El penúltimo episodio del drama económico mundial, el embaucamiento efectuado por Bernard Madoff a quienes creían que a ellos no los iban a engañar cuando les ofrecían duros a cuatro pesetas, ha tenido tintes cómicos y despertado emociones de justicia poética propias de la novela popular. Los articulistas estadounidenses han denominado a ese tipo de estafa como «Ponzi», cuyo epónimo habría sido un italiano, Carlo Ponzi, que, allá en la segunda década del siglo XX, practicó en aquel país este tipo de fraude.
Al respecto, no han faltado eruditos españoles que han corrido a señalar —no sin cierto orgullo patrio— la primacía en este tipo concreto de estafa de doña Baldomera Larra Wetoret, hija del afamado Mariano José de Larra. En sustancia, doña Baldomera creó en Madrid, en la que hoy es la calle de Los Madrazo, un establecimiento que ofrecía ganar, por una inversión de una onza de oro, dos onzas en un mes, y aun mayor interés a más largo plazo. Con ese sistema llegó a recaudar hasta 22 millones de reales. El mecanismo de pagos era simple: retribuía con un 30% mensual a los clientes mediante el dinero que iban ingresando los nuevos. El negocio fue viento en popa hasta el mes de diciembre de 1876, momento en el que Doña Baldomera —también conocida como «La Patillas» por los tirabuzones que lucía en su peinado— desapareció con todo el dinero que en ese momento tenía almacenado.
Pero si doña Baldomera ha venido a rescatar el honor general de los españoles en este dominio de la actividad humana, los asturianos podemos presumir de haber puesto aun más alto el pendón en esa procelosa mar cuyas Escilas y Caribdis trazan los tulipanes holandeses y la Compañía del Missisipi, donde amenazan la navegación los sargazos de la estampita y de las puntocom, en que acechan las sirtes de Fannie Mae y Freddie Mac, por la que corsarizan Madoffs y piratean Gescarteras.
En efecto, a partir del año 2003, la banca de recaudación del PSOE en este país, la FSA, empezó, con el aval de sus accionistas/votantes, a colocar el capital de los asturianos en activos opacos de pretendido alto rendimiento, conocidos entonces como «Fondos Santillana-PSOE». Posteriormente, dichas inversiones fueron cambiando de nombre, aunque conservando siempre la identificación formal del emisor: «Federalismo asimétrico Maragall-PSOE», «Estatuto catalán Montilla-Zapatero-PSOE». En cada una de dichas conversiones, los emisores de los títulos ofrecían una rentabilidad acrecentada a quienes acudían a cada ampliación de capital, que se presentaba (en una excelente forma de estimular, al tiempo, la codicia y el sentimiento aristocrático) como reservada exclusivamente a los progresistas. También en cada una de ellas, por cierto, todos los títulos fueron suscritos y avalados por los gestores de la operación en Asturies, la sucursal de gestión del PSOE, FSA.
Ya saben cuál ha sido el final de ese embaucamiento: el magro sobre nuestros huesos y el lardo sobre las caderas y pechos de los demás. Muy estético y muy moderno, pero muy famélico. Pero, no se preocupen, ellos, los corredores de los fondos, los gestores de nuestro dinero, no dejarán de obtener la comisión que, en su organización estatal, devengue todo ello para sus personas y para su oficina provincial.
Y ya verán ustedes cómo, además, cuando acudan al juicio de las urnas, no faltarán estafados que concurran solícitos ante el juez a pedir su absolución, como concurrieron, allá en lo pretérito, muchos de los embaucados por doña Baldomera. Lo harán con uno de estos dos argumentos, o con ambos a la vez:
—¡Prubinos, ellos facíenlo con bona intención!
—Estafárennos, ¿pero qué? Si envede estafanos Baldomera nos estafara Badomero, tuviéremos estafao muncho más.
Y, además, ¡qué caramba! No todo el mundo es capaz de colocar tan alto el pendón del honor patrio en esto del timo y del engaño.
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