultación de la pandemia, con las consecuencias ya dichas, entre otras, repito, la pérdida de conciencia del riesgo por una parte importante de la población. Y todo ello, si no aparece una nueva variante, ante la que tardaremos tiempo en reaccionar.
Por otro lado, la enfermedad y sus riesgos han servido para que en múltiples ámbitos del servicio al público, empezando por la Administración (oficinas, policía, juzgados, ambulatorios, Hacienda, ayuntamientos…) y siguiendo por bancos y otras oficinas, se haya aprovechado para prestar un servicio peor al ciudadano y para trabajar menos.
Les cuento solo un caso de hace dos días. Viuda. Se le exige un certificado de matrimonio en el banco (no vale el libro de familia). Ha de ir al juzgado. Va. Debe pedir cita previa. Se le da un teléfono. Dos días llamando. Nadie lo coge. Tendrá que acudir a un familiar para que demande la cita a través de interné.
No se trata únicamente del maltrato que se efectúa a quien no sabe moverse por interné o no tiene medios para ello (¿y desde cuándo es una obligación constitucional el saberlo o el disponer de esos medios?), sino que se ha aprovechado para trabajar menos en cada servicio. Se calcula un promedio temporal para despachar las citas y, en virtud de ello, se dan. Pero muchas veces las visitas llevan mucho menos tiempo y durante él el servicio permanece muerto y el oficinista folgáu. Y, además, ¿cómo es posible que ahora que se van retirando todas las restricciones no se retire la de la cita previa, verdadera incomodidad para el ciudadano, que, además, ha incrementado el tiempo que lleva resolver una gestión? Porque no se trata de que los ciudadanos vuelvan a agolparse ante los mostradores, no. Bien está que se guarden las colas y se mantengan las distancias, pero por qué no puede cada uno decidir en qué día y en qué hora aguarda su turno a las puertas de la oficina correspondiente.
La perspectiva es, pues, que la enfermedad va a “desaparecer”, pero sus efectos dañinos en el servicio a los ciudadanos, así como el aprovechamiento para un más descansado trabajo de empleados y funcionarios van a quedar, tal vez para siempre.
¿Qué les parece, uno y otro?
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