Alfonso XIII y Churchill (II)

Resulta interesante el retrato que de Alfonso XIII nos da Winston Churchill en su Grandes contemporáneos (1937), por la visión personal que de él tiene, por los matices que aporta sobre el personaje, tanto en el plano político como humano, por el "sentir" de la sociedad española de la preguerra con respecto a EEUU...

En cualquier caso, y aunque seguramente la mayoría de mis lectores conocen ya todos los patices que el texto les pudiere aportar, lo transcribo aquí porque entre otras cosas, a algunos, espcecialmente a los más jóvenes, les ayudará a superar la idea absolutamente plana y estrábica que de la historia se les va creando, tanto desde las portavocías personales de la enseñanza como desde los altavoces atronadores de la manipulación política.

Nota: como el texto es largo, lo sustancio en tres entregas sucesivas. Esta es la segunda.



Pero no iba a ser éste el final del día. La cabeza del cortejo había llegado ya a palacio. ¿A qué obedecía la demora en aparecer el rey y la reina? Pronto se supo la verdad; y muy poco después la real pareja se acercaba manchada de sangre, pero indemne, avanzando con el inflexible ceremonial marcado. No bastó la real presencia en los balcones del palacio para calmar a la excitada muchedumbre. Fue preciso que el rey tomase un automóvil abierto y pasease sin protección y casi solo entre la multitud de sus súbditos, para recibir su tributo de lealtad y su acción de gracias por haber resultado ileso de un mortal peligro. Éste fue el espíritu que iba a animar su conducta en todos los momentos de peligro.

La primera vez que tuve el honor de tratarle fue cuando visité Madrid en la primavera de 1914. Me convidó al almuerzo, y después me habló libre e íntimamente en su pequeño gabinete próximo al comedor. Yo había ido a Madrid a jugar al polo, y con tal motivo nos encontramos varias veces. Otro día me invitó a dar un paseo en su auto, e hicimos una larga excursión, camino de El Escorial. Aquí la conversación giró sobre el estado de inquietud de Europa. De pronto, el rey me dijo:

—Míster Churchill, ¿cree usted en la guerra europea? Yo contesté:

—Señor, a veces creo; a veces, no.

—Eso es exactamente lo que a mí me pasa—dijo.

Discutimos las varias posibilidades de que el porvenir parecía estar preñado. Su profunda estimación por Inglaterra estaba patente en todo lo que dijo. Aunque habían pasado cerca de veinte años desde que yo había acompañado a las fuerzas españolas en Cuba, me regaló, antes de partir de Madrid, la medalla de la guerra. A nadie pudo sorprender que España observase una estricta neutralidad en la gran lucha de Armageddon. Las barreras históricas entre España y las potencias aliadas y asociadas no eran fáciles de trasponer. El más profundamente amargo recuerdo de los españoles es el de la invasión napoleónica, con la angustia de la guerra peninsular. A pesar de haber transcurrido un siglo, no puede existir unidad de sentimientos entre Francia y España. Gibraltar, aunque una apagada causa de irritación, todavía des¬empeña su papel en el pensamiento español. Pero el odio real es contra los Estados Unidos, y la pérdida definitiva de los últimos restos del imperio colonial español dejó un vacío doloroso en los pechos de una raza altiva. La aristocracia estaba a favor de Alemania; la clase media, contra Francia. Y así decía el rey: «Sólo yo y la plebe estamos por los aliados». Era lo mejor que podía suceder para que España permaneciese neutral en la contienda; y prosperó, ciertamente, gracias a su abstención.

El rey me habló de otros atentados contra su vida. Recuerdo, particularmente, uno. Regresaba a caballo, de una parada, cuando un asesino surgió de pronto ante su caballo, empuñando un revólver, a escasamente un metro de distancia. «El polo resulta muy útil para estas ocasiones—dijo el rey—. Puse la cabeza de mi caballo en su dirección y me lancé sobre él mientras disparaba.» De esta manera logró salir ileso. En total fueron cinco atentados consumados y muchas conjuraciones abortadas. El conocimiento que hice con él en 1914 fue renovado en sus múltiples visitas a Inglaterra, y siempre pude observar en él una preocupación vigilante por los intereses de su patria y un sincero deseo por el bienestar material y el progreso de su pueblo. El autógrafo del rey Alfonso es un símbolo verdaderamente notable. Expertos en grafología proclaman descubrir en él profundos recursos de firmeza e iniciativa; posee ciertamente un peculiar estilo. Pocos soberanos, empero, habrán sido menos pomposos. La sombría, solemne etiqueta de la corte española ha producido, en su último maestro, un democrático hombre de mundo, moviéndose fácil y naturalmente en toda clase de sociedad. Disociar el rey del hombre, separar las funciones públicas de los goces de la vida privada, fueron siempre deseo y hábito en Alfonso XIII. Ha sido observado que este príncipe, cabeza de todos los grandes de España, solía retratarse lo más frecuentemente en trajes ligeros, jerseys de polo y atavíos sencillos. El hombre y el escenario eran ricos en contrastes.

