Siempre lo mismo, siempre los mismos

(Ayer, en La Nueva España) SIEMPRE LO MISMO, SIEMPRE LOS MISMOS Lo de Cataluña es sencillo. Se trata, para una parte de los catalanes, de: a) avanzar hacia la independencia o una desagregación profunda del conjunto de España, b) en el camino, y paso a paso, ir contribuyendo menos a la caja común, o, en otras palabras, que sus ciudadanos puedan tener mejor financiación para los servicios de la Administración (o paguen menos impuestos) que el resto. Pero ¿cómo empezó todo? Es cierto, en el principio siempre están los partidos nacionalistas, ¿pero en la práctica? Pues miren, esta larga batalla no comienza con ellos, sino con el PSOE, sí, sí, con el PSOE. Desde al menos el 2001, todo el PSOE ha venido apoyando e impulsando aquel camino que se llamó del «federalismo asimétrico», confeccionado nada menos que por el PSC y el señor Maragall, cuya idea era la de un Estado con cuatro entidades, tres, llamemos, «de primera», Cataluña, Euskadi y Galicia, y la otra, digamos, «de segunda y saco común», el resto. Esa idea se plasmó, negro sobre blanco, en la llamada «Declaración de Santillana» (2003). Bajo esas premisas, el socialismo peninsular apoyó la candidatura de Maragall y la posterior formación de un gobierno tripartito, cuyo programa era, precisamente, ese. ¿Desean que les enumere, por cierto, los momentos de alborozo y la contribución de los socialistas asturianos a ello? Nominatim, si lo desean. Ahora bien, ¿quieren ustedes saber lo que hicieron los próceres regionales del socialismo hispano cuando el Gobierno catalán empezó a poner negro sobre blanco sus demandas de desigualdad competencial y financiera? ¿Lo adivinan? Pues corrieron a gritar que no tolerarían, que de ningún modo, que ellos, ante todo, la igualdad, que eso era el socialismo. Y en 2004 el PSOE gana las elecciones generales. En Cataluña se pone en marcha una reforma estatutaria. Don José Luis Rodríguez -esa boca sin fronteras- proclama: «Aceptaré el texto del Estatut tal como salga de la voluntad del Parlament». Pero viene tan escandalosamente «desigualador» entre españoles que en el Congreso los socialistas, con Guerra al frente, se ven obligados a pulirlo un poco: «Hemos dejado el texto como una patena», proclamarán. Y el Estatut se aprueba finalmente el 30 de marzo de 2006. Pero, atención, ¿cómo se resuelven los problemas de redacción del citado texto? Pues no lo van a creer. Se reúnen en secreto en la Moncloa don José Luis y Artur Mas, de CiU (¿será esto como reunirse en secreto en Waterloo?), y entre ellos dos negocian los parches, que no se harán públicos hasta más adelante. (No sé si vendrá a cuento, pero me viene a las mientes aquel «-Madre, ¿qué es enfermedad secreta? -Hijo, la que se adquiere en secreto»). De lo que dice el nuevo Estatuto, ya pulido, les daremos cuenta ahora, pero aparte de las inversiones en infraestructuras que se comprometen (oiga, esto es como las Rodalies y otras infraestructuras del actual pacto entre el PSOE con ERC), Cataluña consigue más financiación anual (oiga, esto también me suena, ¿era con Junts o con ERC con quienes se firmó esto hace poco?): 5.128 millones anuales, estima Artur Mas, y, en basto, Francesc Homs: «Hemos pillado un buen cacho». Próceres socialistas de toda España niegan que vayan a aceptar ninguna financiación discriminatoria entre comunidades (esto también les suena ahora, ¿no?: cambian los labios, pero no las voces ni las duras realidades). Pero al mismo tiempo, y al día siguiente del acuerdo CiU-PSC-Moncloa, proclaman que el nuevo texto (que nadie todavía conocía, no se rían) eliminaba todos los problemas, que resultaba un texto ejemplar (y patenístico) y que (tomen nota) venía a solucionar los problemas históricos del encaje de Cataluña en España. ¿Y cómo quedó la patena aprobada por las Cortes? No los quiero abrumar. Únicamente algunas singularidades: Cataluña estaría presente en múltiples organismos estatales e internacionales; tutelaría, aprobaría o condicionaría las actuaciones del Estado en su territorio; limitaría su «solidaridad», i. e. sus aportaciones, con las demás comunidades a la sanidad y la educación (¡exactamente lo mismo que ahora pretenden!) y siempre que los demás realizasen «un esfuerzo fiscal también similar» (art. 208.3). Prosigo: Cataluña no podría alterar su puesto en la renta per capita en el futuro (208.5). Y en la adicional 6.ª se aseguraban siete años de inversiones del Estado en una proporción equiparable a la participación relativa de Cataluña en el PIB estatal. ¿Que esto se parece a lo de ahora? Pues tomen nota: se recogía la posibilidad de que la inminente y nueva Agencia Tributaria paritaria entre Estado y Generalitat se convirtiese en un futuro en una única administración tributaria (205), con toda la recaudación en manos de la autonomía, y se apuntaba la gestión del régimen económico de la Seguridad Social (165.b), bueno, todo menos las pensiones, que, como ahí son deficitarios, ellos manejarían el parné, pero el déficit lo aportaríamos el resto. ¡Pero si es lo mismo de ahora! ¡Si todo lo acordado y «patenizado» ya estaría en marcha si no hubiese sido por la intervención posterior de aquel (subrayen «aquel») Tribunal Constitucional! No faltaban, claro es, cláusulas relativas a la inmigración. Nihil novum sub sole. He dicho que no los quiero abrumar. Baste con esos textos. Lo que sí conviene repetir es que todo aquello, igual que hoy, lo impulsaron los socialistas, lo apoyaron, lo aplaudieron y con ello tragaron. Pues era, decían el PSOE asturiano y el Gobierno asturiano, «un gran logro para Asturias y España toda». ¿Que quieren que les diga? Que se lo digan ellos, no solo los próceres o los militantes, también los sostenedores y los fieles. Por cierto, ¿quién dijo que eso de la memoria histórica tenía que ver únicamente con Franco?

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