Esos... consejos, en la Moncloa, señor Barbón

(Ayer, en La Nueva España) ESOS… CONSEJOS, EN LA MONCLOA, SEÑOR BARBÓN Se reúnen en Potes los presidentes de Cantabria, Galicia y Asturies, y ponen en común necesidades y reivindicaciones que afectan a las tres comunidades: el camino de Santiago, el despoblamiento rural, la postura común contra el lobo y Ribera-Sánchez… El buen entendimiento entre ellos en tantos temas, el respeto mutuo, es algo que provoca mi asentimiento y mi aplauso. El entendimiento entre los presidentes autonómicos de toda España —salvo los de Cataluña, Euskadi y Navarra, que juegan aparte, y, según el momento, a la contra— es cosa común y habitual, y contrasta ese entendimiento y el tono de su relación con el desabrimiento de la política de Congreso y Senado y de los partidos políticos entre sí. Pero quiero llamar la atención sobre un aspecto de la reunión, que Ramón Díaz subraya aquí, en un titular de LA NUEVA ESPAÑA: “(durante todo el encuentro) Barbón, Feijóo y Revilla no se apean de la mascarilla: “Hay que llevarla encima, el virus sigue trabajando”. El encuentro se producía el día 24 de junio, pocos días después de que, el viernes 16, el Presidente Sánchez hubiese subido al monte Sinaí y, por sí y ante sí, nos anunciara las nuevas tablas de la Ley: “Este será el último fin de semana con mascarillas en los espacios al aire libre”. Y el día 24, en un Consejo de Ministros extraordinario, volvía anunciar con trompetería la nueva nueva, el fin de las mascarillas en los espacios al aire libre; evangelio que subraya la ministra de Sanidad proclamando que había llegado la hora de “dejar paso a las sonrisas”. ¿Pero, en realidad, qué significaba esa normativa? Simplemente la eliminación de un disparate que, en la normativa vigente hasta entonces, se había colado a última hora en el Senado, sin que nadie, salvo un senador del PP, reparase en ello u objetase, el que estuviese uno en el Urriellu o en una calle desierta a las cinco de la mañana estaba obligado a llevar mascarilla. De esa forma, por ejemplo, si la Sibila y Eneas, bajando al Averno solos en la oscuridad de la noche y las tinieblas, según la magnífica hipálage del verso virgiliano (Ibant oscuri sola sub nocte per umbram), fuesen pillados sin mascarillas serían multados por el celoso municipal de turno. De modo que no quedábamos libres de llevar la mascarilla en la calle, sino solo en la soledad de cualquier paraje. Ahora bien, la interpretación a que invitó irresponsablemente Sánchez es a la de que la calle queda libre. Miren ustedes lo que está pasando ahora con el crecimiento de los contagios y anoten lo que ocurre en algunos encuentros juveniles. A ver quién paga “les llozaníes de la danza de Santiago”. Es cierto que un puñado de países ya ha empezado a caminar la senda del despojo de mascarillas al aire libre en algunas circunstancias (aunque alguno ha tenido que dar marcha atrás, al menos parcialmente), de modo que, aunque bastantes epidemiólogos se han mostrado en contra y también varios presidentes autonómicos, en principio, la medida no es disparatada, lo que ha sido disparatado ha sido su presentación, incitando al equívoco, al disparate, y ya lo verán, a las disputas y el malhumor ciudadanos. Pero es que además, Sánchez, tan amigo del diálogo y la cogobernanza, aquí no ha contado con el Consejo Interterritorial de Salud, ni ha escuchado a los presidentes autonómicos renuentes, es más, ha eliminado toda posibilidad de que puedan actuar en función de las necesidades epidemiológicas de su comunidad. De modo que a los señores Revilla, Feijóo y Barbón no les quedaba otra que predicar con el ejemplo y alertar con la palabra: “Hay que llevarla encima, el virus sigue trabajando”. Y nuestro Presidente ha reiterado estos días la misma recomendación: “Sentido común y prudencia”. Está bien, don Adrián, pero esos… consejos, mejor en la Moncloa. Que buena falta hacen.

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