Nada podía privar al rey de su natural alegría y buen humor. Los largos años de ceremonial, los cuidados del Estado, los peligros que le rodeaban, habían dejado intacta aquella fuente de jovialidad y alegría juvenil. Cuando lo encontré en una de sus recientes visitas a Londres, acababa de salir de una de las más graves crisis políticas de su reinado. Habló de esto con sencilla modestia y cierta clase de imperturbable confianza en sí mismo. Pero lo que parecía ocupar su pensamiento era la elección parcial inglesa de San Jorge, entonces en su apogeo.

Los pasquines en las casas y en los automóviles; la excitación política de sus numerosos amigos de Mayfair; las propagandas de la Prensa conservadora con sus consecuencias: muñidores y oradores aristocráticos de ambos sexos...; todo aquel vocerío y aquella algazara excitaban su natural interés. Le parecía una gran diversión y un juego en que le gustaría tomar parte. Gozaba callejeando de incógnito, viendo las cosas y enterándose directamente.

Su conversación, grave o alegre, hállase transida por un natural encanto y una mirada irónica. Rey o no, nadie podría desear un compañero más agradable, y estoy seguro de que si fuese a visitar los Estados Unidos su popularidad sería inmediata y duradera. Siente gran afición por Inglaterra y sus maneras, y ello le facilitaría grandemente el conocimiento de la vida y de la sociedad norteamericanas. Seguramente no puede haber una figura menos trágica, más aparentemente despreocupada que la de este estadista sagaz, acosado monarca y hombre perseguido. Contemplándolo, venía a mi memoria el recuerdo de los oficiales llegados con licencia a su país desde las trincheras de Flandes, felices en el círculo familiar, bailando alegremente en el baile o el cabaret, riéndose en las comedias de los teatros de variedades, sin que nada revelase en ellos la huella de los afanes y peligros que aún ayer habían dejado y a los cuales volverían al día siguiente.

Las vicisitudes que condujeron a la caída de la monarquía en España alcanzaron lentamente su vértice. Su origen radica en la quiebra del sistema parlamentario por su falta de contacto con las realidades y con la voluntad nacional. Partidos artificiosamente disciplinados y divididos produjeron una sucesión de gobiernos débiles conteniendo pocos —si tenían alguno— estadistas capaces de asumir una verdadera responsabilidad o de empuñar el poder en la forma adecuada a la ocasión.

La larga, irregular guerra de Marruecos —legado de siglos— roía como una úlcera la interior satisfacción del pueblo español, con bastantes dolores de desastre de tiempo en tiempo. No existía entre los políticos españoles ese pacto rígido, que es un vínculo de honor entre todos los partidos de la Gran Bretaña, de escudar la corona contra toda impopularidad o censura. Gabinetes y ministros se derrumbaban como castillos de naipes, dejando alegremente que el rey soportase las cargas que eran propias de aquéllos. Lo hizo sin vacilar. Mientras tanto, la guerra con los moros iba de mal en peor y el malestar público crecía. Crecía aún a pesar de la prosperidad y riqueza que la gran contienda mundial había proporcionado a España. Las obstinadas, poderosas e irreductibles fuerzas de la Iglesia y del Ejército, y la casi independiente institución del cuerpo de artillería, confrontaron a Alfonso con otra serie de problemas del más embarazoso carácter que accionaban y reaccionaban unos sobre otros a través de la estéril confusión de la máquina parlamentaria.

