Algo sobre la LOMLOE

(Ayer, en La Nueva España) ALGO SOBRE LA LOMLOE Vaya por delante que hay algunos profesores entusiasmados con la nueva Ley de Educación, en especial, algunos de los más jóvenes. Ahora bien, la mayoría, no solo en Asturies, sino en toda España, están en radical desacuerdo con ella, no únicamente en el trágala de los plazos para su puesta en marcha (que tanto las autoridades regionales como las estatales hubieron de modificar a la carrera), sino, especialmente, en el fondo de la nueva Ley, en su «filosofía», que consiste en evaluar, más que por saberes, por conocimientos concretos, por «competencias». ¿Y qué son las competencias. Pues, miren, así las define la OCDE: «Conjunto de conocimientos, habilidades y destrezas que pueden aprenderse, permiten a los individuos realizar una actividad o tarea de manera adecuada y sistemática, y que pueden adquirirse y ampliarse a través del aprendizaje». ¿Entienden ustedes la cháchara? Supongo que, como yo, más o menos. ¿Habilidades y destrezas no son lo mismo? ¿En qué se diferencian? ¿Qué separa actividad de tarea? ¿Lo que es adecuado a un fin no es sistemático, o al revés? ¿Y si uno tiene conocimientos no los ha adquirido a través del aprendizaje, esto es, no los ha aprendido? Pues así es toda la cháchara-jerga de la LOMLOE, la «xíriga», diríamos con propiedad, xíriga, por cierto, vagorosa y cuyo significado preciso, concreto, mensurable, es en ocasiones difícil de fijar. Pero no analicemos ahora toda la xíriga que impregna los cientos y cientos de páginas, miles, de la Ley y sus desarrollos autonómicos. Fijémonos únicamente, en algunos aspectos llamativos de su puesta en marcha. Los invito, para empezar, a leer esta entrevista con la responsable autonómica, la maliayense doña Lydia Espina: https://www.lne.es/asturias/2022/12/24/entrevista-lydia-espina-consejera-educacion-80353408.html. Algunas cosas de las que dice: que las primeras instrucciones de evaluación (en los primeros días de curso) hubo que corregirlas y ampliarlas (es decir, la misma Conseyería no sabía muy bien de qué hablaba respecto a la Ley); que han tenido que realizar (y van a seguir realizando) cursos de formación (como «en todo el territorio nacional») para que los profesores entiendan lo que quiere decir la Ley y lo que se quiere que hagan desde lo que la Ley dice, es decir, manda; que las pruebas de la EBAU, previstas para ya, han sido retrasadas para 2028, porque en este momento y en años sucesivos, contra lo inicialmente establecido, eran inadecuadas o imposibles. Bien, Ministerio y autonomía, tan entusiastas de la Ley, no saben lo que dice, ni conocen las consecuencias de lo escrito. ¿Y qué dicen los profesores? Pues su desconcierto, desorientación y desacuerdo es casi unánime. Vayamos solo a lo que dicen cientos de profesores asturianos en un manifiesto: Una evidencia: «Mal vamos cuando la redacción de la LOMLOE necesita ser "traducida". Esto solo demuestra que se trata de una ley indigerible hasta para quienes la han redactado». Lo que entienden como la realidad profunda de todo el proceso: «Da igual que los alumnos y las alumnas aprendan o no, o que salgan bien preparados para competir en igualdad de condiciones con otros estudiantes. En su lugar se ha primado el papeleo absurdo y se nos ha inundado a los profesores con tareas administrativas inútiles y farragosas sobre las que se ejerce una supervisión desproporcionada por encima de lo que ocurra o deje de ocurrir en el día a día de las clases». O sea, como se apunta en otras muchas declaraciones: de lo que se trata es de que aumente el número de aprobados, sea cual sea su preparación, y de tenerlos entretenidos hasta los 16 o 18 años. Y, en segundo lugar, convierten al profesor, aún más, en un puro burócrata que pasa las clases escribiendo; el tiempo que no es de aula, escribiendo y reuniéndose con otros para «coordinarse». Tal vez otro día volveré sobre «la letra» de la enseñanza, pero déjenme indicar ahora otra de las acusaciones generalizadas de los profesores: que se anula la libertad de cátedra, esto es, que las exigencias tan minuciosas de la programación anulan la variabilidad personal del docente. Olvidemos la solemnidad de la expresión, «libertad de cátedra». Vengamos a la realidad, a pie de obra, al taller. Con su pretensión de nuevos métodos, «situaciones de aprendizaje», «proyectos interdisciplinares», «aprender a aprender», «competencias»…, lo que la nueva forma de enseñanza pretendería es que los alumnos se interesen en lo que se hace en el aula y en que «aprendan a aprender», esto es, por sí mismos. Los legisladores, y sus inspiradores, desconocen la realidad del individuo y del aula. Un porcentaje no menor de alumnos nunca se interesarán por nada o tendrán escaso interés, a no ser que se vean acuciados por la familia o las reconvenciones; una parte de quienes realizan trabajos en común se limitan a ir a remolque o copiar el trabajo de otros más dispuestos; un tiempo no menor de las clases lo debe dedicar el profesor a que sus alumnos aprovechen y se dediquen a sus tareas, sean estas las que sean, sean en común o no, con internet o no; por no señalar aquellas aulas en que el jolgorio no es ocasional. Esa es la realidad, inconmovible, por más que se propongan métodos milagrosos para despertar el interés y la aplicación entusiásticos de todo discente. Lo que quiere decir que cada día que se entra en el aula la programación ha de someterse a las condiciones reales de enseñanza y aprendizaje que se encuentren en ella, tanto colectivas como individuales. Y, por cierto, una parte sustancial de los nuevos aprendizajes competenciales lo constituye la «formación –ahormación, podríamos decir¬¬- del buen ciudadano», en su espíritu de adecuación a la sociedad y en su visión del mundo, lo que antes era la FEN, la «formación del espíritu nacional», solo que esta constituía únicamente una asignatura, concebida como una «maría», y ahora impregna desde la biología a las matemáticas. Risum teneatis?

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