A la memoria de Xuan Pertierra
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Porque después de haber berreado durante tres meses que «el Gobierno iba a realizar un gran esfuerzo para atender a las familias y parados sin ningún tipo de ayuda», después de haber ladrado que la patronal, por romper el diálogo social, había casi echado a perder la posibilidad de esta nueva generosidad zapaterina, resulta que —entre el escándalo de todos, el asombro e incredulidad de muchos, la indignación de los burlados—, la dádiva sólo alcanza a quienes hayan agotado los subsidios tradicionales a partir del uno de agosto de este año. Traduciendo el refrán latino: «Tras un año de monstruosa tumefacción que parecía presagiar un parto gemelar, el zapatero expulsó una suela gastada y agujereada».
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Pero puede que no sea todo incapacidad y chapuza. Es muy posible que el Gobierno se haya dicho que, dado que los ciudadanos los votan a ellos una y otra vez, tienen que ser exactamente lo que parecen y, en consecuencia, por qué no tratarlos como lo que son. O que haya pensado que, en vista de que se tragan sumisa o resignadamente todas sus mentiras, cuál sería la razón para no tenerlos por partidarios de la unión ibérica, esto es, como a españoles y lusos.
En las democracias los culpables son los gobernantes, pero los ciudadanos, los votantes, son los responsables: ellos dan el dinero y el poder a los que eligen. Al margen de esa consideración moral o ética, que nos debería incitar a todos a reflexionar sobre los actos y las responsabilidades de cada uno, los votantes del partido gobernante deben de estar pasando en estos momentos por una terrible desazón y un angustioso molimiento. Porque, ya piensen que a quienes han puesto ahí, en el Gobierno, son Manolo y Benito, los próceres de la incompetencia y la chapuza; ya crean que son gentes que desprecian la capacidad e inteligencia de los ciudadanos o bien que conceptúan su adhesión como una fidelidad inquebrantable y perruna, estarán empezando a temer que corren el riesgo de que los restantes ciudadanos establezcan una homología entre votantes y representantes, de que confundan e igualen el ser de unos con el obrar de otros.
¡Y, créanme, yo mismo sufro al pensar en la angustia y en la vergüenza que estarán padeciendo! La habitual troquelación humorística sobre el oprobio de ser periodista —«¡No le digan a mi madre que soy periodista, la pobre cree que me gano honradamente la vida tocando el piano en una casa de lenocinio»— podría ser una parábola adecuada para expresar su padecimiento.
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