Un pendenciero y un matón

(Ayer, en La Nueva España) UN PENDENCIERO Y UN MATÓN Hace pocas semanas publicaba yo en estas páginas un artículo titulado “Un matón a nuestras puertas”, señalando no solo lo obvio, los once años de guerra que lleva Putin contra Ucrania desde la anexión de Crimea y la conquista posterior de otros territorios. En aquel escrito, sobre subrayar la permanente asolación del territorio aun libre de Ucrania, los miles de muertos causados y su voluntad de hacerse con el dominio total del país, ya de forma directa o controlando de facto su gobierno, destacaba su nueva doctrina nuclear, sus amenazas contra quienes defendiesen al país invadido y su voluntad de anexionarse nuevos territorios periféricos. Si esto no es un matón, no sé quién lo puede ser. (Aprovechaba, por cierto, para señalar aquí, en España, el silencio cómplice, cuando no el aplauso, de nuestros putineros, aquellos que, sobre entender y aplaudir la violencia y las agresiones rusas, esperan, en el fondo, que la historia les dé algún día la posibilidad de convertirse ellos en pútines o maduros). Ahora, por el oeste, al trono de EE UU accede un pendenciero. ¿De qué otro modo podría calificárselo? Amenaza con una guerra de sanciones y aranceles, que podría entenderse desde el punto de vista del interés de los EE UU, y, al tiempo, de una forma tan difusa como confusa anuncia que pondrá fin a los conflictos de Ucrania y Gaza. Al respecto de este último, conmina con un “infierno” si no se liberan los rehenes israelitas antes del 20 de enero (fecha de su toma de posesión como presidente) y, de no ocurrir, “los responsables serán atacados con más fuerza de lo que se ha golpeado a nadie en la larga historia de los Estados Unidos de América”. Trump ha reiterado su interés en hacerse con Groenlandia y el canal de Panamá, así como en convertir Canadá en una provincia o estado más de su país. Y no es solo la enormidad de la idea, la ruptura con las convenciones del derecho internacional, va más allá. Preguntado si piensa excluir el uso de la fuerza para lograr esos objetivos, su respuesta es que no. Pueden ustedes, si quieren, verlo aquí https://www.wsj.com/politics/policy/trump-wont-rule-out-using-economic-military-coercion-to-gain-control-of-greenland-panama-canal-ff6baf14?mod=itp_wsj,djemITP_h. (Por cierto, y a propósito, acerca del imperialismo estadounidense algo sabemos los españoles, y, particularmente, los asturianos). Existen otras cuestiones inquietantes en torno al nuevo presidente, y tienen que ver con la justicia de ese país. Como saben ustedes, Trump estaba implicado en varios juicios contra su persona. Pues bien, en uno de ellos, por chantaje a una actriz porno, ha sido declarado culpable, pero no se le ha impuesto pena puesto que al haber alcanzado la Presidencia queda automáticamente exonerado; digamos, amnistiado. Por otra parte, un fiscal especial, Jack Smith, afirma que, de no haber alcanzado la Presidencia, el nuevo presidente habría sido condenado por realizar “esfuerzos criminales para mantener el poder”, pero que “la Constitución prohíbe mantener la imputación y la persecución legal de un presidente”. Y, por otro lado, está la relación de Donald Trump con algunos multimillonarios. La influencia del dinero en la política y en los políticos no es ninguna novedad, siempre ha sido así. Lo distinto ahora, en este caso, es el descaro con que esa relación se manifiesta y en la potencia de esa relación, de modo que no se sabe si es que, por ejemplo, Trump permite a poderosos como Elon Musk hacer de una especie de primer ministro sin cargo oficial, o si es Elon Musk el que permite a Trump hacer de presidente. Desde luego, la intervención de Musk, sus medios y su dinero en, entre otros lugares, la política de Gran Bretaña o Alemania, podría hacer pensar lo segundo. Pero, sobre todo, es la capacidad financiera y tecnológica de un individuo con más poder, de hecho, que la mayoría de los estados de la Tierra la que puede inducir una mayor preocupación e inquietud. Solo un ejemplo, al margen de la cuestión de las redes sociales: el de sus proyectos de conquista del espacio y colonización de planetas. ¿Pueden los individuos impulsar y ejercer lo que, a mi juicio, solo deberían hacer los estados, convirtiéndose ellos, de hecho, en un estado? ¿No debería existir un pacto internacional para que las fronteras de la Tierra fuesen materia de orden estatal o, más bien, internacional, pero no particular, como si al modo del viejo Oeste norteamericano cada uno pudiese ir a su conquista con sus armas y sus carromatos? Pues ya ven, al este, un matón; al oeste, un pendenciero.

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