La izquierda, contra la clase obrera

(Ayer en La Nueva España) LA IZQUIERDA, CONTRA LA CLASE OBRERA A partir de los años sesenta, a base de mucho laborar y, en algunos casos, aprovechando el trabajo acumulado por sus antepasados en la aldea, una parte importante de la clase trabajadora se hizo con dos bienes, el piso (España es, por eso, un país de propietarios, más que de arrendatarios) y el coche, ambos, digamos, de calidad aceptable y de coste limitado. El piso proporciona seguridad vital, tanto durante la época activa como tras la jubilación, y constituye un patrimonio para transmitir a los herederos. El coche es un instrumento cuyo valor monetario se degrada inmediatamente, pero cuyo valor de uso es ilimitado. El coche ha permitido una libertad al propietario como nada en el pasado se la había permitido. Esa libertad la ha utilizado para las relaciones sociales, para el descubrimiento del país, para visitar a sus familiares, para atender, quienes aún las tienen, las fincas familiares, o, en los casos más afortunados, desplazarse a las segundas residencias. La lista de esas posibilidades de libertad, de enriquecimiento vivencial, es inabarcable. Ahora bien, nada de ello sería posible (o, en algunos, pocos, casos, sujeto a insufribles esfuerzos y pérdidas de tiempo) si las únicas opciones posibles fuesen la líneas convencionales de tren o autobús. Hay que volver a señalar que el automóvil es un bien relativamente caro y que inmediatamente se desvaloriza. Por otro lado, su tenencia implica una serie de costos por su tenencia y uso. Por esa razón, el bien se alarga todo lo posible y su reposición es escasa. Es esa la causa de que nuestro parque automovilístico sea tan viejo. También, la de que apenas existan guarderías de coches en los barrios obreros: porque ese coste mensual de la guardería sería una carga excesiva o imposible para la mayoría de los propietarios: no habiendo negocio, por tanto, no hay inversión. Pues bien, la política de izquierdas — “progresista”, dicen— de los ayuntamientos consiste en cebarse contra los coches y eliminar los aparcamientos de los mismos, especialmente en los barrios obreros. De este modo, el que no tiene dinero para un garaje ha de dar innúmeras vueltas hasta encontrar una plaza o aparcar a enorme distancia de su casa, con lo que ello supone para desplazarse al trabajo. Y el que tiene posibles no es fácil que pueda encontrar dónde aparcar, pues, como se ha dicho, en esos barrios no existen garajes ya que no podía haber habido demanda de ellos por la disponibilidad económica de los ciudadanos. Naturalmente, quien tiene más posibles y vive en casa con garaje propio o xalé con sitio abundante no padece esas dificultades o sufre esas imposibilidades. Pero ese instrumento de sociabilidad y libertad relativamente barato de la clase obrera sufre también otros ataques: las limitaciones de circulación o aparcamiento para los coches más viejos en el centro de las ciudades, por ejemplo; las nuevas restricciones que se preparan. Es verdad que la solución para ello sería irse a una inversión de entre cuarenta o setenta mil euros, que no pueden hacer fácilmente, en un coche eléctrico, que tiene además, la dificultad del tiempo y lugar de recarga. Sé que ese ataque al coche (eso que llaman ladinamente “pacificar” la ciudad) no es un asunto exclusivamente de la izquierda ni español, también en las ciudades gobernadas por la derecha ocurre, y es un empeño especial de una parte del Parlamento Europeo. Pero es la izquierda quien pone más entusiasmo en ello, más gafura, sin considerar, siquiera, quiénes son las principales víctimas de esas políticas, aquellos que dicen defender. No ignoro tampoco que estamos ante una especie de predicación religiosa contra el coche, que, es en el fondo, un ataque a la voluntad y a la libertad de los ciudadanos: la idea de “la ciudad en quince minutos” o la pretensión de que para 2030 el coche sea un bien de que pocos dispongan se enmarcan ahí. Yo los invito a echar un vistazo a su alrededor y examinar cuántos de los predicadores de estas doctrinas tienen un hermoso sueldo (público, tantas veces) y viven en un hermoso xalé o un edificio con garaje propio, donde pueden guardar su o sus carísimos eléctricos y recargarlos sin problemas. No crean que apunto a Galapagar o a la dirigente de Más Madrid, no, miren ustedes aquí, en Asturies, en su misma población, por ejemplo. Y después enfádense o rían, como quieran. Un corte de manga, a veces, no crean, es la mar de saludable.

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