(Ayer, en La Nueva España) DOS FUNERALES Y UNA REFLEXIÓN SOBRE EL ASTURIANU Y LA COOFICIALIDAD El 06/03/2025, Lluís Ánxel Núñez publicaba en su tan instructivo como entretenido Coses célebres del Principau d’Asturies (https://cosescelebres.blogspot.com/) una noticia publicada en Granada, en 1973, por el periódico Patria, que se definía como “diario de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S,”. En ella se daba cuenta de que en el Centro Asturiano de Madrid se había celebrado una misa por el alma del Presidente del Gobierno, capitán general de la Armada, don Luis Carrero Blanco, y por la de las dos otras víctimas del mismo atentado que lo mató, el chófer don José Luis Pérez Mojena y el inspector de policía don Juan Antonio Bueno Fernández. Al final de la misa “se cantó un himno de réquiem en bable: Llíbrame, Señor”. Numerosos altos cargos y personalidades estaban presentes en el funeral. Supongo que la información hará saltar en sus escaños a la mayoría de los diputados hostiles y menospreciadores -cuando no perseguidores- de nuestra lengua. Pero no es de ellos de quienes quiero hablar, sino, de momento, de otro funeral. En julio de 2005 se celebra en Xixón el funeral por el padre jesuita Federico González-Fierro Botas, que acababa de morir en un accidente de coche en Rusia. El celebrante, el arzobispo Carlos Osoro, no solo no lee ningún texto en asturiano o pronuncia algunas palabras en nuestra lengua -tal vez una oración-, sino que omite absolutamente toda la vocación asturianista del padre Fierro, traductor de la Biblia al asturiano y miembro del Coleutivu Fernández de Castro (para quien lo ignore: “don Manolín” Fernández de Castro, el arzobispo que impulsó la traducción al asturianu de El evangelio según San Mateo, y de la bula Ineffabilis, la que proclamó la Inmaculada Concepción de la madre de Jesucristo), cuyo lema dice así: “Llingua del pueblu, Llingua de la Ilesia”. Puesto que sabemos que desde variados ámbitos se invitó al arzobispo a leer algún texto de Federico Fierro, o al menos, a reconocer su trabajo en favor de la lengua tradicional y popular, ese silenciamiento hubo de deberse a presiones de determinados grupos sociales. Mucho va de Pedro a Pedro podría decirse, pero la reflexión debe ir más allá. En general, históricamente, el cultivo literario de la lengua asturiana se debió mayoritariamente a la nobleza, al clero y a individuos acomodados. Del mismo modo que los intentos de institucionalización -los tres intentos fracasados de Academias, excluida la cuarta, la exitosa de 1980- fueron impulsados por individuos de las clases altas o por gentes de derechas, la izquierda, en general, se mostró reticente ante el uso institucional de la lengua asturiana y su enseñanza -se entendía como un retraso-, tanto es así que no existe ni en IU ni en el PSOE una conciencia mayoritaria de la necesidad de la normalización social del asturiano hasta casi el siglo XXI (sin embargo, hay que recordar que, en la tramitación del Estatuto (1981) y en la creación de la Academia de la Llingua (1980) ambas fuerzas están a favor del artículo 4º y de la institución). Podría creerse que, en general, las clases altas y la derecha no hablan asturiano y por eso están en contra de sus usos sociales, de su normalización y de la cooficialidad. La cuestión es más compleja. Al menos, las personas de esos grupos que tienen una cierta edad, digamos de cincuenta o sesenta años para arriba, conocen el asturiano y lo usan en ciertas circunstancias -aparte de conversaciones, yo tengo, de alguna de esas personas, cartas escritas con auténtica sabiduría y corrección-. Tal parece que siguiese viva aquella afirmación de Xovellanos en 1791:  "El dialecto asturiano que tratamos de recoger es la lengua viva de nuestro pueblo; todos le mamamos, por decirlo así, con la primera leche; va pasando tradicionalmente de padres a hijos y se continúa de generación en generación. ¿Quién es el que no le habló en su primera edad? ¿Quién el que no le habla todos los días con el criado, el labrador, el menestral? ¿Quién, al fin, el que presente, no se complace en ejercitarle, y ausente de su patria, en recordarle y oírle?" (Carta a A D. Francisco de Paula Caveda y Solares). En el presente, el “entusiasmo” a favor del asturianu, de su normalización, enseñanza y cooficialidad, se halla nada más en la izquierda -al menos en la que tiene voz-. Así, en fecha tan reciente como el 19 de febrero, se votaba en la Xunta Xeneral una propuesta sobre la oficialidad de nuestra lengua. Votaron a favor PSOE, IU y la diputada Covadonga Tomé, 23 votos a favor, frente a los 22 de Foro, PP y Vox: hacen falta 27 votos para modificar el Estatuto, única vía por la que pude declararse la oficialidad de una lengua. Quizás la única novedad es que Foro, que en la anterior legislatura “parecía” estar a favor de la oficialidad, ya no lo está. Ese relativo intercambio de papeles entre grupos socio-políticos constituye una de las peculiaridades de la sociedad asturiana y, en consecuencia, de la dificultad de normalizar la lengua asturiana, normalización cuyo elemento crucial es hoy, más que otra cosa, su mantenimiento como lengua viva, transmitida de generación en generación, proceso que está en acelerado deterioro, al menos en términos mayoritarios, lo que no quita para que existan hablantes fieles, de edades variadas pero en un número no excesivamente grande para asegurar su viveza en el futuro. Prejuicios, radicalismo, desconocimiento, una vergüenza hacia la propia lengua que viene de atrás, la falta de ejemplaridad en el uso cotidiano, todo ello pone en muy difícil situación el asturianu. Y lo curioso es que muchos de quienes dicen defenderlo no dan muestra de ello; otros, que dicen amarlo, no dan traza de ello, evitando usarlo en cualquier circunstancia y motejando a quienes lo defienden o atribuyéndoles no se sabe qué beneficios u oscuros motivos. Porque una lengua es un producto social, que solo vive en el uso y en el prestigio. Y, hoy en día, además, de mediante su enseñanza y de la visibilidad en los medios escritos y audiovisuales y en las redes sociales, en la mostración, ejemplo y cotidianeidad, en el mercado diario de la conversación, especialmente, en situaciones sociales relevantes; en su prestigio, en una palabra.

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