Tus palabras me alucinan

(Ayer, en La Nueva España) TUS PALABRAS ME ALUCINAN Leo con atención el programa de un candidato municipal. Sintetizando, quiere hacer una ciudad limpia, sin coches (no autobuses –municipales, por supuesto–), verde y ecológica. Industrias, solo las que no contaminen y que generen puestos de trabajo (¿las hay que no lo creen?); empleo verde, economía azul (la marítima). No puedo evitar que me asalte una cita, aquel ideal de la República del Bidasoa con que Baroja fantaseaba: «Sin moscas, sin frailes y sin carabineros». Y, sobre todo, aquella consideración de Aristóteles en La República: «Si cada instrumento pudiese, en virtud de una orden recibida o, si se quiere, adivinada, trabajar por sí mismo, como las estatuas de Dédalo o los trípodes de Vulcano, que se iban solos a las reuniones de los dioses; si las lanzaderas tejiesen por sí mismas; si el arco tocase solo la cítara, los empresarios prescindirían de los operarios, y los señores de los esclavos». El mundo ideal, donde el cielo nos alimentase, como en la parábola del Evangelio de Mateo. ¿Quién no lo desearía? Pero este tipo de ideales son, en realidad, un flatus vocis, un puro desiderátum, ya que la cuestión es otra: ¿qué tipo de actividades somos capaces de atraer o promover? ¿Qué capitales o inversores podemos concitar? ¿Qué industrias reales quieren o pueden venir a nuestros lares o en ellos surgir? ¿Cómo ayudar a lo que ya existe para que se sostenga y crezca? Es decir, ¿cómo crecer, crear empleo y riqueza realmente, en el mundo de lo dable y posible? Porque la realidad es la que es: vamos a menos, y nuestros jóvenes y los mejor preparados tienen que emigrar. ¿O es que, acaso, se está pensando en un nuevo INI o en algo semejante? Mas no crean que estos programas tan fantasiosos, tan al margen de la realidad posible, son raros. En realidad, la mayoría de los programas económicos que presentan nuestras fuerzas políticas contienen una dosis de fantasía semejante, operan en el vacío: albergan una serie de buenos propósitos, pero ni siquiera insinúan cómo van a hacer para atraer o incitar capitales, conocimientos, inversores, empresas; para estimular lo que hay; cómo van a eliminar los obstáculos administrativos o legislativos existentes. Es más, en ocasiones plantean nuevas propuestas “salvíficas” que no son sino nuevos obstáculos para la inversión, el crecimiento y el empleo. Y están, después, las acciones concretas en contra de determinados proyectos de inversión. Por no hablar otra vez de la oposición, por tierra, mar y aire, a los molinos generadores de energía, fijémonos en una posible –posible, digo– nueva industria con bastante empleo: la planta de pirólisis en El Musel. Se va a instalar en Castilla-La Mancha sin, al parecer, oposición. Los informes sobre sus efectos medioambientales son positivos. Parece hasta ahora que ha superado los trámites administrativos pertinentes en nuestro país. Y, sin embargo, ha encontrado un fuerte rechazo en varios partidos xixoneses, entre otros, en el mismo que en el escalón administrativo superior –el Principado– concede los permisos y da el nihil obstat medioambiental. ¿La razón? “Va a ser muy contaminante”, según ellos. Y lo deseable, naturalmente, son empresas no contaminantes. Y las alternativas a este proyecto, ¿dónde están? ¿Úles? ¿Hacen cola para ocupar el mismo lugar u otro? Silencio. Se me aparece mi trasgu particular, Abrilgüeyu. –¿Puedo contate una historia? –me dice. Acepto. Me recuerda aquellos tiempos iniciales de José Manuel Palacio como alcalde de Xixón, en que ya no había en el concejo dónde verter la basura y todas las noches salían los camiones con los residuos xixoneses a la aventura por Asturies, a ver dónde podían aquella noche depositarlos. En un momento determinado, pareció encontrarse una solución temporal en una zona de Roces-Tremañes. Se convocó concejo de vecinos (¡ah, la insuperable democracia directa!) para consultar. Se explicó que no habría problemas de contaminación ni de olores, porque se cubriría cada capa con cal. –Y así se convierte en materia inerte –explicó el técnico. –¿Veis? ¡Peor! ¡Mucho peor! –surgió una voz de entre el sabio pueblo–. ¡”Materia inerte”! ¡Eso ye lo peor¡ Y al conjuro de la “materia inerte”, se levantó el griterío, se enfureció la asistencia y allí se acabó el vertedero. Aquella noche los camiones volvieron a emprender el peregrinaje para buscar un alcalde amigo que concediera un permiso por algunos días.

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