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Desgobiernu y merienda de negros (esto ye, de socialistes)

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Rubalcaba (que, en siendo miembru'l Gobiernu, quitó nel 2008 l'mpuestu patrimoniu): va afectar a unos 300.000 contribuyentes.

Blanco (que, en siendo miembru'l Gobiernu, quitó nel 2008 l'mpuestu patrimoniu): va afectar a unos 90.000 contribuyentes.

Salgado  (que, en siendo miembru'l Gobiernu, quitó nel 2008 l'mpuestu patrimoniu): "nun se sabe si lu vamos poner esti vienres (esto ye, güei, dientro unes hores) o non, nin cómo va ser, nin a quiénes va afectar.

El "Fenómenu". Pesie a ser el "fenómenu" nun se manifiesta.

El Pater familias (esto ye, El País, que, "en siendo miembru'l Gobiernu", quitó nel 2008 l'mpuestu patrimoniu): va afectar a unos 150.000 contribuyentes.

Asina nos vienen desgobernando dende 2004: autenticu socialismu, merienda de prietos. Yá saben: progresismu.

¡A ver lo qu'acaba saliendo güei del Conseyu (que nun tienen) de Ministros (que nun ministren).

Cuatro periódicos condenan la decisión de WikiLeaks de publicar sus cables

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Pues agora descubren que lo que paecía'l mocín de Robin Hood nun yera otra cosa que lo que siempre pareció, un Luis Candelas ensin escrúpulos. Agora acaba d'asoleyar les fontes de dellos cables, poniendo a muncha xente en peligru de muerte. ¡Pues viva la progresería!
Yá se ve que la progresería (non satamente lo mesmo que "la manzorga", non tracamundiar) nun descubré la realidá hasta qu'esta-y asobaya'l focicu y -y estrume los coyones.
¡Pues val!

Abstenerse bienpensantes, sedicentes izquierdistes y buenistes

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Dende munchos ámbitos empiecen a meter el deu nel güeyu de bienpensantes, sedicentes izquierdistes y buenistes (xente too, por cierto, que si Lenin, Marx o Stalin despertasen mandaríen al gulag non por izquierdistes, sinón por fatos y burgueses) a propósitu de la reclamación d'intervención en Libia pa salvar vides humanes. La llista puede ser illimitada, güei bástame equí con copia esti artículu de Javier Rupérez:

Intervenir o no intervenir: esa es la cuestión


Por JAVIER RUPÉREZ Día 07/03/2011

Curioso mundo este, en el que muchos de los que en 2003 calificaron a Bush de genocida por haber intervenido en Irak para expulsar del poder al sangriento tirano Saddam Hussein hoy levantan fervorosamente la voz para reclamar se haga contra el tirano sangriento Muammar el-Gadafi lo que entonces tan vehementemente se condenó. ¿Acaso merece el libio el castigo moral y militar que tan ardorosamente se puso en duda en contra del iraquí? ¿Tuvo este mejores credenciales éticas que aquel? ¿Cuál es el baremo de la indignidad para evaluar si la intervención militar para derrocar al tirano está o no justificada? ¿Sería Obama menos genocida si interviniera contra Gadafi que lo que supuestamente fue Bush al hacerlo en contra de Saddam?

La idea de la «intervención por razones humanitarias», nunca hasta ahora debidamente perfilada en la práctica política o en la teoría jurídica, comenzó a tomar cuerpo después de que la comunidad internacional —delicado eufemismo que normalmente abarca en exclusiva a los países democráticos y prósperos— contemplara con horror retrospectivo, después de haberlo hecho en silencio cómplice y obsceno, la matanza de un millón de personas de la etnia tutsi a manos de los rebeldes hutus en la Ruanda de 1994. Para los que alberguen dudas al respecto o hayan olvidado la historia y no tengan alterado el ritmo cardiaco, es recomendable la lectura del libro que el general canadiense Romeo Dallaire, jefe entonces de las tropas de la ONU en la zona, dedicó a la narración de la barbarie. Cuya memoria estuvo presente en las decisiones tomadas por los Estados Unidos y sus aliados en la OTAN para finalmente decidirse a intervenir, sin autorización del Consejo de Seguridad, en Bosnia y en Kosovo, a finales de los años noventa del pasado siglo, con el objeto de evitar la aplicación sistemática de criterios de limpieza étnica a todos sus adversarios por parte de Milosevic, el hombre fuerte de la Serbia posyugoslava. ¿Vamos a contemplar impasibles cómo el enloquecido y bufonesco coronel de la antigua Cirenaica extermina a sus súbditos y perpetúa su reinado de sangre y sinrazón?

