Más sobre la bandera, Meléndez y Juan Muñiz


Hores dempués de producise la ufiensa -voluntaria o non, consciente o non- ofrecimos equí'l videu y la clave: de ser la bandera catalana, gallega o vasca, Meléndez nun s'atreviera a pedi-y a Juan Muñiz que la quitara. Y eso ye porque los asturianos nun pintamos ná, y nun lo pintamos porque nun queremos: esto ye, nun somos porque nun queremos ser (y, como diz san Matéu: "el que tenga oyíos p'atolenar qu'atolene").

A propósitu d'ello asoleyaba ayer La Nueva España esti artículu, que trescribimos ("trescribimos",´ñidiamente, nun quier decir "suscribimos", pero sí quier decir que nos paez bien).

¿A quién molesta la bandera asturiana?

Después de la desafortunada actuación de Ginés Meléndez arrebatándole a Juan Muñiz la bandera asturiana en plena celebración de la victoria de la selección sub-19, eran inevitables tanto la polémica como las comparaciones. ¿Por qué prohibirle, y del peor modo posible, a Muñiz llevar su bandera y, en cambio, ni mirar para las dos rojigualdas que llevaban otros jugadores (una, por cierto, bastante poco oficial al llevar la silueta de un toro, símbolo de una conocida marca de alcohol, con sus atributos notablemente inflamados?) ¿Se hubiera atrevido a hacer lo propio si un jugador llevase la senyera catalana o la ikurriña vasca? ¿Por qué no hizo lo mismo cuando, en situación similar, en 2005, Javier Arizmendi lució una bandera franquista?

A nadie se le escapa que la bandera española, en sus diferentes formas, es constante motivo de polémica, como tantos otros símbolos comunes de este Estado-nación fallido llamado España. Bandera esta que nace en 1785 no como símbolo del Estado sino de la Armada real de Carlos III, que pasa a ser usada de forma oficial por el Ejército en 1843, cuyo uso no se populariza hasta la guerra de África de 1859, y que no se convierte en bandera oficial del Estado hasta... 1908!! Sin contar los cambios de escudos y/o de colores, durante las dos repúblicas, la dictadura franquista o la actual Restauración, no puede negarse una existencia accidentada que hace que, más que símbolo de unión, lo sea en ocasiones de discordia. Sin embargo, nadie podrá decir lo mismo de la bandera asturiana.

¿Cuándo nace la actual bandera asturiana? La desastrosa, por no decir inexistente, enseñanza de la Historia asturiana en las aulas hace que hoy en día la inmensa mayoría de nuestros paisanos desconozca cuándo se originó nuestra enseña colectiva. Y la verdad es que surgió en un momento especialmente agitado de nuestra Historia, como fue la invasión francesa de 1808. Cuando en mayo de ese año la Junta General del Principado se declara soberana, envía embajadores al Reino Unido, declara la guerra a Francia y constituye el Exército Defensivo Asturiano, los dirigentes de la misma se encuentran con la situación de que no tienen bandera para ese flamante Ejército asturiano, ya que actúan únicamente en nombre de Asturies, y proceden a su invención. Sobre la base de un informe histórico y una propuesta de Jovellanos, que modifican ligeramente, diseñan una bandera azul con la Cruz de la Victoria y la inscripción «Asturias nunca vencida» en color oro. Con esos colores fueron a la guerra los regimientos asturianos, con suerte alterna, hasta la victoria final de 1814. La construcción en las décadas posteriores del Estado-nación liberal español, altamente centralizado, uniformizador y negacionista de la plurinacionalidad, que hizo incluso desaparecer oficialmente el nombre de Asturies por el de «Provincia de Oviedo», hacía que el uso de banderas subestatales se redujese a la mínima expresión, sobreviviendo únicamente en los escudos provinciales y en las banderas militares. Sin embargo, tenemos constancia de su pervivencia en las décadas posteriores, como así aparece reseñado en el libro «Doctrina asturianista» de 1918 y en la prensa regionalista de esos años, que se hace eco de su uso en mítines y celebraciones, además de las referencias del Padre Galo, que la denomina «l'azuleste». Olvidada durante la Guerra Civil y posterior dictadura, renace a mediados de los años setenta, en plena transición, ya con la cruz en solitario y sin la leyenda guerrera de 1808. Rápidamente aceptada por la práctica totalidad del mapa político, con alguna que otra excepción a derecha e izquierda –unos por su carácter subestatal, y otros por la cruz que la adornaba–, empieza a ser colocada en los ayuntamientos recién elegidos en 1979 gracias a una feliz iniciativa de Conceyu Bable, siendo el concejo de Mieres el pionero.

Guste o no, la bandera asturiana no tiene las connotaciones que tiene la catalana o –sobre todo– la vasca, que empezó siendo bandera de un partido (el PNV) y ahora lo es de un pueblo entero. Al no haber en Asturies con fuerza otro nacionalismo que no fuera el español, la bandera asturiana nunca se hizo «sospechosa» de simbolizar aspiraciones separatistas, que tanta urticaria despiertan aún en ciertos sectores de la clase política. Al no ser bandera de un ente soberano nada más que durante un corto período de tiempo, de mayo de 1808 a mayo de 1809, que es lo que duró la soberanía asturiana, no tuvo ocasión de ser asociada con episodios un tanto oscuros de nuestra historia colectiva. Así, no era la bandera asturiana la que llevaban las tropas que levantaron los campos de concentración que en la guerra de Cuba de 1895-98 dejaron decenas de miles de muertos, o las que cometieron notables atrocidades en la guerra de Marruecos de 1911-27, o las que reprimieron a tiros huelgas obreras como la de 1917, o la que llevaban aquellos que de 1936 en adelante convirtieron Asturies y España en un inmenso campo de concentración lleno de fosas comunes. No, podemos decirlo bien alto: en nombre de la bandera asturiana no se cometieron atrocidades. Motivo, pues, de orgullo para nosotros y nuestros antepasados.

Es fácil caer en el patrioterismo cuando hablamos de las banderas, que en última instancia no son sino trapos de colores. No existe la ofensa a la bandera, sino a aquellos que la sienten como propia. Cuando Ginés Meléndez (apellido, por cierto, de origen asturiano), castellano de Albacete, le quitó la bandera a Muñiz, seguramente no lo hizo con intención ofensiva, pero evidentemente ése fue el resultado, tanto hacia el jugador como hacia el millón largo de personas que tenemos esta bandera como propia. Y las ofensas públicas exigen públicas disculpas.

Faustino Zapico
Historiador y secretario general de Izquierda Asturiana (IAS)

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