Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
El lenguaje como ocultación y celada
(Ayer, en La Nueva España)
EL LENGUAJE COMO OCULTACIÓN Y CELADA
Asombrado. Absolutamente. Al modo de Teodoro, «Pensatible, plasmáu y silenciosu, como’l pitu a la vista del raposu». Nunca pensé que llegaría a sentir en esos términos a un Presidente del Gobierno, no en un mitin, sino en su calidad de tal y desde Bruselas: «Estamos ante un complot de la derecha política, mediática y judicial para amordazar el Parlamento», dijo, ante el recurso del PP al Constitucional para eliminar de la Ley-botillo (ya saben que en la elaboración de este entran partes variadas del cerdo, hasta huesos, en algunas especialidades) de la evaporación de la sedición del Código Penal dos piezas relativas a la reforma de las mayorías para nombrar magistrados en el TC.
No desconocen que una parte sustancial de la actividad política consiste en mantener en permanente estado de excitación a los fieles (aun ante los errores o los resbalones propios, incluso más en estos casos) y suscitar la duda o la retracción si no en el otro bando, sí en los indecisos. En esa práctica habitual hay que entender estas declaraciones, ¡pero aun así, en este caso…! Siempre esperamos en las máximas autoridades del Estado un cierto decoro que contenga su hybris y disimule su interés.
Aquí tienen otro ejemplo. Digital de LA NUEVA ESPAÑA del primer día del año. El Putin: «Occidente mintió sobre la paz a la vez que se preparaba una guerra». Ya saben ustedes: fue la OTAN (en realidad, EEUU, quiere decirse) quien invadió Ucrania, quien masacra a sus habitantes y destroza sistemáticamente sus infraestructuras. Ocultación y excitación para los suyos, celada que trata de engañar al otro o a quien no tiene bando. Y no lo crean inútil, esa argumentación de Putin la habrán visto ustedes aquí en Occidente muchas veces, en medios de comunicación, incluso, no solo en las redes sociales.
En torno a las declaraciones de Sánchez-Castejón se levantó un innumerable griterío de corifeos acusando de golpe de estado a la derecha por «amordazar el Parlamento», y a los seis magistrados «conservadores» del Constitucional de actuar el dictado de quienes los propusieron. Flaco favor, otra vez, a las instituciones. Porque si el juicio de los magistrados conservadores no es más, como se acusa, que la voz de su amo, el de los «progresistas», que votan también unánimes y en sentido contrario, es entonces, asimismo, «la voz de su amo». Es decir, que los enjuiciadores carecen de juicio propio, y que el Tribunal Constitucional y otras magistraturas no tienen ningún sentido, puesto que su voto, como la vida de rey Baltasar, según la mano premonitoria, está «contado, tasado, dividido».
Junto con las acusaciones de «golpe de Estado» o conspiración para ello, corrió otro pensamiento celada, el de que las decisiones de los órganos de soberanía no están sometidas a ninguna otra instancia, se hallan por encima de la Ley. Como si se tratase de los antiguos reyes absolutos, ungidos por Dios, o de los caudillos cuya unción divina en las monedas constaba también.
La regurgitación tuvo su éxito. Aquí, entre nosotros, la repitió un edil xixonés ante la decisión del Grupo Covadonga de llevar a los tribunales una decisión municipal: «No es bueno intentar anular los acuerdos de la soberanía popular». ¡Cómo si no hubiesen sido los tribunales los que nos libraron de los abusos en el IBI, en la tasación del valor de la vivienda, en los desmanes urbanísticos, y en tantas cosas!
¡Esa pretensión de ser irrevocables e infalibles, como si estuviesen tocados por el mandato divino, y los demás diésemos eso por bueno!
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