Una sorpresa real

(Ayer, en La Nueva España) UNA SORPRESA REAL Sigo por la TPA la entrega del premio al “Pueblo ejemplar” de este año. En la pantalla pone “Pion”. Efectúa la lectura don Felipe. Lee “Arroes, Pion…” y, de repente, hace una pausa y una corrección: “Peón y Candanal”. ¿Qué es lo que ha pasado? El Rey está leyendo correctamente lo que la Fundación ha escrito y lo que refleja la página oficial de la Casa Real, Pion, pero ha debido de oír en su entorno reiteradamente “Peón” y cree que hay una errata: don Felipe no es tan asturiano como para corregir por prejuicio propio. Me viene una anécdota de los setenta. Excursión de Hunosa, gente de Les Cuenques. Y, de pronto, en la autovía, un panel: “A Coruña, Vigo”. Comentario censorio: “¡A Coruña! ¿Cómo no se van a perder?”. ¿Habrá algo más asturiano que esa incomprensión hacia lo diverso, que esa intolerancia hacia lo que no sea la rutina aprendida, que esa rendición al castellano? Y, después, nuestra diferencia con, por ejemplo, Cantabria. Allí, en las cartas de los restaurantes llevan poniendo desde siempre, sin ningún complejo, el nombre autóctono de sus peces y mariscos; aquí, lo ocultamos: “nécoras”, no vaya a perderse el turista o enfadarse el llariegu, y recientemente, si acaso, ponemos “nécoras” entre paréntesis, al lado de “andaricas”. El proceso mental es el mismo que el que se desata ante “A Coruña”, desconociendo, además, que ese punto de pintoresquismo puede ser un atractivo más de la carta. Recuerdo, mientras sigue la retransmisión, a doña Lydia Espina, la consejera de Educación, de un partido, el PSOE, que dice apostar por el asturiano, que dirige un ministerio en cuya oferta para todos los cursos está nuestra lengua. Entrevistada en sus primeros momentos: “Les neñes, perdón, las niñas”. ¡Perdón! Por hablar en vulgar, supongo. ¡Manda…! Miro ahora el discurso escrito de don Alejandro Vega, el alcalde de Villaviciosa, y alterna “Peón” y “Pion”. “Peón” es ilegal desde 2005. El único nombre real, es decir, legal, de esa parroquia es Pion. Así lo ha estatuido el propio Ayuntamiento. Es notable la insistencia de tantas personas en saltarse la legalidad en cuestiones de toponimia, de legislar por cuenta propia en esa materia. ¿Qué subyace en esa actitud? Pues un complejo de factores: el tener por menos lo propio frente a lo de Madrid; el avergonzarse de lo que son muchos de los rasgos peculiares de nuestra cultura, en una especie de autoodio; un profundo conservadurismo, que se pregona a veces como progresismo, y que oculta un cierto complejo de inferioridad frente a lo de fuera. En lo relativo al ámbito toponímico, eso se une a un solipsismo que, en contra de filólogos, la gente de la calle entrevistada y lo que, en último término, aprueban los ayuntamientos, exclama: “¿Me van a decir a mí cómo es de verdad?”. En materia de toponimia no son “de verdad” más que los nombres tradicionales, los que desde Roma, o desde antes, para acá han ido imponiendo los habitantes del lugar. Después pueden haber venido castellanizaciones, debido a todas esas razones antes expuestas y a la presión del Estado y la escuela, o, simplemente, de los responsables de carreteras. En el caso de “Peón”, que es una falsificación también, podría pensarse que hay detrás un “peón” (¿del Infanzón cercano, acaso?), que por vulgarismo se ha convertido en “Pion” y que, ahora, por una especie de “presión nacionalista”, se ha vulgarizado e impuesto como oficial. Pero su origen no tiene nada que ver con ningún “peón”: deriva del nombre de un propietario de los primeros siglos, Pelio o Paedio. No apelaré a mi conciencia lingüística personal de “pionesu” por una rama familiar. No. Dos testimonios: Gaceta de Madrid (el equivalente a nuestro BOE), número 176, 25/06/1865. Lista de algunas escuelas de Asturies: Escuela de Pion, Villaviciosa. Boletín Oficial de la Provincia de Oviedo, número 204, 10/09/1901. Listado de cabezas de familia del Partido de Villaviciosa: D. José Sánchez Rendueles, de Pion. Podría citarles a Cuchichi, afirmando que una de sus canciones favoritas era Adiós, llugarín de Pion, pero temo que pueda servir de apoyo a los negadores de la evidencia: la fe no necesita más que un pequeño soplo para convertirse en huracán. No crean ustedes que esta negatividad nuestra hacia lo propio, este sometimiento y veneración a lo que viene de afuera, está únicamente relacionado con la lengua y la toponimia. Es parte de un complejo de valores y de falta de autoestima que nos hace no hacer nada por ser algo en el conjunto de España, que causa que ni nos veamos ni nos vean. Y, en el fondo, es que nos queremos poco. ¿O piensan ustedes que nuestra realidad, nuestra proyección, nuestro peso político, son otros? ¿Continuará nuestra sociedad en esa doble negación de la realidad y de la legalidad? Que eso cambiase sería para mí una verdadera real sorpresa.

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