Ayer, en La Nueva España: Todos a la escuela

 


                             TODOS A LA ESCUELA

 Los demás. En Europa, y, en general, en el resto del mundo, las aulas están abiertas. Con enseñanza presencial. ¿Hay contagios? Los hay. ¿Se cierran aulas o colegios? Se cierran, pero su cierre es coyuntural y la tendencia y la voluntad es que la enseñanza siga siendo presencial. Y si eso lo hacen los demás, ¿por qué nosotros vamos a ser distintos? Y por si anima a los reticentes, la comisaria de Salud de la UE, Stella Kyriakides, acaba de declarar que diversos estudios en países distintos indican que “la transmisión de niño a niño en las escuelas es rara y que la reapertura de las escuelas no se ha asociado con un aumento significativo de infecciones”.

Escolares y enseñanza presencial. La enseñanza ha de ser presencial. En primer lugar porque se aprende más y mejor en la interacción con el profesor y los compañeros. En segundo lugar porque uno de los objetivos fundamentales de la enseñanza es la socialización del individuo, que solo se produce, obviamente, en relación con los demás. Pero, además, la presencia conjunta en las aulas facilita la adquisición de hábitos que en casa se adquieren con dificultad: la disciplina de horarios y tareas, el contraste de puntos de vista y de discursos ante la vida, los límites sociales...

La experiencia y la enseñanza a distancia. La enseñanza a distancia, que algunos preconizan, no permite evidentemente el ejercicio y adquisición de hábitos y habilidades como los antes señalados. Su efectividad, además, no se sustenta en que el alumno tenga buen ordenador y buena conexión a internet, sino en el tipo de familia que tenga y, por tanto, en el ambiente en que se mueva. Por otro lado, la experiencia de estos pasados meses de encierro nos ha enseñado algunas cosas: un porcentaje no pequeño de alumnos no se ha conectado con sus profesores, lo ha hecho a destiempo o no ha realizado las tareas. Pero, sobre todo, la experiencia común es que los mozos se han sentido desanimados y desmotivados, con poco estímulo para realizar sus tareas o marcarse obligaciones. Que luego el número de aprobados haya sido el más alto de toda la historia, incluidas las pruebas de selectividad, constituye una prueba del fracaso de la enseñanza en ese período (y de otras cosas).

Los padres, su miedo y su trabajo. Entiendo que muchos padres tengan miedo por lo que les pueda pasar a sus hijos. Ahora bien, me hago algunas preguntas. ¿Parte de esos padres temerosos son algunos de aquellos que tienen a sus hijos circulando en la proximidad de las  terrazas, o con ellos, mientras toman algo? ¿Aquellos que les permiten jugar con otros sin apenas mantener los cuidados pertinentes? Pero, sobre todo, una fundamental. Aquellos que no quieren que sus hijos vayan a la escuela en esta situación, ¿cómo van a cuidarlos? ¿Trabaja uno solo de ellos? ¿No trabaja ninguno? ¿Piensan dejarlos con familiares mientras trabajan? Un censo de estas situaciones nos daría un interesante panorama sobre el empleo, el paro y otras cuestiones conexas en España.

El trabajo y la empresa y el Gobiernu y el Gobierno. El Gobiernu ha tomado una serie de decisiones sobre la escuela y su organización que tienen consecuencias sobre el trabajo de los padres y las empresas. La primera, retrasar el comienzo de curso. ¿Los padres que tienen que trabajar qué hacen en tanto? Parece, por otra parte, decidido a que, a partir de segundo de la ESO, la mitad de los alumnos alternen la escuela presencial con la de sentados en casa. ¿Quién está en el hogar con ellos mientras tanto? Porque parece olvidarse que, suponiendo que los padres tengan empleo, han de abandonar su puesto de trabajo durante esos períodos, con lo que eso entraña no solo en lo relativo a su salario, sino con respecto al normal funcionamiento de las empresas y su sostenibilidad. ¿Quién paga esos salarios? ¿Los pierden ellos? ¿Los pierde la empresa? Y, por otro, lado, ¿está legislado cómo solventar esas ausencias, en materia de salarios, en materia de permisos, en materia de costos empresariales? Pues no. Ya ven, Demóstenes-Celáa dice que hay que legislar, Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo, dice que ya está resuelto, pero no es verdad, lo que hasta ahora había legislado con carácter temporal, el plan Me Cuida, que impulsa los acuerdos personales entre la empresa y el trabajador, termina su vigencia el 22 de septiembre.

¿Quieren que, al respecto, les diga algo sobre este Gobierno? ¿Para qué? ¿Han pensado ambos, siquiera, Gobiernu y Gobierno, sobre estas cuestiones? ¿Han buscado soluciones? Ustedes mismos. De nuestro Gobiernu se puede decir, además, que llevado por su celo, pretende que los padres firmen un “compromiso de responsabilidad”, según el cual no llevarán a sus hijos a los colegios si tienen fiebre o “síntomas compatibles con el coronavirus”, es decir, tos, carraspera, mocos, dolor de garganta… ¿Esto tipos saben lo que es un invierno? ¿Saben lo que son los rapazos de poca edad durante esa época, afectados frecuentemente con “síntomas compatibles”?

Las empresas, el empleo y la natalidad. ¿Y alguien ha pensado, a todo esto, en las empresas y, por ello, en el empleo? ¿Saben lo que supone que los puestos de trabajo se vacíen de forma imprevista y queden sus funciones sin cubrir? ¿Piensan que todo ello va a animar a contratar padres con hijos o con posibilidades de tenerlos? Porque no es solo una cuestión de salarios ni de ganancias, sino también de seguridad en el cumplimiento de los compromisos con terceros y, en último término, de competitividad y supervivencia. ¡Buen estímulo para el crecimiento demográfico!

¿Cómo dicen que decía Xovellanos en su delirio de muerte? ¡Ah, sí!: «¡Nación sin cabeza!».

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