EUROPA: ECONOMÍA, MONEDA Y EMPLEO

Asoleyo equí una reflesión del 05/11/2002. Munches de les sos consideraciones siguen tando en vigor y señalen que, yá entós, nel entamu del euro y d'un mayor encaxetamientu de los países de la Unión, podíen prevese la mayor parte los problemes a los que nos enfrentamos, lo que, n'otres palabres, invita a pensar qu'esos problemes nun son de coyuntura meramente. Repárese na "profecía" de Friedman cuando apunta la fecha de 2010 pa reconsiderar la moneda única.

EUROPA: ECONOMÍA, MONEDA Y EMPLEO

El referéndum de Irlanda, mediante el cual se ratifica por completo el tratado de Niza, dando así entrada a diez nuevos países en la Unión Europea, evita una crisis política e institucional; pero abre paso a un camino pilancosu, en el que seguramente deberán replantearse muchos de los grandes principios de la Unión, incluida la moneda única.

Deberá recordarse que el impulso inicial de la Europa unitaria son las políticas económicas y los acuerdos comerciales, en concreto respecto al carbón y el acero. De ahí se ha ido avanzando en la desaparición de trabas a la libre circulación de mercancías, capitales y personas, hasta llegar a la moneda única. Ahora bien, esa unificación de mercados no puede borrar, ni borrará en un horizonte previsible, las enormes diferencias económicas entre estados y la diversidad de conciencias culturales y políticas que suponen las naciones prexistentes. Pues bien, la entrada de nuevos países no hará sino hacer más visibles y extremos esos contrastes, la variedad de los puntos de vista y el conflicto de intereses.

El acuerdo para la entrada de nuevos países ha coincidido con una polémica –española y europea— sobre el déficit cero. Como ideal, el equilibrio de ingresos y gastos es la receta “diez” de cualquier economía. Ahora bien, en la práctica no sólo es insostenible de forma continuada, sino que puede ser tremendamente dañina, puesto que la realidad puede exigir políticas anticíclicas, de endeudamiento e inversión pública. Es, pues, la “economía” (la política económica) la que debe ajustarse a la realidad, y no la realidad a la economía. En cuanto prejuicio absoluto, el déficit cero no es más que una superstición ideológica. El presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, lo ha venido a decir en otros términos: “una estupidez”. Pero, sobre todo, es la realidad la que lo certifica como una tochura: Alemania y Francia no pueden cumplir los compromisos de reducción del déficit del Plan de Estabilidad, y Francia quiere retrasar hasta el 2006 los plazos para ello, lo que, en la práctica, equivale a decir: “ya veremos para cuando”.

Sin embargo, los defensores del déficit cero tienen una parte importante de razón: sin disciplina la moneda europea pierde crédito y queda sometida a tensiones en los mercados financieros, con los efectos negativos que ello tendrá sobre la inflación y los créditos. Ahora bien, puesto que el desiderátum monetario de entropía cero no parece posible, ello quiere decir que cada uno de los nuevos países (con muchas más dificultades económicas que los actuales miembros de la U.E.) se escaparán de aquélla en la medida que les sea necesario, con lo que los problemas del euro serán mayores.

Pero es que, además, el problema real de la economía europea es su escaso dinamismo, sus no muy altos parámetros de innovación tecnológica e industrial y, por ello, su dificultad para crear empleo. Tanto Francia como Alemania —las dos grandes potencias continentales— vienen sufriendo una notable parálisis desde hace tiempo.Y las cosas no parece que vayan a cambiar en los años inmediatos, como es sabido. Los nuevos gobiernos francés y alemán son, en parte, producto de esa situación del pasado y se enfrentan —según reconocen paladinamente— a la impotencia de no tener recetas para superar ese problema estructural.

De esa forma, las transferencias desde Alemania —el gran país donante de la Europa unitaria— se van a limitar extraordinariamente, tanto en el ámbito agricola como en el de los llamados fondos estructurales y de cohesión. Sobre sabido, Schröder y Fischer han manifestado que es ésa la principal preocupación de su nuevo gobierno. De tal manera, los nuevos países que se incorporen a la Unión no tendrán las especialísimas dotaciones para la aproximación de rentas o infraestructuras que, hasta ahora, han tenido otros (salvo, naturalmente, que triunfe el movimiento cuyo abanderamiento ha anunciado en Polonia nuestro querido Presidente, Álvarez Areces).

Por otro lado, la propia concepción del Banco Central Europeo puede suponer un grave inconveniente a medio plazo. Como se sabe, el objetivo del banco central es el de la estabilidad de los precios, un objetivo impuesto cuando la preocupación en el continente era la inflación. Ahora bien, cuando las circunstancias sean my otras el banco se va a encontrar casi maniatado, y, además, las políticas pueden ser contradictorias en los efectos sobre las diversas economías europeas. Así el propio Win Duisenberg ha manifestado este mes que su mayor preocupación es la amenaza (presente) de una inflación inferior al uno por ciento en Alemania, lo que podría provocar deflación y una gravísima crisis económica. (Quizás no sea inapropiado recordar aquí los escasos aciertos de los cepés —cráneos priviliegiados— de la amestaúra europea: el llamado “sistema monetario europeo”, creado para defender las monedas de la inestabilidad, provocó un seísmo como hacía tiempo no se conocía; los pronósticos de beneficios del euro para los bolsillos de los ciudadanos, por disminución de costos en las transacciones, no se han traducido más que en los perjuicios de una inflación generalizada).

Toda esa situación puede llevar a que tanto la moneda única como el Banco Central –al menos como depositario de toda la política monetaria— tengan que ser reconsiderados y, acaso eliminados, por inconvenientes. Tres premios Nóbel, al menos, que yo sepa, Gary S. Bécquer, Milton Friedman y Paul A. Samuelson, se manifestaron en ese sentido en el pasado. Alguno, como Friedman, ha puesto fecha, el 2010.

En todo caso, lo que parece que muchos califican como un avance en la dirección presente, la entrada de diez nuevos países, tal vez se convierta en un avance hacia políticas más pragmáticas y reales y hacia el replanteamiento de muchos de los objetivos de la Unión.

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