O «la sardina» o «la vieya», o el esclavo al que, en Queronea -según Plutarco-, se apaleaba para conjurar el hambre, o «el chivo expiatorio». En eso quieren convertir ahora sus secuaces a don José Luis Rodríguez Zapatero.
Ya saben lo que se preceptúa en Levítico, 16: se imponen las manos del sacerdote sobre la cabeza del macho cabrío y se confiesan «sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados». Después, cargado con todo ello, se lo expulsa al desierto «y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos á tierra inhabitada» y los hijos de Israel quedarán, de esa manera, limpios.
Porque no es el macho cabrío (con perdón de doña Sonsoles) el que ha pecado. Sus yerros son los del conjunto de los socialistas, que lo escogieron como el mejor de entre ellos, frente a José Bono; los de la totalidad de los diputados, senadores y cargos orgánicos, que votaron todas sus medidas, las aprobaron, las aplaudieron y, hasta en ocasiones, las rieron; sus disparates son los de sus ministros y barones regionales, que los acogieron con entusiasmo. Pero también los de sus votantes, que en el ámbito de la opinión y el ejercicio de las urnas se entusiasmaron con sus propuestas y con sus ocurrencias, las loaron y les dieron su conformidad.
Conviene, pues, poner énfasis en cuál es la realidad del asunto en su vertiente objetiva: descargar las culpas propias en un ente exterior que después se quema o se aleja -purificándonos así- es pura mentalidad mágica, inaceptable, por tanto, desde los parámetros de la racionalidad humana y de la responsabilidad ética y política. Pero, por otro lado, entraña un terrible peligro para la salud democrática: no sólo el que yerra, el pecador -cada uno de los cargos electos o votantes-, piensa que la culpa ha sido de otro (o del otro), sino que está dispuesto a reiterar las mismas políticas que han sido las causas del desastre o a exigir su reiteración. Puesto que la culpa ha sido del guía a quien hemos encargado llevarnos por determinada senda hacia el abismo, no cambiemos de senda, sino de guía, que milagrosamente -desde esa mentalidad mágico-exculpatoria- suponemos que no nos llevará ya hacia el hondo por idéntica senda, sino hacia el cielo.
En otro orden de cosas, quiero recordarles que vengo señalando las últimas semanas cómo las últimas presuntas medidas de ahorro energético, sobre obedecer a la única intención de engatusar a los votantes, son en su mayoría un puro dislate, y algunas parecen dictadas sin saber lo que se dice («Necesitamos un Gobierno que no beba» podría ser un buen lema a propósito de las mismas).
Pues bien, estos días acabamos de descubrir, de una parte, que los neumáticos que el Gobierno dice pretender subvencionar para ahorrar gasolina no existen en España ni los habrá al menos en un año; de otra, que, de haberlos, lo que el Gobierno estaría dispuesto a subvencionar sería a ¡un 1,3 por ciento! de los usuarios que en un año sustituyen sus neumáticos en España.
¿Creen ustedes que proclaman todas estas tonterías por razones eutrapélicas, a fin de que, ya que las cosas están tan mal, pasemos al menos un rato riéndonos a su costa? ¡Qué buenas personas son ustedes! Lo hacen, sencillamente, para reírse de nosotros. ¡Total, nadie los va a castigar por ello!
Palinodia: La semana pasada puse a Atalanta recogiendo las naranjas que Hipomenes le arrojaba. No explicaré las razones de mi tracamundiu ni los lugares e imágenes por que pasaron. Sólo corregiré: son manzanas, esas que tienen tanto que ver con los mitos de placer y destrucción de los griegos y con el líquido dorado (como las manzanas clásicas) de ellas extraído, cuyos efectos alucinógenos posiblemente expliquen tantos actos de ensoñación colectiva patria.
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