Sólo su gran paciencia, su habilidad y su conocimiento del carácter español y de los factores en juego le hicieron posible seguir su camino a través de una situación que míster Bernard Shaw ha esclarecido a las miradas actuales en las ingeniosas escenas y diálogo de su The Apple Car. Nuestro dramaturgo y filósofo fabiano ha prestado un servicio a la monarquía como quizá nunca haya sido prestado desde ningún otro sector. Con su burla inexorable ha ostentado, ante los socialistas de todos los países, la debilidad, la ruindad, las vanidades y las insensateces de las hueras figuras que flotan y se elevan entre las sirtes y remolinos de la llamada política democrática. Las simpatías del mundo moderno, incluyendo las de muchos de sus más avanzados pensadores, se sienten poderosamente atraídas por la vivaz y chispeante presencia de un rey mal tratado, dado de lado, llevado y traído para fines personales y políticos, y, sin embargo, seguro de su valer para la masa de sus súbditos, y esforzándose, no sin éxito, en preservar sus intereses permanentes y en cumplir su deber.

¿Cuál es la posición en que se sitúa Alfonso XIII como rey, y cuál la que adopta como hombre? Estas son las preguntas que debemos hacernos cuando un reinado de treinta años de poder consciente ha llegado a su término. El final fue amargo. Casi sin amigos, casi solo en el viejo palacio de Madrid, rodeado de multitudes hostiles, el rey Alfonso se dio cuenta de que tenía que marcharse. Una época se cerraba. ¿Debemos juzgarlo como estadista despótico o como un soberano constitucionalmente limitado? ¿Fue realmente por cerca de treinta años el verdadero gobernante de una de las más viejas ramas de la familia de las naciones europeas? ¿O fue, simplemente, un empedernido deportista jugador de polo, que daba la casualidad que era rey, llevaba sus atributos reales con fácil gracia y buscaba ministros, parlamentarios o extra-parlamentarios, para que lo sacasen adelante año tras año? ¿Pensaba en España, pensaba en sí mismo, o se limitaba exclusivamente a gozar de los placeres de la vida sin pensar absolutamente en nada? ¿Gobernó o reinó? ¿Hay que tratar su reinado como los anales de una nación o como la biografía de un individuo?

Sólo la Historia puede dar respuesta decisiva a estas preguntas. Pero yo no vacilaré en proclamar ahora que Alfonso XIII fue un político resuelto y frío que usó continua y plenamente de toda la influencia de su oficio de rey para dominar las políticas y los destinos de su país. Se juzgó superior, no sólo en jerarquía, sino en capacidad y en experiencia a los ministros que empleaba. Se sintió el único eje fuerte e inconmovible, alrededor del cual giraba la vida española. Su solo objetivo era la fuerza y la fama de su reino. Alfonso no pudo concebir que amaneciese un día en que dejaría de estar personalmente identificado con España. En todo momento adoptó las medidas que estaban a su alcance para asegurar y conservar su dirección sobre el destino de su país, y usó de sus poderes y administró su depósito con positiva prudencia e intrépido valor. Es, por lo tanto, como estadista y gobernante, y no como monarca constitucional siguiendo comúnmente el consejo de sus ministros, como él desearía ser juzgado, y como la Historia habrá de juzgarle. No tiene por qué temblar ante la prueba. Posee, como él mismo ha dicho, una buena conciencia.

Las elecciones municipales fueron una revelación para el rey. Toda su vida había estado perseguido por conspiradores y asesinos; pero toda su vida se había confiado libremente a la buena voluntad de su pueblo. Jamás había vacilado en mezclarse entre las multitudes, o en ir solo, sin escolta, a donde le parecía bien. En todos los viajes de su vida encontraba muchos amigos, y, siempre, cuando era reconocido, alcanzaba ovaciones y respeto. Sentíase, pues, seguro de tener tras sí la constante fidelidad de la nación; y habiendo trabajado continua y lealmente en su servicio, entendía haber merecido su afecto. Un relámpago iluminó la sombría escena. Vio en torno suyo una extensa, arraigada y, aparentemente, casi universal hostilidad: especialmente hostilidad personal hacia él. Pronunció entonces una de aquellas expresiones, que se le atribuían en aquel interesante período, y que muestran la fuerza y la calidad de su comprensión de la vida: «Me parece como si hubiese ido a visitar a un viejo amigo y me encontrase con que había muerto.» El episodio fue, realmente, una triste decepción. Explicadlo como queráis: la dureza de los tiempos en todo el mundo, la incapacidad política del partido monárquico, la tendencia de la época, la propaganda de Moscú; pero lo cierto es que, sin disfraz, fue un gesto de repulsa de la nación española, que llega al corazón.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Les eleciones van dicimos unes grades verdaes,tovia pior....
Con una güeyada al trabayu fechu en les bases..Dende baxu,metalizando'l xente ,que falar asturianu ,nun ye ser piyor delos que se esforcen en falar castellan.
Tou asturianu tien ,que sentise orgollusu'd tener la so Llingua!!
La xente quier otres alternatives a los partios oficiales!!
Que formacion fai eses ??Nenguna..
Una cree ser meyor que los otros,asina non tien que extrañamos ,que les proximes eleciones, mas de lu mesmu...
Votos pal pozu ensin suelu , que otra cosa non son estos grupos.
Ensin enfotu ,ensin trabyu de verda p'asturies.
Ye triste, poro con comentarios non se fai politica p'Asturies.
Sinon lluchando en tou lo qu'Asturies duel!!Siempre al llau d'Asturies

