Eutrapelia narcisista

(Ayer, en La Nueva España) L’APRECEDERU EUTRAPELIA NARCISISTA Esporádicamente, me paran por la calle para pedirme que vuelva a la política. También lo hacen a través de las redes sociales o en estas misma páginas. En esta ocasión es mi hija, mientras comemos, la que me traslada una de esas incitaciones. En la mesa, ella, mi mujer, mi yerno y mi nieto David, de 13 años. Este me pregunta qué por qué no lo hago. Lo pienso un instante. Podría contestarle hablándole de la volubilidad del voto que no se deposita en los dos partidos mayoritarios; de la dificultad de llegar a la gente si no es desde Madrid y la televisión; de lo difícil que es aunar voluntades cuando no se reparten cargos, dinero o poder; del escaso asturianismo fáctico de los asturianos; o de aquellas palabras de Guicciardini sobre la naturaleza de los pueblos: «Inclinada a esperar más de lo que se debe, a soportar más de lo que es necesario». Pero prefiero acudir a una parábola. Le recito el final de la rima LXXII de Bécquer: desde la mar a alguien que está en la orilla lo invitan a embarcarse el Amor, la Gloria y la Libertad. Él les responde: “Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo / la ropa en la playa tendida a secar”. Con ayuda de un breve dato histórico que proporciona mi hija, mi nieto comprende y sonríe. Añado: “Decía Napoleón que para ganar las guerras solo se necesitan tres cosas: oro, oro y oro”. Esto David lo entiende inmediatamente. Pero como no creo que uno deba tener posiciones inamovibles, salvo en lo fundamental, o mantenerse en una postura solo por haberla sostenido, cito las palabras de Romanones: «En política, cuando digo “jamás” quiero decir “hasta esta tarde”, y cuando digo “nunca” quiero decir “por ahora”». Mi nieto sonríe y yo también. Ignoro si, como yo, pensará en ese discípulo hodierno del conde llamado Pedro.

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