Claro, nunca son fáciles las intervenciones militares. Lo saben mejor que nadie los americanos, cuyo secretario de Defensa, Robert Gates, ha recordado que la imposición de una zona de exclusión aérea significa un previo bombardeo de las baterías antiaéreas y consiguientemente la guerra. Franceses, alemanes, árabes diversos, rusos y chinos, es decir, los sospechosos habituales, se han apresurado a vocear la convencional cautela de los melindrosos. O de los interesados. No quieren intervención. O, mejor dicho, no quieren intervención americana. Sabiendo que no es posible ninguna otra —aunque a los franceses no les temblara el dedo en el gatillo cuando en Chad en 1987 actuaran precisamente en contra de las incursiones libias para preservar la seguridad de sus aliados y la integridad de sus sagrados intereses nacionales—. Es decir, hay intervenciones e intervenciones, según sus protagonistas. Pero ¿qué pasa si los súbditos del tirano de la jaima empiezan a morir a centenares bajo la atenta mirada de las cámaras de la CNN? ¿Seguirán los biempensantes televidentes occidentales mirando para otro lado? ¿Y qué pasará en el momento de la verdad, cuando, Dios no lo quiera, se imponga la realidad de la barbarie y el Consejo de Seguridad sea incapaz de tomar la decisión de autorizar la intervención militar y la sangre convierta el desierto en un charco viscoso y rojizo? ¿De verdad alguien piensa que con respingos y mohínes se podrá convencer a los Estados Unidos para que observen impávidos desde sus buques de guerra desplegados en las aguas vecinas a Trípoli cómo civiles inocentes son exterminados por la vesania del sátrapa?

Gadafi nos ha roto el guión. Lo de Túnez y Egipto había transcurrido tan bien, con los autócratas optando prudentemente por la retirada tras unos breves y en gran medida incruentos escarceos, que pensábamos que era orégano todo el monte de la transición árabe a la democracia. Pero el asesino de Lockerbie está hecho de otros mimbres, y evidentemente, como su colega el mesopotámico Saddam Hussein, quiere morir matando. La lógica y la responsabilidad del momento demandan lo primero y exigen poner coto a la segundo. Caben muchos circunloquios, análisis, esperas, observaciones, verificaciones y certezas, y toda prudencia será poca a la hora de tomar la gran decisión, si de intervenir militarmente se trata. Y no es cuestión de condicionar el desenlace: ojalá la razón inunde su turbada mente y decida poner pies en polvorosa y buscar acomodo en Venezuela, o en Cuba, o en Nicaragua, donde encuentra seguro los abrazos fraternales de sus conmilitones Chaves, Castro y Ortega. ¡Menudo póquer de ases harían los cuatro juntos! Pero allá, al final del proceso, agotadas todas las posibilidades, descartadas por imposibles otras opciones, cuando se llegue a imponer la realidad de la inminente catástrofe, la cuestión seguirá siendo si se interviene o se deja de hacerlo. Momento de la verdad en el que tienen poco espacio los tiquismiquis jurídicos, dicho sea con el máximo respeto a los que de ellos viven y por ellos juran.

Ha estado sobradamente en su sitio el presidente Obama al indicar a Gadafi que su tiempo ha terminado, mientras recordaba que para su país, los Estados Unidos, todas las opciones para el tratamiento de la crisis estaban sobre la mesa. Incluyendo la intervención militar. Al hacerlo seguramente habrá recordado que su antecesor en la Casa Blanca se vio parejamente en similar tesitura: un tirano harto de fechorías al que hubo que extender también un perentorio ultimátum bajo la amenaza, luego cumplida, de la acción bélica. Y este, Obama, como aquel, Bush, procurará que si la dura decisión se adopta sea bajo la clámide protectora del Consejo de Seguridad, y si posible incluso con el asentimiento de todos sus quince miembros. Pero si el Consejo de Seguridad —es decir, algunos de sus miembros permanentes— no quiere considerar el tema, o si haciéndolo no desea conceder su plácet, ¿dejaremos que los esbirros del exótico coronel se ensañen impunemente con los que piden su destitución?

Sí, claro, ya lo sabemos, son cuestiones complicadas estas de la paz y la guerra, y nunca es aconsejable la precipitación, y todas esas cosas, pero si los verdugos matan y los inocentes mueren y hay medios para impedirlo nunca faltará la razón para intervenir y, en la medida de lo posible, salvar la vida de los que están a punto de perecer. Está en juego su integridad. Y su dignidad. Y la nuestra. La jaima de Gadafi ya no tiene sitio en que desplegar su inicuo folclore.

