Ficciones y limitaciones de la democracia: Asturies

(Ayer, en La Nueva España) FICCIONES Y LIMITACIONES DE LA DEMOCRACIA: ASTURIES Lo que entendemos por democracia, en la acepción de elegir o rechazar los representantes políticos cada equis tiempo mediante el voto, parte de cierta ficción, digamos voluntariosa: la de que todos los ciudadanos, a partir de cierta edad, tienen conocimiento de lo que votan, capacidad para discernir e interés por votar. No hace falta que precisemos aquí lo que de voluntarioso tienen estos supuestos; pensemos, por ejemplo, en el número bastante alto de ciudadanos que nunca se acercan a las urnas para elegir, unos por indiferencia, otros por vivir en la marginalidad o al margen del sistema, tal vez algunos por estar en contra. El sistema censitario, aquel en que el voto se restringía a aquellas personas que tuviesen un determinado nivel de renta o de instrucción, partía de una concepción «más realista» del universo de los votantes, pero, evidentemente, excluía, de una forma que hoy nos resulta inaceptable, a una parte importante de él. Así pues, la práctica del voto se mueve hoy entre la Scila de la suposición universal de capacidades e interés y la Caribdis de la realidad social. Recientemente, el presidente Barbón ha realizado una propuesta que se debe considerar desde esas perspectivas antedichas: la universalidad de un bienintencionado derecho y la realidad de sus efectos. Consiste la idea en crear una circunscripción de un escaño para el voto de los emigrantes, restándolo de la actual circunscripción central de nuestro sistema representativo autonómico. Se calcula en unos 120.000 los individuos que actualmente, a partir de la ley de Memoria Democrática, tienen la nacionalidad asturiana y son residentes en el extranjero. Anotemos que entre ellos hay muchas docenas de miles que nunca han pisado Asturies: son hijos o nietos de quienes hayan emigrado por razones económicas, políticas o sociales; contemos también a los que hace ya muchos años que residen fuera de España. ¿Se ajusta a «razón democrática» que quienes hace décadas que no han pisado nuestro territorio o nunca lo han hecho, o que, seguramente, desconocen por completo nuestros problemas, las componentes de nuestra realidad, tomen decisiones sobre ella? ¿Que su «capricho» o su fantasía condicionen la realidad (de empleo, en la sanidad, en la educación…) de quienes aquí sí viven, laboran y cotizan? Mi opinión es que de ninguna manera. Es un parámetro que supera con mucho lo aceptable en las suposiciones de lo «universalmente igual» en que se sustenta la democracia. En un reciente artículo publicado en estas páginas a propósito de la cuestión, el profesor Francisco J. Bastida apuntaba que mejor se afanaba el señor Barbón en eliminar la anomalía de tener Asturies tres circunscripciones electorales, anomalía que tiene efectos distorsionadores sobre la cuota de poder de decisión de cada ciudadano, al hacer más elevado, según la circunscripción, el número de votos necesario para la representación del votante. Pero, por otro lado, la idea de las tres circunscripciones se sustenta sobre una fantasía que, a su vez, se asienta sobre otra fantasía universal, la de la representación de los intereses del elector por el diputado individual. ¿Porque alguien cree de verdad que un diputado de un partido va a defender los intereses de un grupo de votantes al margen de lo que le ordene el partido –fíjense, por ejemplo, en la postura histórica del PSOE asturiano con respecto a la Variante de Payares–? Y ya, por encima de esa ficción, ¿es pensable que un diputado del Oriente o del Occidente vote distinto a la orden del partido para defender esos intereses locales? Aún más, ¿qué sentido tiene –suponiendo que esa representatividad sectorial funcionase (¡funcionariola!)– que en un territorio como Asturies se necesitase ser del Oriente o del Occidente para conocer los problemas o necesidades de cada centímetro de esos territorios por un diputado del centro y, sobre todo, por la propia organización política? ¿No es todo ello una pura fantasía contra la realidad ¿Una pura ficción contra la práctica real del voto disciplinado y, acaso, del pensamiento uniforme, casi nunca personal, de los diputados? De modo que, señores fantaseadores –que existen otros proponentes, además del señor Barbón–, señor Barbón: a las realidades, no a los discursos; a lo que tenemos ahora como problema en nuestro sistema electoral, no a crear una nueva distorsión en la traslación de las voluntades o necesidades de los ciudadanos.

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