Están pasando cosas muy graves en nuestro país, cosas muy graves que no responden a causas inmediatas, sino que vienen emergiendo del fondo de los años (pocos, pero algunos), de la misma forma que emerge el magma volcánico o montan unas sobre otras las placas continentales. No son sólo las cuestiones económicas ni es la futura generalización de la gripe, que lo son, no. Son también otros problemas, de ámbito social, político y ético: los veremos, lo veremos.
Pero, mientras tanto, la sociedad asturiana permanece adormecida. Lepoldo Alas no empezaba como empezaba La Regenta ("La heroica ciudad dormía la siesta") por referirse en exclusiva a Uviéu, sino que, por extensión, lo hacía a Asturies, a la sociedad del pasado, en constatación, y a la del futuro, en enunciado profético. Tal vez esa sea nuestra identidad más profunda, miriar, sestear; de ahí que la vaca, animal miriador por excelencia, sea nuestro animal totémico.
Y he aquí que, además de no alertarnos esas amenazas que llegarán de forma inminente, los asturianos estamos miriando, sestiando, arnaturriando ante un importante tema de actualidad, el fichaje de Chigrinski por el Barcelona.
No podemos permitirlo. Alguien que se llame Chigrinski (y más siendo defensa, una característica más de nuestra sociedad: el estar a la defensiva contra la modernidad y el cambio) tiene un destino marcado en su nombre, un fatum en su crotal, un sino en su inscripción registral: tiene que ser jugador del Sporting o del Uviéu, o del Marino, o del Avilés, o del Lealtad, o de quien quieran, pero asturiano. Representaría nuestra mejor tarjeta de visita, una polisémica tarjeta de visita.
Por eso hay que preguntarles a Areces y a Gabino qué están haciendo que no hacen nada por fichar a Chigrinski y quitárselo al Barcelona. Ellos, que tanto han invertido en el fútbol (el uno en el Sporting, en Mareo y sus marcas, en su camiseta; el otro en el estadio del nuevo Tartiere, en la ficha, incluso, de Prosinecki) deberían estar a estas horas buscando, afanosos, fondos para traernos ese que sería nuestro tótem identitario. Pero se ve que nuestros dos grandes próceres, ellos también, están entregados al deporte nacional, al juego autóctono y tradicional del miriar, incluso ante esta gran ocasión, la más alta que vieron ni verán los siglos.
Movilicemos las conciencias. En pie, famélica opinión. Movilicémonos todos en el fichaje final, al grito de: "¡Areces, Gabino, queremos a Chigrinski: es nuestro sino. Lo apreciaremos más que Clinton a Levinski!".
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