JAVIER RUPÉREZ ES EMBAJADOR DE ESPAÑA

ABC del 07/03/2011

Enseñanza, pedagoxía, progresismu y otres

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Un seguidor del blog y activu blogeru (Carlos X.) dexa esti guañu nun retueyu de mio, onde comentaba un testu de Gregorio Morán sobre la enseñanza. Polo que veo, merez la pena lleeles, anque nun se comparta la filosofía vital básica del emisor: ello nun ye torga pa tar d'alcuerdu con munchos de los análisis y les propuestes:

http://www.lahaine.org/index.php?p=41572

http://www.lahaine.org/index.php?p=41289

http://www.lahaine.org/index.php?p=398900705

http://www.lahaine.org/index.php?p=38803

http://www.lahaine.org/index.php?p=38607

Francia trema: recordando les mentires y babayaes del PSOE

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¿Recuerden la entrevista d'El Mundo a Zapatero en xineru de 2008? ("aún" recoyida na WEB oficial del PSOE):
«..."Acaban de darse las cifras de renta per cápita de 2006 y ya estamos por encima de la media europea. Y superamos a Italia (...) y en el 2013 igual hemos superado en renta per cápita a Francia", reitera.

Zapatero rechaza de forma categórica que España se encuentre en crisis económica. "En absoluto, eso es una falacia. Puro catastrofismo", subraya el jefe del Ejecutivo, tras insistir en que la economía está creciendo por encima del 3% y que un crecimiento por debajo de esta cifra seguirá siendo "bueno" y permitirá crear empleo y registrar superávit....»

Progresismu n'estáu puru

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Les babayaes d'Evo Morales diciendo que los tranxénicos y la carne de pollu hormonáu yeren la causa de la calvicie y la homosesualidá n'Occidente son progresismu n'estáu puru.

¿Que a daquién-y paez mal o nun lo cree?

Que repase por favor lo que ye'l progresismu nestos años y que piense si estes bocayaes podríen tenese dicho n'otru ámbitu que nun fuere'l de la mística naturo-progresista, tan aplaudida, que nun ye más que'l trunfu de la irracionalidá, la mística y el pensamientu metafísicu.

Progreseríes, con una palabra específica.


PROFESORADO Y DISCURSO CONSERVADOR

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Hablar de la enseñanza en este país es enormemente aburrido, por reiterativo e inútil. Con todo, y al calor de la polémica desatada por doña Esperanza Fuenciscla Aguirre y Gil de Biedma, y en vista de las numerosos regüeldos emitidos por el decir morciellesco, digamos algo.

En primer lugar, sobre las dos propuestas de la doña. ¿Qué efectos tendría la consideración de “autoridad pública” para los docentes? En primer lugar, la obvia: las penas por agresión a quien goza de una figura así son mayores (como, por otro lado, ha recordado la Fiscalía General del Estado). ¿Limitaría esa consideración algunas vejaciones o lesiones? Es posible. En todo caso, llama la atención que quienes piden más leña para evitar que nadie conduzca a velocidad o habiendo tomado un vaso de vino, demandan más palo para que nadie fume en público, exigen más látigo para los abusones de mujeres, entiendan, sin embargo, que la amenaza de más penas para los agresores de profesores no tendría efecto disuasorio alguno.

Pero es en un ámbito más trivial y cotidiano donde la figura legal adquiriría más importancia, en el del valor del testimonio o palabra del profesor con respecto a las faltas o transgresiones del alumno hacia sus compañeros o hacia el propio docente. En efecto, el sistema de prejuicios o supuestos que rigen las relaciones en la enseñanza se basa en dos patas: la primera, que el alumno es un dechado de perfecciones; la segunda, que el profesor es un acúmulo de error y maldad. Sobre ello, para corregir las conductas inadecuadas o perjudiciales de los alumnos, se ha montado un procedimiento parajudicial donde la palabra del discente tiene tanto valor como la del docente. De ese modo, las aseveraciones del maestro sobre la conducta impropia del escolín pueden verse sometida a contradicción, hasta el punto de que, a veces, ha de buscar testigos para acreditar la veracidad de sus afirmaciones (que el alumno faltó a un compañero o acosó a una compañera, que dijo o hizo tal o cual cosa en clase, etc.). Que un sistema que debería ser jerárquico convierta al profesor no ya en un mero “primus inter pares”, sino en un “primo” entre iguales, que se equipare la persona de un rapazacu y su palabra con la de un profesor no es, evidentemente, nada que refuerce la autoridad del docente y su capacidad para ejercerla.

