(Ayer, en La Nueva España) ¡PREPARAIVOS: VOI REXENERAVOS! La farsa sentimental en tres actos (carta paxarera, comparecencia moncloera, expansión televisera) de don Pedro es un magnífico documento cuyo análisis detenido daría lugar a un número no pequeño de páginas de letra menuda y apretada. No obstante, hay que reconocer que el señor Sánchez-Castejón tiene una larga trayectoria que avala su capacidad para conseguir uno de los tres objetivos explícitos de la representación: eliminar de nuestra vida pública la folla, la trelda, «el fango» en que todos estamos enllamuergaos. ¿Quién mejor para ello que quien se estrenó en el debate electoral de diciembre de 2015, diciendo a Mariano Rajoy: «el presidente debe ser una persona decente y usted no lo es»? ¿O el que, sabiendo que era mentira y al alimón con «la sucesora», la señora Montero, acusó hace poco más de un mes a Feijóo de que su esposa había cobrado subvenciones de la Xunta, y lo amenazó diciendo que «tenía más cosas» sobre su mujer? ¿Alguien más apto que el que sigue sacando la fotografía de Feijóo en un barco con un narcotraficante, cuando nadie sabía que este lo era? ¿O quien, tras dos exoneraciones, acusa de corrupto al hermano de Ayuso? ¿O…? Estarán de acuerdo conmigo: nadie más autorizado para renegar de la práctica de mentir e insultar, especialmente cuando se utiliza a la familia del adversario político. Pero déjenme contarles la última de este doctorado en capacitación para la difamación y la mentira. A propósito de las actividades de doña Begoña, el líder de la oposición acaba de plantear que, como existe en otros países, debería establecerse una regulación de las actividades de la periferia de los miembros del Gobierno, y, en concreto, «no hay que pedir a la pareja del presidente o presidenta del Gobierno que no trabaje, pero sí que no tenga contratos con la administración pública». Palabras de Pedro Sánchez: «El señor Feijóo ha dicho textualmente que lo que debía haber hecho mi mujer es quedarse en casa sin trabajar». ¿Quién, pues, más preparado para eliminar la folla, la trelda, la maratana, la mentira, de la vida pública? Y a esa regeneración democrática a que llama el más alto pastor debe contribuir especialmente el principal instrumento: el seguir haciendo aún mas alto el muro que separe a los buenos de los malos, base fundamental de su programa de gobierno, como afirmó en su investidura como Presidente. Los buenos, los que lo apoyan a él, socialistas, comunistas, nacionalistas de izquierdas o de derechas, gente de cualquier laya que se quiera acoger en su campo y sostenerlo; los malos, todos los demás, que son, al menos, la mitad de los españoles. Pues bien, como se deduce con claridad de los tres actos de la farsa sentimental, ahora el campo de los malos se amplía: lo son todos aquellos que se atreven a investigarlos a él o a su mujer, ya sean jueces o periodistas: el objetivo obvio de toda esa representación. Segregados, excluidos, silenciados estos, avanza la regeneración democrática. No solo hay que creerlo y entenderlo, nos reclama el Presidente, sino, además, compadecerlo, porque tanto él como su mujer llevan -dice- sufriendo diez años de acoso (de lo que hasta ahora no nos habíamos percatado), y, además -proclama-, está siendo víctima de «lawfare», es decir, de persecución judicial. ¡Pobre! Así que, cuando veáis venir y acrecentarse la regeneración democrática de Pedro y los suyos, ¡preparaivos, que va rexeneravos! «Voy a hacerte tu autocrítica», recuerda Jorge Semprún en Federico Sánchez se despide de ustedes como una forma de ataque político y personal frecuente en el PCE. «Voy a regeneraros», amenaza hoy don Pedro. Es verdad que todo este conjunto de falacias, esta construcción de un mundo al revés, de conceptuar como persecución judicial el funcionamiento ordinario de la justicia; de proclamarse limpio de la mentira, el insulto y el ataque a los familiares del adversario quien lo practica a diario; de etiquetarse como amigo del diálogo quien ha hecho de los muros y la renuncia a cualquier trato con la oposición el núcleo central de su actuación política; de llamar a la regeneración democrática quien pretende impedir el funcionamiento de las instituciones y se niega a intercambiar una sola palabra con el oponente, es más, quien lo sitúa en el campo emocional de lo rechazable, de lo antidemocrático; es verdad que todo ello funciona porque hay un público dispuesto a acogerlo, una parte de la ciudadanía que se alimenta de la emocionalidad que consiste en negar a quien no es como él, en despojarlo de su cualidad de ser humano aceptable, y que hace suyo cualquier sofisma o mentira que refuerce su visión del mundo o acalle sus dudas. Pero en una fracción de ese universo hay algo más. Se puede entender, en parte, la angustia de una gran parte de su electorado ante el hipotético abandono de don Pedro, la movilización de los cuadros del partido ante su posible orfandad. Pero en todo ello, y en las cómicas manifestaciones de algunos estos días, hubo algo más profundo, más en relación con el pan que con el corazón: en una de esas cadenas televisivas que tanto contribuyen al diálogo y a la regeneración democrática, lo manifestó con claridad Íñigo Errejón, cuando tantos tragaban como factible la amenaza de Sánchez de irse: «No queremos que dimita. Mire Portugal, dimitió el ministro socialista, hubo elecciones y ganó la derecha. Y eso no debe pasar». Lo ponía de manifiesto sin ambages el siempre locuaz Óscar Puente, entonces alcalde de Valladolid, al comentar la marcha del PSOE de la diputada Soraya Rodríguez: «Se va porque se le ha acabado la posibilidad de vivir de la política dentro del PSOE y lo que quiere es vivir de la política en otros sitios». ¡Ay, amiguinos, el negociu!

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