George Steiner en nenyures

(A propósitu del discursu de George Steiner nel tetaru Campoamor en 2001, a favor de les llingües minoritaries, al entregáse-y el Premiu Príncipe d'Asturies de Comunicación y Humanidaes) Y, cual siempre sucede en este mundo, Aunque esto clama al cielo, clama en vano Ramón de Campoamor Resultó interesante el discurso de George Steiner sobre la tribuna campoamorina . Con todo, no vino a decir ninguna cosa que no lleven diciendo desde hace décadas los sociolingüistas o en las que no vengamos atestoniado los que amamos Asturies y que, por amarla, veneramos su lengua, en tanto que flor única de la cultura humana y pieza fundamental de nuestra emocionalidad personal y social. El centro de su discurso analiza la dialéctica de dos parejas de parámetros contradictorios en relación con las lenguas: unicidad (o universalidad), frente a pluralidad (particularidad); pragmatismo (réditos sociales y económicos), frente a eticidad (empatía hacia los valores de menor o escaso rendimiento práctico). De esa confrontación se desprenden, como de toda realidad, vectores, al mismo tiempo, positivos y negativos: la tendencia a una lengua universal tiene efectos beneficiosos para el comercio y la comunicación humana, pero, al mismo tiempo, esa lengua universal, en cuanto lingua franca o criollo, se constituye inevitablemente, como una no-lengua, como un semiinstrumento de comunicación y, por tanto, empobrecedor. La defensa de las lenguas minoritarias puede llevar, a su vez, a la violencia por parte de sus defensores. Pero, de cualquier manera, el avance de la lengua universal (o de las lenguas estatales, frente a las regionales) no es inocuo: se produce generalmente a través de la devastación de las minoritarias. Y aquí es donde se sitúa el núcleo fuerte de la argumentación ética y política de Steiner, su “mensaje”. Subrayemos dos frases: “Cuando un idioma es arrasado o reducido a la inutilidad por el idioma del planeta, tiene lugar una disminución irreparable en el tejido de la creatividad humana /.../ no hay ninguna lengua pequeña”. “Por tanto, no me consta que haya un problema más urgente que el de la preservación del don de lenguas del Pentecostés /.../ de cada idioma sin excepción, por muy reducido que sea el número de sus hablantes, por muy modesta que sea su matriz económica y territorial”. Hasta aquí todo perfecto. Nada, según afirmábamos arriba, que no vengamos reiterando desde siempre quienes amamos a Asturies. La sorpresa surge cuando, del patio de butacas, del entruesuelo y del paraíso, irrumpe una estruendosa salva de aplausos. Palmea la flor y nata de los periodistas del Estado, quienes, de vez en cuando, atacan la lengua asturiana y, desde luego, le niegan, a toda hora, cualquier derecho a existir; golpea sus manos un nutrido grupo de ciudadanos de condición política asturiana que se burla del bable y sus hablantes; hacen vibrar el aire con sus extremidades superiores parlamentarios a los que les importa un cadápanu la llingua llariega; concusionan ruidosamente un Gobierno y un Presidente del Gobierno que, sobre tener el bable en tanto aprecio como el Parlamento, hacen escarnio del Estatuto y de la Ley de uso y promoción del bable/asturiano. ¿Son sordos, cínicos o no entienden nada? As you like it. En todo caso, ese sinsentido, esa falta de correspondencia entre el discurso censorio del escenario y la reacción aprobatoria del público, viene a subrayar de forma palmaria la extraterritorialidad de los premios, su falta de conexión con la realidad asturiana: no se está allí en un concreto locus del territorio cantábrico, sino en un no-lugar, en una pómpara de solemnidad y prestigio que tiene como función fundamental no el hablar del mundo o sobre el mundo, sino ser ungido (o simplemente chiscáu) por el resplandor de los visitantes, o que éstos encumbren con su presencia el poder o la prestancia social de los espectadores . Ello disuelve, así, la aparentemente insostenible contradicción entre los actos de los exterminadores de lenguas y la cálida recepción de las palabras que condenan su conducta: en realidad (y esa es la gran habilidad de la puesta en escena de los premios), George Steiner, como cualquier otro premiado, no habla en el Campoamor, habla en nenyures. Y, en correspondencia con ese hablar en un sitio no-sitio cuya virtud es ser una especie de Tabor magnificador de los que allí están, sus palabras se convierten también en no-palabras, en meras gestualidades que posibilitan el espectáculo y sus últimos y reales fines para la mayoría de los asistentes.

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