Los resultados electorales del próximo día 22 se presentan extremadamente inciertos. Además dificultarán, seguramente, la formación de una mayoría de gobierno. Pero sean cuales sean esos resultados y esa mayoría, los asturianos tenemos enfrente una serie de retos que habrá que afrontar y resolver, si no queremos seguir el camino descendente por el cual desde hace décadas nos precipitamos. Porque podría decirse que, de forma sistemática, cuando España va bien, Asturies va regular, y que, cuando España va mal, Asturies va peor.
Algunos de nuestros problemas son obvios: la baja población activa, la emigración de los jóvenes, los bajos salarios. La dificultad es cómo trazar la buena senda. Sin duda, las políticas utilizadas hasta ahora han constituido un fracaso, así como algunos de los instrumentos que las configuran o las gestionan, como ese primorriverismo llamado «concertación». Incluso, un teórico esfuerzo inversor extraordinario, como los «fondos mineros», ha resultado un chasco por lo anómalo —desde el punto de vista administrativo y democrático— de su gestión. Además de cambiar esos «vicios», es necesario un esfuerzo extraordinario coyuntural de apoyo a cualquier empleo que se constituya, sin condicionamientos previos. Una mayor oferta —y, sobre todo, abaratamiento— de terreno industrial y la rapidez en su gestión son también necesarios, como, asimismo, la simplificación y agilización de los trámites ante todas las administraciones.
Pero Asturies tiene también un gravísimo problema de democracia y libertad. Es conocido, por ejemplo, que el empleo público —incluso el más efímero y peor pagado— acaba siendo en gran medida (como demuestran centenares de sentencias) una especie de botín que se reserva para los próximos, los agradecidos o, al menos, los que callan. En una palabra, la administración ha sido secuestrada para beneficio de una parte de la sociedad. El correlato de ello es un miedo (o prudencia) bastante extendido, que invita al silencio y al vasallaje para no caer mal o ser excluido. Que el mérito y la capacidad sean los únicos requisitos para el empleo público, que la administración actúe con transparencia y al servicio de los ciudadanos (y no como un órgano inquisidor); eliminar el temor y devolver la libertad a los ciudadanos no sólo son objetivos políticos o morales, lo son también económicos.
Asturies debe librarse, asimismo, de la mentalidad de castración o impotencia que nos caracteriza en tantas ocasiones. La idea de que «somos menos que un barrio de Madrid» y que, por tanto, poco podemos hacer es uno de los discursos que más daño nos hacen —y que tanto favorece a quienes disfrutan del poder—, imponiendo la resignación, el conformismo, la sumisión. «Ser no es tanto ser cuanto querer ser». Israel es pequeño, por ejemplo. Navarra es menos que nosotros.
Nuestra identidad (tantas veces despreciada por tantos) debe ser no solo un elemento de orgullo, sino un instrumento de promoción y captación de inversiones y turistas. Es, por ejemplo, inaceptable que, por nuestra cobardía, Euskadi sea un destino sidrero, mientras nadie sabe de nosotros en ese aspecto. No «vender» nuestro arte asturiano, nuestra singularidad histórica como cabeza fundadora de Europa, no constituye únicamente una traición y un desprecio a nuestra historia y a nuestros mayores, es un despilfarro. Cultura e identidad, en una palabra, deben ser una industria y un incentivo en la promoción de nuestra imagen.
Asturies necesita una decidida internacionalización y una profunda modernización. Esa modernización no sólo debe abarcar cuestiones de la técnica y la investigación, sino una radical transformación de nuestras estructuras mentales —tan apegadas al pasado, tan conservadoras— y del discurso público dominante, tanto en lo social como en lo económico. Pues lo más definitorio de nuestras políticas y nuestros discursos es la idea de que podemos vivir en el mundo contemporáneo al margen de su realidad, y de que es posible resolver el futuro con soluciones del pasado que ni en el pasado fueron eficaces. Modernización, pues, económica y productiva, pero también social y de disposición receptiva y proactiva ante la realidad del mundo contemporáneo.
La reforma estatutaria (hasta ahora solo hemos padecido reformas foráneas contra nuestros intereses) es, de igual modo necesaria. Los asturianos no somos más que nadie, pero tampoco menos. Una reforma estatutaria, pues, que nos iguale con el que más en capacidad y decoro político; una reforma que mejore nuestra financiación. Porque, por otro lado, los asturianos no tenemos un problema de «poca España», sino de «poquísima Asturies».
Es obvio que enfrentar estos retos y solucionarlos requiere actores que, en primer lugar, quieran verlos; que sepan, después, analizarlos correctamente y proponer soluciones adecuadas en el mundo de hoy y de cara al futuro; que tengan voluntad de hacerlo y que no sometan los intereses de sus teóricos defendidos (los asturianos) a intereses foráneos o a los dictados que les lleguen de fuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario