Los primeros días del año 2009 publicaba aquí, en LA NUEVA ESPAÑA, un artículo titulado «¿En el 2011? Permitan que lo dude» (leanlo AQUÍ, y no se pierdan los comentarios que de dos amables lectores hacían en aquella fecha -por cierto, la IP del segundo nos lleva hacia unas siglas conjuntas. JLRZ & CM & J.Fernández, ¿quiénes serán?-), donde expresaba mi escepticismo sobre la previsión del Gobierno de empezar a crear empleo «de forma apreciable» en dicho año, es decir, en este que lleva ya cuatro meses consumidos.
Señalaba yo que, al margen de las cuestiones de la coyuntura internacional y del endeudamiento, España tenía un grave problema en su estructura productiva y apuntaba que, entre otras causas, nuestra economía es escasamente competitiva por trabas burocráticas para la empresa, por la carestía de nuestra energía, por nuestro atraso tecnológico, por el diferencial inflacionista, por los problemas de contratación laboral, por estrangulamientos y oligopolios en el sector comercial. Frente a ello, pronosticaba yo, el Gobierno no ha tomado ninguna medida ni la va a tomar en el futuro.
¿Las ha tomado? Hemos de decir que, salvo las relativas a la aminoración del déficit (los salarios de los funcionarios, la congelación de parte de las pensiones, las discutibles reducciones de las partidas de inversión del presupuesto) no ha tomado ninguna que prestase. Incluso, la tan cacareada reforma laboral no contiene en sí ningún elemento que pueda calificarse de «reformista (ya no de «eficaz», que es otra cuestión), por cuanto que la limitación de las cuestiones abordadas (han quedado fuera algunas importantísimas, como las relativas a la negociación colectiva) y la indefinición de las que sí se han plasmado en el texto legal convierte la ley en una castaña folleca.
Que ello es así lo confirma no únicamente el examen de la actividad del Gobierno y la del partido (y partidos) que lo sustentan, sino, especialmente, el escrutinio de nuestra realidad y la comparación con otros países semejantes al nuestro. Pues, efectivamente, mientras la recuperación ha comenzado en ellos, nosotros seguimos aún sin crecimiento apreciable y, sobre todo, destruyendo empleo. No es difícil, por lo demás, pronosticar que la situación va a continuar de forma semejante dos o tres años, o aún más, si no se toman medidas para intentar corregir los problemas de nuestra economía productiva.
Enfrentarse con la solución de los mismos exige querer mirar de frente la realidad y escrutar cada uno de sus escollos, sin las anteojeras del prejuicio; liberarse de los compromisos e intereses sociales y grupales que puedan limitarla o impedirla; querer afrontar los riesgos y la impopularidad que pueda tener esa solución.
Porque, aunque las opciones son limitadas, existen vías de salida: algunas he expuesto aquí mismo, en LA NUEVA ESPAÑA, hace dos meses, en «El punto de ignición». ¿Están capacitados el Gobierno y el PSOE para identificar esas vías y poner en marcha medidas para que, a su través, discurra la realidad? Lo dudo.
Como el pollín de Buridán, se hallan presos de su indecisión, no entre dos bienes iguales, sino entre varios pares de pulsiones o necesidades de idéntica tracción para su volición: la realidad y su discurso (o prejuicio) acerca de la misma; las necesidades del país y sus anhelos electorales; los requerimientos de la UE y los mercados frente al deseo de gobernar en clave meramente política (esto es, «discursivo-seductora»); las exigencias del Gobierno del Estado y los compromisos con sus socios, sus conmilitones y su entorno mediático. Que, por ejemplo, tras seis años de inacción, sigan confiando la acción de gobierno a las negociaciones entre sindicatos y patronal es una muestra patente de esa incapacidad (o ineptitud) buridaniana.
Lo que a ellos, en realidad, les apetecería poner en práctica sería aquella medida que Jerjes I tomó contra la mar de los Dardanelos cuando ésta tuvo la osadía de destruir su puente de barcas: azotarla. Pues insolencia tal de la realidad, mostrarse indomesticable por los sueños y los propósitos de los socialistas, nunca debería consentirse. Así que es posible que ésa sea la única medida que lleven a efecto finalmente: castigar la realidad con el zurriago de su acción de gobierno, ¡por insolente y rebelde!
Aunque, a lo mejor, se conforman con azotarla en nuestras espaldas, más a mano y más concretas que las de la genérica «realidad».
Pero, ¡madiós!, ahora que lo pienso, ¿no es esto lo que llevan haciendo con nosotros desde hace más de un lustro?
Pero, ¡madiós!, ahora que lo pienso, ¿no es esto lo que llevan haciendo con nosotros desde hace más de un lustro?
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