Dos reflexiones desde un cuarto hospitalario

L’APRECEDERU DOS REFLEXIONES DESDE UN CUARTO HOSPITALARIO Un leve problema me lleva a ingresar en Cabueñes. Desde mi habitación veo parte de los cordales de Deva y La Camocha. A última hora de la tarde, contemplo el vuelo de seis garcillas, pero no es eso lo que llama mi atención, sino la huella humana en los cordales. Subsisten algunos prados, todos segados, de un verde brillante, pero la mayor parte del territorio está ocupado por eucaliptos, algunos en pequeñas matas, otros en grandes manchas. En pocos años, la mayoría de los prados desaparecerá y aun hoy, seguramente, su aprovechamiento es más para el ganado de carne que para el de leche. De modo que el paisaje ya no será “el nuestro” de hoy, como hoy ya no es el de ayer. A otra reflexión me induce la vida del hospital. No solo los médicos, en sus diversas especialidades, y las máquinas para explorar y diagnosticar, lo más visible. Está el capital invertido en su instalación y conservación. Pero, además, hay un flujo incesante de servicios que se prestan a quienes acuden a consulta, incluidos los administrativos. Y no digamos nada de ese río que en un correr de veinticuatro horas atiende a los ingresados: las enfermeras que toman las constantes del enfermo, lo vigilan o le proporcionan las medicinas; las limpiadoras. Y después los suministros: los alimenticios, desayuno, comida, merienda y cena con sus especificidades para quienes necesitan una dieta particular; la ropa limpia de cama, las toallas, el pijama diarios. Todo ello, además, es un flujo que sale fuera del edificio: hacia las cocinas, donde laboran otros operarios, y los proveedores que a ellas acuden. Y, menos visibles pero no menos necesarias, las cañerías y el agua que el Ayuntamiento suministra, la basura que recoge y transporta a Cogersa, los barrenderos, los jardineros… Un universo costoso, eficaz e imprescindible del que no solemos darnos cuenta cuando nos preguntamos por nuestros impuestos.

No hay comentarios: