Párrocos censores, jueces justicieros

Ayer, en La Nueva España PÁRROCOS CENSORES, JUECES JUSTICIEROS Sucedió en Grao. El dueño de una discoteca publicita una caravana de mujeres para conocer solteros. Organiza el baile y pone gratis el autobús de ida y vuelta desde distintos puntos de Asturies. Como aquellos párrocos que vigilaban con celo el escote o la longitud de la falda de las mujeres, enseguida aparecen quienes lanzan gritos de censura: «Es intolerable, constituye una cosificación de la mujer». Y, a continuación, los alaridos recorren Asturies: asociaciones feministas, partidos políticos, sindicatos y sindicalistas, todos corren a escandalizarse y a pedir la suspensión de la fiesta/encuentro. ¿Las mujeres que concurriesen iban a ir obligadas de alguna forma?, ¿pagadas?, ¿secuestradas? De ninguna forma, irían —hasta cincuenta se habían apuntado— porque querían. ¿Dónde estaba, pues, el motivo de escándalo? ¿Acaso no ocurre lo mismo en los portales de citas de interné en que las mujeres que quieren ponen sus datos para que contacten con ellas? ¿O en los encuentros de ese tipo que aparecen por televisión? ¿Cuál es la diferencia? Seguramente en que lo de la discoteca era más antiguo, más «primitivo», menos «cool». (Bueno, y, a lo mejor, que ocurrió en el líquido amniótico de Grao y Asturies). Pero en esa unanimidad en el griterío, en ese propagarse el escándalo con más velocidad que un fuego impulsado por el viento ábrigu, confluye también el miedo al ex illis es, ya saben aquella acusación de ser marrano, de no ser cristiano viejo, con que en el Retablo de las Maravillas cervantino todos aseguran ver lo que no ven, para no ser tenido por uno de «ellos». ¡Y qué desconocimiento de las mujeres! No de la mujer en abstracto, ni, por supuesto, de todas las mujeres, sino de muchas, de su infinita variedad de seres y quereres. ¿O es que piensan que esas cincuenta mujeres apuntadas a la caravana, sobre no ir obligadas, iban desesperadas por casarse o ligar? Pues en variadas proporciones, en el conjunto y en la misma persona, irían por escapar del aburrimiento, por viajar, por bailar, por la folixa, por un ligue ocasional, por reír, por… ¿Y no es, en el fondo, ese desconocimiento menosprecio? ¿No supone un mirar desde arriba a esas mujeres a las que se supone víctimas arrastradas contra su voluntad o por su escasa capacidad para decidir? Por cierto, ¿alguien se ha molestado en preguntarles algo a ellas? ¿Lo que pensaban? ¿Lo que opinan del escándalo y la suspensión? ¿Alguien? ¿Es que no son nadie? Y en otro orden de cosas, ¿no es sorprendente que tras la muerte de la desdichada niña Olivia, presumiblemente a manos de su madre, un juzgado de Castilla-León haga pública una sentencia en la que se condenaba al padre de la niña a nueve meses de prisión por maltrato? ¿Cuál es la razón de esa publicidad, que nada tiene que ver con la muerte de la desdichada niña? ¿Trata esa publicidad de atenuar la presumida culpabilidad de la madre? ¿De justificarla? ¿Se intenta acaso manchar al cónyuge varón para que se vea que, en realidad, en el fondo el asunto no deja de salirse de los cánones de la violencia machista? Para ello se está usando —desde luego, con más o menos disimulo— en las redes sociales y en algunos artículos de opinión. ¿O es todo más sencillo, y no es más que una censura encubierta, un irresponsable pellizco de monja o un evitar el ex illis es de un juzgado, el que condenó al padre, a otro, el que le concedió la custodia de Olivia, que, por tanto, vendría a ser el responsable último de la tragedia? Tendremos que mandar investigarlo al comisario Gorgonio, si es que no está muy ocupado indagando sobre lo que algunos funcionarios xixoneses juzgan gravísimos agravios y llevantos en la última novela de Alejandro Martínez Gallo.

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