Rises y (dalgunes) llárimes

(El sábadu, en La Nueva España) RISES Y (DALGUNES) LLÁRIMES Si observan los discurrires políticos y sociales, algunas actitudes y discursos de estos, probablemente tenderán muchos de ustedes al enfado. No lo hagan siempre. No faltan motivos para la sonrisa. He aquí algunos: Asamblea de Madrid. Fogosa treintayllargoañera del PSOE. A Ayuso, refiriéndose a supuestos asuntos turbios de dinero: “Ya que plañe por la muerte del Papa, recuerde a sus compañeros que cumplan el sexto mandamiento: no robarás”. Risas en la sala. ¿Si no sabes de qué hablas, a qué presumes, Mar Espinar? Confiemos en que sea un lapsus linguae y no un desconocimiento por falta de relación con la materia. “No existe riesgo de apagón en España” (por lo magnífico que es nuestro sistema, es “bulo y fango de la derecha”). Pedro Sánchez, tres pedrianas veces en 2022. “No existe riesgo de apagón. Red Eléctrica garantiza el suministro” (9 de abril). Por el medio, numerosos adictos al Gobierno reiteran idéntica seguridad. Cuarenta y cinco horas después del apagón, Beatriz Corredor, presidenta de Red Eléctrica: "Tenemos el sistema eléctrico mejor y más resiliente de Europa. No va a volver a pasar”. Se llama seguridad profética. Aunque tal vez sea fe, que es creer lo que queremos creer, a pesar de la evidencia. El Gobierno presenta la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales (4/2/2025). Además de beneficiar a 12 millones de trabajadores, “mejorará la productividad, reducirá el absentismo y creará más empleo”. ¿De verdad? Por solo poner un ejemplo: ¿una tiendina, una peluquería, con un empleado tendrán que pagar lo mismo -es decir, más por menos- y cerrar antes? ¿Suplirá el dueño las horas del empleado? ¿O los efectos serán otros? Por supuesto, los sindicatos se han sumado con entusiasmo a la medida -además subrayan la evidencia de que el empleado tendrá más tiempo para sí, el ocio, y la vida familiar- y el Primero de Mayo ha sido un clamor en favor de la medida. Algunos piden más: la reducción a 32 horas semanales. Ya lo saben: cuantas menos horas, cobrando lo mismo, “mejorará la productividad, se reducirá el absentismo y se creará más empleo”. Ya no parece fe, sino magia potagia. Don Pedro, al día siguiente del apagón: “No sabemos las causas, puede incluso haber sido un ciberataque. Investigaremos. Pero las causantes no han sido las renovables, y las nucleares han sido parte del problema”. Es decir, que no sabemos, pero sí sabemos. Y, además, las nucleares están en poder de los “ultrarricos”, que son, aunque no lo diga Sánchez, las mismas sociedades que tienen la mayoría accionarial de las renovables. En otro orden de cosas. Titular de LA NUEVA ESPAÑA: “Matar lobos no acaba con el problema”. Esto es lo que dice uno de los biólogos con mayor prestigio de la región, Javier Naves: "Llevamos cuarenta años matando a estos animales y la solución a la crisis no se ha encontrado". Que es lo mismo que dicen muchos de los ecologistas, “matar lobos no es la solución”. Aducen, por cierto, que la culpa de la muerte del ganado no es del lobo, sino de los ganaderos, de las subvenciones al campo, del precio de la leche y, en último término, vienen a decir, como no podía ser de otra manera, del capitalismo. No diré nada. Esta noticia de Lousame (A Coruña) del 6 de mayo: “El lobo mata a 17 ovejas en Lousame (y deja graves a otras 3): “Se segue así haberá que desfacerse de todo”. La muerte se produjo dentro de un recinto alambrado, que el lobo afuracó. Ustedes mismos. (Por cierto, no sé yo de que ningún ecologista llore por el terror, el dolor y la muerte de las ovejas).

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