El asturiano murnia (probablemente de un onomatopéyico murr, para designar el enfado) es un sinónimo popular asturiano. Existe otro, objeto central de nuestro comentario, de una profunda significación antropológica: es señardá (su adjetivo es señardosu, a, o, ´que tiene o padece señardá`; ´que la provoca`).
El étimo de señardá es el latín singularitate (´soledad`, ´aislamiento`). El significado básico de la palabra es la expresión de la toma de conciencia psíquica de que uno ha perdido los amarres emocionales con los suyos o con su tierra, de que uno está aislado de su grupo, sus raíces físicas o de alguna persona que constituía su “otredad” más sustancial; de que uno ha quedado alienado der su verdadero “yo”, por dejar de ser “otro” y pasar a ser sólo mismidad. Nace de ahí la conciencia de la soledad, la extrañeza por ella y el dolor (o insatisfacción) por la misma, los tres componentes emocionales básicos de lo que denominamos señardá o melancolía. Esa extrañeza (estrañedá es un sinónimo, poco frecuente, de señardá) se produce por separación en el espacio de uno mismo o de los otros (la señardá es el movimiento anímico central de la emigración), o bien por la separación o desaparición en el tiempo de las cosas o de los seres (se tiene señardá de los muertos, pero también de los objetos o costumbres del pasado).
El gallego posee expresiones muy semejantes: señardade, como el asturiano, soedade y saudade (una variante ésta de la anterior, aunque mucho más conocida), todas ellas provenientes de la misma idea (lat. singularitate; lat. solitate).
Como se ve, pues, mientras la palabra castellana y su concepción cultural provienen de una experiencia teórica culta (y meramente hipotética, irreal), la palabra asturiana y la gallega manifiestan su arborescimiento en concretas situaciones vitales. Es señardá (y su sinónimo, estrañedá), ciertamente, una palabra muy enraizada con la emigración y el distanciamiento físico. Pero, siendo éste su cañón más notable, quizás no sea su raigón. Con seguridad, la palabra ha de surgir en la sensibilidad de un pueblo de vaqueiros y pastores que pasan gran parte del año en les brañes y puertos, en la inmensa soledad de la naturaleza durante muchos meses. Ahí es donde debió tomar cuerpo primeramente la formulación de la “singularidad” como análisis y expresión de esa percepción de extrañamiento de la sociedad humana y de las cosas de diario, y del vago sentimiento de tristeza que la acompaña.
Es seguramente en esa sociedad (la misma que da el nombre de teitu, por metonimia, a la casa o refugio que permite cubrirse del ominoso y omnipresente cielo: humanización frente a naturaleza), donde debieron fraguarse los primeros análisis introspectivos que cristalizaron en nuestro singularitate> señardá.
En otro orden de cosas, cabe señalar el desarrollo de una acepción ulterior: señardá, ´parecido o semejanza física con un antepasado o familiar`. Aunque podría hacerse otra, sin duda la explicación más probable es de tipo metafísico/poético: el cuerpo o la faz aspiran a repetir los rasgos de los antepasados, a encajarse en su molde, “tienen señardá de ellos”. ¿Quién no recuerda, a propósito, aquel feciste nos ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te, con que Agustín de Hipona señalaba la soledad y ansiedad del hombre (su señardá) hasta volver a su destino/origen, Dios; suposición, por cierto, tan idéntica al mito platónico (expresado en el Banquete) del amor como la separación de un solo ser originario en dos mitades que se buscan señardosas y angustiadas hasta volver a unirse (que es, precisamente, la última de las acepciones del término señardá: el dolor por la carencia de lejanos e inalcanzables bienes a que se opta en el futuro)?
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