Equí van unes palabres de Baroja, d´hacia 1918, al respective del primer cambiu horariu:
Ahora al entrar la canícula parece que el verano quiere resarcirse de su timidez pasada y el sol viene armado de punta en blanco lanzando rayos de fuego. Todo brilla de una manera terrible, todo se enciende y rezuma. Al salir de casa ese primer momento de una bocanada de calor fuerte casi me gusta, pero pronto la temperatura alta me fastidia y me exaspera.
Estos días en la biblioteca de Itzea, que se halla orientada al norte y al oeste, con las maderas entornadas se está bien. No pasa la temperatura de 21 a 22 grados. Algún día de gran bochorno se acerca a 23, pero al anochecer refresca mucho y las noches son casi frías.
La tarde me suele impacientar por su longitud. Esta hora de más con que nos ha obsequiado el Gobierno es una hora exasperante y aburrida.
El cambio de hora decretado por el Gobierno quizá sirva de algo en las grandes ciudades. En los pueblos pequeños no sirve para nada. Eso sí, nos dará unas tardes de verano inacabables.
Con relación a la hora va uno a vivir esta temporada en plena confusión. El reloj de casa no siempre marcha bien con el de la parroquia. Este adelanta, según unos, por el capricho del sacristán; según otros, porque le falta un diente (al reloj), y todavía hay otros que atribuyen las variaciones a los cambios de temperatura.
El reloj de la parroquia no siempre va de acuerdo con el de la estación, y ahora, gracias al decreto del ministro, ni el de mi casa, ni el de la parroquia, ni el de la estación, van con el sol.»
«Ni en junio ni en la primera quincena de julio ha hecho calor.
Ahora al entrar la canícula parece que el verano quiere resarcirse de su timidez pasada y el sol viene armado de punta en blanco lanzando rayos de fuego. Todo brilla de una manera terrible, todo se enciende y rezuma. Al salir de casa ese primer momento de una bocanada de calor fuerte casi me gusta, pero pronto la temperatura alta me fastidia y me exaspera.
Estos días en la biblioteca de Itzea, que se halla orientada al norte y al oeste, con las maderas entornadas se está bien. No pasa la temperatura de 21 a 22 grados. Algún día de gran bochorno se acerca a 23, pero al anochecer refresca mucho y las noches son casi frías.
La tarde me suele impacientar por su longitud. Esta hora de más con que nos ha obsequiado el Gobierno es una hora exasperante y aburrida.
El cambio de hora decretado por el Gobierno quizá sirva de algo en las grandes ciudades. En los pueblos pequeños no sirve para nada. Eso sí, nos dará unas tardes de verano inacabables.
Con relación a la hora va uno a vivir esta temporada en plena confusión. El reloj de casa no siempre marcha bien con el de la parroquia. Este adelanta, según unos, por el capricho del sacristán; según otros, porque le falta un diente (al reloj), y todavía hay otros que atribuyen las variaciones a los cambios de temperatura.
El reloj de la parroquia no siempre va de acuerdo con el de la estación, y ahora, gracias al decreto del ministro, ni el de mi casa, ni el de la parroquia, ni el de la estación, van con el sol.»
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