UNA DECISIÓN MUY DISCUTIBLE

(Ayer, en La Nueva España) UNA DECISIÓN MUY DISCUTIBLE Echemos la vista atrás. Veinticinco años. El 5 de agosto de 1998 el Ayuntamiento de Cangues, en vista de los atascos de vehículos en la subida a los Lagos, prohibía el acceso a los autobuses. Ya ven ustedes la mentalidad: ciudadanos libremente, sí, y por sus propios medios. Transportes colectivos, no. El Plan de Transportes a los Lagos (de restricciones y condicionamientos) lleva funcionando dieciocho años. Durante todo este tiempo, según cuentan las crónicas, no ha habido ni un solo accidente reseñable (supongo que sí raspionazos o abollones). Recientemente, un autobús ha salido de la carretera, ha dado alguna vuelta, ha provocado algún susto y varios heridos. ¿Por qué se ha producido el accidente? Pues, a día de hoy, no lo sabemos con certeza. Se nos dan tres explicaciones: ha cedido el terreno; el conductor se ha desviado ligeramente (o el autobús ha tenido un problema), sin que haya sido forzado; ese ligero desvío ha sido coincidente (no necesariamente provocado) por el cruce con otro autobús, debido a la estrechez del camino. De forma inmediata, se anuncia que se van a poner en marcha una serie de medidas: la revisión de la carretera, el ensanchamiento de algunos puntos, la mejor comunicación entre autobuses… y, de forma inmediata, la medida estrella: la prohibición de acceso a los coches particulares, que solo podían hacerlo ya entre las 21 y las 7.30 horas. Quien ahora quiera subir a disfrutar de aquellos parajes deberá hacerlo reglado, en autobús o taxi, y, naturalmente, pagando. Evidentemente, la concesionaria de los autobuses y los propietarios de taxis han aplaudido la medida («debería haberse hecho hace años»), obviamente, por razones de seguridad. No han faltado arbitristas a lo Cecilio Oliver Sobera, aquel militar alcalde de Xixón que, entre la coña de la ciudadanía, pretendió que por Fernández Vallín (la calle de Correos) se subiese exclusivamente por una acera y se bajase por otra, y, así, proponen estos ciudadanos, que, por ejemplo, se suba solo por la mañana y se baje por la tarde. Y, ahora, recapitulemos. ¿Es justificable que, tras una eternidad sin accidentes, por uno solo —del que, reitero, no sabemos con certeza la causa— se proceda a la decisión de prohibir la subida de los coches particulares, es decir, se restrinja la libertad de los ciudadanos, salvo que paguen? ¿Todas las mejoras que ahora se anuncian en el firme, el ancho de la carretera, la comunicación entre autobuses, etcétera, no se podían haber hecho en todos estos años? Y sobre todo, miremos veinticinco años atrás y fijémonos en la «filosofía» (o en la consideración de la ciudadanía, si lo prefieren) que separa una y otra decisión. «Muy discutible», he calificado. Bueno, caben otras, pero las dejo para ustedes. PS. Defiendo el derecho del señor Barbón a apelar a la intervención de la «Piquiñina y Galana» para evitar que el accidente hubiese sido una terrible catástrofe. No porque yo crea en la intervención de ningún numen (ni aun el «genius loci»), sino porque es el manejo de un input de la cultura popular asturiana, no desemejante a la acción de quienes llevan el coche nuevo a Cuadonga no porque crean, sino «porque sí», y ellos, si son varones, quedan en la explanada mientras su esposa o pareja entra en la Cueva.

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