El lecho de Procusto de los tópicos discursivos

(El 29/01/2023) EL LECHO DE PROCUSTO DE LOS TÓPICOS DISCURSIVOS Miro y leo con curiosidad, después con asombro. Una fotografía de sonrientes mujeres jóvenes, recién graduadas en la Escuela de Informática de Oviedo. Y, sobre ella, «Llamamiento de Informática a la chicas: “Os necesitamos”. “Las ingenierías se ven para hombres y hay miedo a no poder sacarlas”, dicen las pocas graduadas en el acto de ayer, que repasó los 40 años de la computación en Asturias». Con asombro: ignoro si de verdad existen mujeres que piensen que determinadas carreras son más difíciles para ellas que para los varones. Pero no creo que sea así, no creo que ninguna mujer se considere inferior al hombre en capacidad o intelecto, por razón de su sexo. Es más, conozco mujeres que han estudiado carreras superiores en los años cincuenta, cuando casi únicamente las estudiaban varones, o ingenierías en los sesenta, setenta y ochenta. Nunca encontraron obstáculos, ni personales ni institucionales. Las únicas trabas que existieron en el pasado de modo generalizado fueron las económicas, que, con el tiempo, con la mejora de las rentas familiares o las becas, han ido disminuyendo. Dicho de otra forma, cada persona –varón o mujer- está capacitada para estudiar cualquier cosa y estudia aquello que le apetece. Ahondo más, y veo que existe un lamento muy extendido porque en determinadas carreras técnicas, no en todas, existe una baja inscripción de mujeres. ¿La razón? Si observamos los discursos del feminismo profesional, las causas serían la educación sexista, los estereotipos de «género», etc. Lo curioso es que ese desdén (no incapacidad) de las mujeres por determinadas carreras técnicas no solo se da en España, también en los países que pudiéramos llamar más igualitarios y donde, desde luego, la mujer ha alcanzado altas cotas de emancipación antes que entre nosotros, en Finlandia, por ejemplo, o Noruega o Suecia. Parece, pues, que es difícil atribuir esa resistencia a embarcarse en determinadas carreras técnicas a condicionamientos culturales geográficos o de educación y estímulo. ¿Cuál es, pues, el problema? A mi juicio, el problema está en el planteamiento, en el tópico del igualitarismo (no de la igualdad). Según este, que es uno más de los discursos de «lo políticamente obligado», si no quiere uno quedar como un demodé o alguien que argumenta contra la razón, en cada carrera, empleo o actividad debería haber el mismo número de mujeres que de hombres, lo contrario sería un atentado contra lo conveniente y necesario, contra lo metafísicamente justo, que es obligado corregir. Ahora bien, para empezar, fijémonos en la mirada estrábica de los discurseantes. Cuando las mujeres superan a los hombres en determinadas profesiones o estudios, en la enseñanza, por ejemplo, en medicina, en el funcionariado (las mujeres -31.880-, casi triplican a los hombres -11.691- en la actual plantilla del Principado), ¿alguien requiere la adecuación de las cifras al teórico canon ideal igualitario? Nadie. Nunca. Se trata, pues, de un discurso que pretende que la realidad se adapte, velis nolis, a su lecho de Procusto en la medida en que a sus emisores les interesa aplicarlo para reforzarse a sí mismos (en su identidad, en su poder, en su apego al tópico para no segregarse de la opinión común), no para ajustar el mundo a su estándar teórico. Pero analicemos en concreto alguno de los argumentos, el de la temprana educación sexista, por ejemplo. ¿Es razonable pensar que por jugar más con muñecas las mujeres se sientan, globalmente, más inclinadas a ser médicas, enfermeras, enseñantes o funcionarias? Admitámoslo. ¿Y entonces por qué tantos varones, que juegan con pistolas o soldados, son también médicos, enfermeros, o funcionarios? ¿Y el limitado número de mujeres que entran en esas carreras técnicas lo son a pesar de esa educación sexista? Pero, sobre todo, ¿no constituye un agravio o un menoscabo de sus capacidades el pensar que las mujeres que no optan por las ingenierías o por ciertas carreras técnicas (en todo el mundo) lo hacen constreñidas por la educación de su infancia o por la presión social, que no son capaces de superar? ¿No las disminuye eso o las infantiliza? En realidad, las pretendidas «causas» de esas diferencias o preferencias no son tales «causas», sino meras partes del mismo tópico discursivo prejuicioso. Lo que no se quiere entender ni aceptar es que, en virtud de sus preferencias o inquietudes, las mujeres -como los hombres e iguales a ellos en capacidades- adoptan sus propias decisiones, que no siempre llevan el mismo camino que las de los varones ni se adaptan necesariamente a aquello que los discurseadores del teatral ídolo (en el sentido de Bacon) igualitarista dicen que deberían adaptarse.

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