(Ayer, en La Nueva España) EMERGENTES, DECLINANTES, PUJANTES, DESCAPITALIZADOS Una mirada atenta a la realidad económica asturiana nos obliga no sólo a mirar a los datos negativos que todos los días nos presentan los medios (ERES, ERTES, cifras altísimas de paro, cierres de empresas, desistimiento de autónomos, emigración de licenciados, baja de los precios ganaderos…), sino también a proyectos positivos que van a ponerse en marcha próximamente con seguridad o muy probablemente. Así, por ejemplo, las inversiones en ENCE, la papelera de Navia (y esperemos que, en conexión con ello, la ampliación de la capacidad de producción de los montes para pasta de papel); las inversiones en Arcelor que, con presencia de Pedro Sánchez, se anunciarán estos días y que previsiblemente supondrán una garantía para el futuro de la planta; los almacenes de Amazon en La Pola y Xixón, con un número notable de empleos; el crecimiento de la multinacional PGM en Mieres; la producción de un nuevo fármaco por Bayer en Llangréu; el reflotamiento de Duro Felguera, que, esperemos, dé nueva vida a la actividad de la empresa... Hay también proyectos interesantes en polígonos industriales o en el entorno de El Musel. Y queda por ver qué pasará con el maná, digo, fondos europeos, y qué utilidad tendrán. En principio, parece mayor la demanda que la disponibilidad. El hidrógeno verde y las energías alternativas, dos actividades que no generan demasiado empleo, centrarían una parte muy importante de las apuestas; hay también numerosas demandas concejiles que, si bien justificables desde el punto de vista medioambiental u otros, quizá no creen empleo. La utilidad del hidrógeno verde y su rentabilidad económica, por otro lado, tal vez no sean inmediatas. De modo que esos fondos deberían ir, sobre todo, a empresas ya existentes, esto es, a gestores que conocen el mercado, que tienen un producto con éxito y que pueden innovar o expandirse. Los proyectos municipales o gubernamentales, por la sobra de discurso y por la falta de experiencia, difícilmente pueden ser fecundos. Pero, especialmente, y al margen de los fondos europeos, deberíamos centrar la vista y prestar apoyos a aquellas empresas y sectores que están marchando estupendamente: empresas agroalimientarias, el naval, el metal y el subsector de generadores de energías renovables, aéreas o marítimas, el amplio ámbito de las TIC… Sobre lo que ya existe es sobre lo que debemos apoyarnos para reindustrializarnos, crecer y limitar la sangría de jóvenes. (Por cierto, es llamativa, aunque no misteriosa, algún día habrá que decir la verdad sobre el asunto, la coexistencia de paro y la ausencia de jóvenes que quieran trabajar en estos y otros ámbitos). El sector del comercio tradicional es el que presenta un panorama menos brillante. Pasear por nuestras ciudades y ver tiendas y tiendas cerradas es desolador. El comercio tradicional sufre el acoso de las ventas por internet y el de las grandes superficies, que ofrecen ventajas y comodidades con las que es difícil competir. Y, en ese sentido, las políticas autodefinidas como progresistas y modernizadoras de cierre de calles al tráfico rodado y de eliminación de aparcamientos no lo ayudan: el comprador se desplaza a las grandes superficies donde tiene garantizado el estacionamiento y dispone de una cierta variedad de ofertas en pocos metros cuadrados. Esos tan abundantes cierres, que tienen repercusiones como las de la pérdida de alquileres o de impuestos, conllevan un problema muy importante: el de la descapitalización colectiva. Porque, efectivamente, las plusvalías que, por ejemplo, generaría un tipo de productos que se dejan de vender en este tipo de comercio, son plusvalías que van, por lo general, al extranjero, y, así, ni hay la posibilidad de que se gasten ni de que se reinviertan aquí. Nos descapitalizamos, pues, de este modo, como nos descapitalizamos cuando van a buscar trabajo fuera los jóvenes en que ciudadanos y sociedad han invertido tanto dinero. Y, naturalmente, ello tiene sus consecuencias para el crecimiento y para el futuro.

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