Lo de la tarima es una de esas gilipolleces castizas del país. Fueron suprimidas en los primeros años del PSOE y la LOGSE con una serie de argumentos típicos del pensamiento tarambánico-progresista: “que si fomentaba la desigualdad entre el profesor y el alumno”, “que si era autoritaria” y otra serie de rutios de la misma molienda. La verdad es que la tarima es un instrumento útil: hace, de un lado, que el alumno vea mejor la pizarra (al estar más arriba), que oiga mejor (al proyectarse sin obstáculos la voz), que vea las expresiones de quien explica; de otro, al no dejar alumnos en la desenfilada, permite al docente controlar mejor la clase y da menos cobertura al alumno para distraerse o hacer el gamberro. Pero, en fin, ya saben ustedes, fue condenada como uno más de los instrumentos del autoritarismo fascista. ¡Díxolo Blas, divinas palabras!

En torno a la polémica se ha levantado una montonera de voces; un número no pequeño, las provenientes del conservadurismo progresista, de aquellos que están en desacuerdo con la realidad (protestan también contra la indisciplina, lamentan la falta de autoridad del profesor, etc), pero, en la práctica, no desean nunca que cambie nada. De entre esta caterva, destacan dos tipos: en primer lugar, los que podríamos llamar los «nihilistas», para los que ninguna propuesta concreta de las que efectivamente se hacen resuelve nunca nada, mas no dicen jamás qué medida factible propondrían ellos, aparte claro está, de «arreglarlo». Al lado están los «holísticos», aquellos para quienes tales o cuales medidas concretas, no estando mal, no tienen importancia, lo importante es arreglar «el todo»: la familia, la sociedad, los valores del mundo contemporáneo… Lo cual, mutatis mutandis, viene a ser, en un caso, como rechazar por inválidos todos los tratamientos para un enfermo, sin darle ninguno; en el otro, proponer que, en lugar de proporcionarle pastillas para la alergia, solucionemos antes la polución medioambiental a fin de que, así, en un futuro, desaparezca la enfermedad.

Puro conservadurismo, teñido, en la mayoría de los casos, de equilibrismo pilatesco: si hay que acusar a la izquierda de responsabilidad en el estado de cosas actual, corramos a censurar a la derecha por lo que no pudo hacer, o por lo que podría haber hecho si la hubiesen dejado, o por las intenciones impuras con que hace las propuestas bien hechas, o acusémosla, incluso, de haber hecho lo que nunca hizo.

Falsa conciencia. Alienación de la persona en el discurso. Conservadurismo progresista.

Miguel Iglesias Ballina: presos de sus propias fábulas

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Na Nueva España del 22 de xunu, apaez una entrevista con Miguel Iglesias Ballina, secretariu d'empléu de CCCOO. Ellí, ente otres coses, cuéntanos que «Siempre tuve clara la diferencia entre el compromiso político y sindical -que es parte fundamental de mi vida- y la afición por el fútbol y la simpatía por el Real Madrid, que son cuestiones que ocupan un plano muy secundario en mis preocupaciones y no dejan de ser un entretenimiento. Por eso, en ningún momento tuve problemas para compatibilizar mi ideología de izquierdas y mi afición por el fútbol y por el Real Madrid».

Pues, bueno, ta bien, ¡como si ficiese falta xustificalo! Pero seguimos:

«Había muchos prejuicios en aquella época entre la izquierda y la progresía por la utilización que el régimen franquista hizo del fútbol para tener entretenido al pueblo».

¡Home, yá nos gustaría saber por qué'l fútbol yera "alienante" o emplegáu pol Réxime n'época de Pachu y agora non! Si entós había, a tolo más, un partíu a la selmana, y agora hai casi ún tolos díes y los fines de selmana cinco, seis o siete, ¿qué ye que nun ye agora mayor la utilización del fútbol por parte'l Réxime (del PSOE y sindicatos gabita)? ¿O ye que'l fútbol yera alienante con Pachu y agora yá nun lo ye?

¿O nun taremos más que xustificando les babayaes qu'un día dixéramos -la izquierda y la progresía- ensin ser quién a decatanos o a confesar qu'aquello que decíamos nun yera más qu'eso: fataes, mazcayaes, fatures, tochures, babayaes, progreseríes?

P.S. La semeya "róbola" na Nueva España a Jesús Farpón.