La ficción del pacto de estado contra la crisis

«Aquí, en España, todo el mundo prefiere su secta a su patria, todo el mundo»

¿Es posible un pacto entre PP y PSOE para poner en marcha medidas de calado que afronten la crisis? ¿Desea la población dicho pacto? He aquí dos cuestiones que merece la pena formular ahora que aparentemente la exigencia de acuerdo es universal y que, al tiempo, el acuerdo parece presentarse como una vía imprescindible para salir del agobio.

Olvidemos que hace poco tiempo don Zapatero proclamaba su “nunca pactaré con el PP, por razones ideológicas”, una babayada digna de medalla olímpica. Pasemos por alto, asimismo, que don Rajoy ha llamado a don Zapatero “tonto solemne”: los buenos políticos son capaces de comerse sus propias palabras con una encantadora boba sonrisa cada mañana. La cuestión es más bien otra. ¿Qué pueden pactar entre sí dos fuerzas políticas cuando, por ejemplo, una es partidaria de subir impuestos y otra bajarlos? ¿Alcanzarán tal vez un acuerdo cero jesulín-ubriquiano: no subirlos ni bajarlos? Y si los asuntos atingentes a la legislación laboral, la jubilación, la reducción del gasto de las administraciones públicas y otras quedan fuera del temario, ¿sobre qué cuestiones de importancia radical se podrá negociar? De modo que no constituye sólo un arduo problema el que entre ambas fuerzas haya una visión aparentemente distinta sobre cómo salir de la crisis: es uno mayor el que una parte sustancial de la realidad quede marginada de lo examinable.

Por otra lado, ni al PSOE le interesa llegar a un acuerdo modificando sustancialmente las posiciones que hasta ahora ha venido sosteniendo en esos temas que quedan fuera del debate, ni al PP le convendría apoyar al PSOE, en el caso de que éste —forzado por una necesidad extrema— tuviese que tomar medidas que resultarían duras para todo el mundo y especialmente inaceptables para sus votantes y sus apoyos sindicales. Únicamente de una manera sería ello posible: mediante un gobierno de concentración, puesto que en él las desventajas de la exigencia de sacrificios a la población se compensan con las ventajas de la visibilidad en el poder y la relativización de la “pureza” y capacidad del partido rival.

Ahora bien, si el interés de ambos partidos es más bien nulo en lo referente a un acuerdo en torno a las espinosas cuestiones centrales del ámbito económico, no es mayor la disposición de la mayoría de la población a aceptar que los suyos “se bajen los pantalones” para modificar sus posturas y adoptar las del contrario. Pues, en efecto, aunque parece existir un clamor generalizado a favor de los acuerdos y los pactos —acompañado de una condena a los partidos por no ser capaces de realizarlos— cuando se pregunta a la mayoría de los ciudadanos (a la mayor parte de los dieciséis millones de fieles de cada una de las dos feligresías) lo que significa ese discurso, hallamos que su traducción es, para los del PSOE, que el PP apoye al gobierno sin condiciones («que arrime el hombro»); para los de la derecha, que el PSOE y Zapatero manifiesten públicamente sus errores y se arrepientan de ellos. La iglesia o la secta, ante todo. Nada distinto a lo que expresaba Castelar en la frase que encabeza este artículo. Y, naturalmente, así no es posible ningún acuerdo. Porque la política, aquí, es entendida, fundamentalmente, como arrasamiento del rival.

Ello no quita para que, como siempre que las encuestas efectúan alguna pregunta cuya respuesta positiva (¿Conviviría usted con una minoría étnica? ¿Cree que se debe dar más dinero para el tercer mundo? ¿Es usted partidario del diálogo?) entrañe una imagen benéfica de sí mismo o un sentimiento de autoestima para el encuestado, la respuesta no sea siempre la euforizante. Lo que no quiere decir, ni mucho menos, que el encuestado apoye después las consecuencias que se derivan de su contestación o que esté dispuesto a poner los medios para ellas.

Con todo, no debe escapársenos que, sin embargo, en ciertas ocasiones, especialmente cuando los acuerdos son lo suficientemente opacos o abstrusos para que no sean vistos por los fieles como una traición a los sagrados principios identitarios, ambos partidos pueden alcanzar pactos, como lo han hecho recientemente con el FROB y en lo relativo al apoyo financiero a los bancos.

Por ello, es posible que ambos partidos lleguen a algún tipo de acuerdo, más o menos inane, más o menos caxigalineru, en la actual negociación, porque a ambos les interesa trasladar a la opinión la idea de su generosidad y de su disposición para ayudar a salir de la crisis. La condición es no tocar en el proceso los nervios sensibles de su electorado: que no parezca que traicionan sus principios, para unos; que son humillados o engañados, para los otros. Porque entonces, con seguridad, las consecuencias serían, sobre inapreciables o discutibles para el interés general, deletéreas para sus propios intereses.


Nota: Asoleyóse na Nueva del 05/03/10.

No hay comentarios: