Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Inmigración, menas, escándalo, abascalada
(Ayer, en La Nueva España)
INMIGRACIÓN, MENAS, ESCÁNDALO, ABASCALADA
Déjenme empezar por el escándalo: que se encuentren hacinados en Canarias cerca de 6.000 menores inmigrantes (el 48% de todos los que acampan en España, unos 13.200), que sepamos que van a seguir llegando allí oleadas de ellos, y que se monte una escandalera y enormes reticencias para traer a la Península 347 menores de esa condición desde Canarias y Ceuta es un escándalo de una enorme magnitud. Primero, por el hecho en sí de las reticencias y las resistencias. En segundo lugar, porque ese traslado no resuelve nada. Hacinados en las islas, en inmediato crecimiento su número, nadie sabe qué hacer con el problema, con la magnitud del problema.
Es también un escándalo que la legislación sobre algunos aspectos de la inmigración ilegal sea imprecisa o no enfrente determinados problemas, y que, hasta hoy, no se hayan abordado las reformas necesarias, como trata de hacerse ahora con la reforma de la Ley de Extranjería, que ya veremos como acaba.
Y, al respective, señalemos que es Cataluña, su Gobierno y sus partidos independentistas, los que se niegan a recoger ningún miembro de ese ridículo cupo en su territorio. No es extraño, aspiran, como han dicho varias veces, a gestionar independientemente la cuestión migratoria, del mismo modo que pretenden -y así lo han firmado con el PSOE- recolectar y gestionar todos los tributos de Cataluña. (Por cierto, sigan ustedes la estela de los socialistas -de toda España- con respecto a Cataluña desde 2003).
Merece la pena -es obligado, más bien- reflexionar sobre lo que significa la inmigración para el país que recibe emigrantes, especialmente cuando estos acceden por su cuenta y riesgo, es decir, son ilegales.
En general, vienen todos ellos a una vida mejor. Indiscutiblemente. Pero, siendo cierta esa premisa, no quiere decir que todos vengan a una vida mejor ocupándose en trabajos. Bien, supongamos que sí. Corren dos falacias en torno a los beneficios de la inmigración, el primero es que esas personas son necesarias para sostener las pensiones en el futuro, con su trabajo, naturalmente. Ello es, en parte, una falsedad. Porque cabe preguntarse por las profesiones y, por tanto, por las cotizaciones resultantes, que van a desempeñar. Y dada la cualificación profesional de la mayoría de esas personas es muy dudoso que puedan ocupar puestos de una mediana especialización. (No es un tema colateral, por cierto, el de los inmutables tres millones de parados de nuestras listas de empleo, y la enorme dificultad para encontrar operarios en determinados tipos de trabajo, no extraordinariamente técnicos, en general, dicho sea todo).
Creo que ha de señalarse una falacia permanente en el discurso favorecedor de la inmigración, controlada o descontrolada, la de que en el pasado también nuestra emigración fue numerosa. Es cierto, pero esa marcha de la patria para trabajar, en los años de la gran salida en busca de mejores condiciones de vida, debía ir acompañada generalmente de un contrato de trabajo; incluso para emigrar a México o a otras partes de América después de la Guerra Civil hacía falta “un papelín”: un contrato, un aval, una reclamación desde allí, “un papelín”.
Y volviendo al asunto del ridículo parto de los montes del reparto. Los de Abascal han aprovechado para romper pactos y gobiernos con el PP, denunciar que, sobre “la derechita cobarde”, los populares son iguales que el PSOE y levantar, aún más alta, la bandera contra la inmigración ilegal.
Sobre esa actitud y proclama cabe hacer muchas consideraciones. Solo me fijaré en una que es el fondo del asunto: los dirigentes de Vox creen que, alzado ese confalón al aire, les va a traer réditos electorales. Al respecto, las opiniones, las publicadas y las públicas -en el román paladino que en la calle o el chigre suele el pueblo falar con su vecino- se dividen en dos: la de quienes creen que Vox se ha pegado un tiro en el pie y que camina más o menos hacia su desaparición; la de quienes, al contrario, estiman que, a largo plazo, esa postura señera les será beneficiosa.
No olvidemos que los partidos son empresas. Pero la materia de que se alimenta su negocio son los ciudadanos, los prejuicios de estos, sus mentalidades, sus temores, sus expectativas, sus juicios. En este caso, además, interviene otra variable: la prioridad que los ciudadanos próximos a Vox pongan en echar del Gobierno al PSOE, y, por tanto, su disposición, a su pesar, de votar el PP; su enfotu en los principios y valores de Vox, y su condición de irrenunciables; la idea de que, al final, depositar la confianza en el PP no vale para nada y es lo mismo que votar el PSOE.
De cómo fierva la pota de esa mentalidades y emociones dependerá que la abascalada sea un éxito o un fracaso.
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