MERUCU XUSTICIERU dijo...

Mui bones ¡Anonimu!(POR nun decir pepín, xuanín o pachín )Ya ye hora de camudar de PETER PAN a un "PAISANU" de veres.El trabayu d´un Partíu Nacionalista "ASTURIANU" ye " Involucrar" a tolos ciudadanos de "ÉL" na CONSTRUCIóN NACIONAL del so Pais,poro tienen qu´algamar la "conciencia suficiente" de que van tar representaos por una FUERZA POLITICA que tien ALTERNATIVES nel "MUNDU REAL",por esu, nesti BLOG recibes INFORMACIÓN, CONOCIMIENTU,FORMACIÓN, CULTURA y va "EMPOBINAU" a tolos "ciudadanos d´Asturies" (INCLUSU los que non son tan "PURITANOS" comoTU )
Sí esti blog nun ta al to "ALTOR" na LLUCHA pola NUESA NACIÓN pues monta TU un y ALLUMANOS el CAMÍN
Asina que "ANIMU y a la BRENGA, y asina echeis una GABITA a los "VREAEROS", ye decir los que nagüais pol desanicie del PAS
Pala to desgracia CALTENEMONOS ya 25 años, y palos 2COLABORACIONISTES del "REXIMÉN" resistiremos , asina que "ANONIMU" que te "VAIGA BONITU" como dicen Los Manitos

Anónimo dijo...

Merucu.
(Anónimu yes tu tambien)
Nun se si te darás cuenta del taste falton que dexen los tos comentarios na mayor de les veces.
Ya te dixi n`otru post que bien dexaste pasar, que esi cuentu de los 25 años da pa muncho, hasta pa volvese en contra.
En cualquier casu, si contaremos les veces qu`esti otru anónimu, o mesmamente yo, votamos al PAS igual pasmabes amiguin.
Igual son abondes mas de les que-y votaste tu.
Mira a ver si tienes un pocu mas de respetu hom. Y ubicate ne. Que tas dafechamente desnortiau.

M.C. Anonimu Tamién dijo...

Vale manín ! ¿que ye ? Tu puedes criticar pero ¡esu sí1 creiticate a ti ye de FALTOSU ¿non ye asina oh!?
Yo sé bién ü toi, non me fai falta "ubicame" Yo llucho (dexuru lu faigo mal) de magar CUANTÁ YA polos drechos POLITICOS désta 2pequeña pero vieya NACIÓN d´EUROPA que ye ASTURIES, y voi seguir faciendolu (NAGUO por facelo meyor) y los mios ENEMIGOS son los "CENTRALIEGOS" y ´tamién los "QUINTACOLUMNISTES"( que dicen esmolecese munchu pol PAÍS´pero engabiten cola so INCOSCIENCIA a los ESANICIADORES `´ ASTURIES
Asina que manín non t´enfurruñes conmigu, garra un pocu más de zuna y arrecostina coles critiques como los demás tienen que 2OYIR" les tuyes
Como dicia un "supuestu" defensor cultural (cabeza de llista de los "socios" que lu ECHARON haxa salú

Anónimo dijo...

Si pones la oreya, vas sentir la direfencia.
Ye de tonu manin.
Pero nun se porque me da, que nun lu vas garrar. Paezme que non.
Tu a lo tuyo compañeru, da-y maera,como si la quies cargar de bombu un poquiñin mas. Llevalo bien.